DIS_SUPLEMENT
Otra forma de vivir en el exceso
Emil Cloran Cuadernos (Traducción de Mayka Lahoz) Tusquets Editores, 1053 p.
Reunión integral de los diarios del gran pesimista rumano
¿Qué era la libertad para Emil Cioran? Por encima de su idolatrada pesadumbre, más allá de su estimado aburrimiento o de su defensa del suicidio, Cioran entrañaba un apasionado por la escritura. Confiesa que se ve incapaz de abandonar su misión, puesto que en el pasado fue demasiado ambicioso y le han quedado los restos de esa “barbarie espiritual”. Simone Boué, su mujer, descubrió estos cuadernos una vez que Cioran ya había muerto. Estos diarios entre el aforismo y la reflexión crecieron sobre el escritorio de su autor obedientemente, desde 1957 a 1972. A pesar de su heterodoxia, ejecutan la labor de puente entre el superbo orgullo del filósofo y el receptáculo final: el alma de sus lectores. Mantienen un diálogo un tanto más distendido que sus otras obras. Respecto a la figura de Cioran, cabe hacer la consideración de que muchos han creado un monolito de la negatividad, causando un respeto lindante con el miedo. Pero se abre una grieta a través de la que se vislumbran otras grietas. En el fondo, demasiada devoción en este pensador por alcanzar las propias entrañas. Así, partiendo del hecho liberador de que Cioran realmente quería fundirse con el lector a toda costa, nos encontramos en estos cuadernos con otros gestos no menos aperturistas.
Cioran, el ofuscador del universo, el provocador asistemático contra todos los sistemas… ¿Por qué este enérgico estudioso a la contra de la totalidad nos revela al mismo tiempo el gusto infinito por sus largas caminatas por los alrededores de París, por la música de Bach, por Dostoievski en especial, por el Budismo entendido como nueva arrogancia? Justamente esa cerrazón con que se ha mostrado tan oscuro y negador, ahora, al aparecer estos rayos esclarecedores, logra que agradezcamos el contraste. Cioran se las apaña para que, soslayando el tema de la fe, surja en nosotros por lo menos una incandescencia. Y así, caemos en la cuenta de que es probable que eso sea lo que se propuso consciente o inconscientemente el “místico de la nada”, nuestro querido apátrida: llegar a otro tipo de optimismo. Nadie como él ha estudiado la esencia de Schopenhauer, Nietzsche, Hegel, Heidegger… Toda esa filosofía que él amó encarecidamente, hasta que se dispuso a combatirla.
Sugieren también estos cuadernos la peculiar representación de una especie de obra de teatro para un solo personaje. Casi vemos sonreír al gran Cioran desde su inapelable anti-estilo forjado en el aprendizaje del francés. Odiando precisamente todo lo francés, con la excepción de Talleyrand o Napoleón, Cioran sueña con un país realmente civilizado. Una especie de patria para el adolescente. Gran filósofo de la vida, lo observamos como un valedor de la auténtica adolescencia: de ahí su frescura, de ahí su honestidad, de ahí que lograra vivir en otra forma de exceso. Esa gloria de no abandonar la desmesura en las palabras no fue ninguna impostura. Hubo dolor. Hubo ríos subterráneos. Estos cuadernos nos dejan ante alguien acaso aparatoso. Pero el logro de transmitirnos la médula de esa imperfección dista mucho de cualquier tipo de engaño. Si realmente fuera un embaucador, no llegaría a fascinarnos con semejante electricidad. Triunfó su sentimiento solitario en todas sus páginas para los desangelados.