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Esta antología obedece a una última voluntad que Seamus Heaney transmitió a sus seres más queridos: la de situar en un libro todos aquellos poemas más íntimos, más medulares. Leer sus versos siempre nos sitúa ante la historia reciente de su país. En ese retrato desparrama Heaney todo el fuego de su emoción. Pero su realismo convive con la magia. Tal vez porque la felicidad lo desordena todo, ser coetáneo de una época exige percatarse de sus altibajos, que resultan tan reveladores. Heaney define esos contrastes enmarcándolos en la Naturaleza, y así llega finalmente hasta el hombre. Atravesar estos poemas es recapacitar sobre un mundo e incluso recrearlo, volviéndolo más concreto.

Nuestro poeta logra vencer al vértigo. Verbalmente, su obra demuestra una construcción robusta que se apoya en ese secreto murmullo del lenguaje. Éste, según ciertas concepciones de los teóricos, llegaría a la misma divinidad. Esto demuestra la desmesurada amplitud del empeño de Heaney, pues nadie tan aferrado a lo real como él. Hermanando lo social con el propio panteísmo intuido, el poeta se encargó de conectar con el horizonte, aceptando la obligación de apuntalarlo de nuevo. “Cavaré con mi estilográfica”, manifiesta en el primer poema de este libro. Heaney quiere ser uno más de los suyos, cavar como su padre y como su abuelo. Toda su poética responde a una moral. ¿Cómo consigue salir adelante? Un registro amplio en el vocabulario, unas palabras que trenzan laboriosamente un tapiz, la mezcla entre lo infantil y lo extraño, la explosión de lo soterrado, tantas descripciones puntillosas, el todopoderoso amor hacia el ámbito de la familia… Todo ello para demostrar que la fisicidad es la vía de contacto con lo esencial, el trasvase enriquecido de un universo.

Gracias a una contención fabulosa, dueña de unas leyes que el lector no esperaba, se desvela al fin la realidad más intensa y visceral. “Todo lo que conozco es una puerta que da a la oscuridad”, dice Heaney. Pero detrás de esa puerta hay alguien trabajando el metal en una fragua. En realidad, el poeta busca volver a humanizar todas las sensaciones del gran magma, puesto que de algún modo ya proveníamos de él. Así, la predestinación telúrica le lleva a validar la moral a través de la estética. Si hacemos caso al horizonte, el propio mundo físico nos conducirá al relieve ético, a la solidez personal. Una persona sensata debe comprender que el horizonte está vivo, reflexionar con él. Eso logró nuestro poeta: anticiparse a una función que se estaba iniciando a su alrededor. Se puede decir que Heaney fue coautor de su tiempo. De ahí el aspecto oracular en el sustrato más interior de su obra. Cómo un niño del campo irlandés, jugando entre las charcas y la turba, dejándose llevar por el ensueño de las canciones, viviendo el lenguaje como algo sagrado y próximo a la vez, logra convertirse luego en su vida adulta en el referente clave de la poesía de su país, es una pregunta que flota en cada poema. La grandeza de este autor radica en su capacidad de hacerse presente en lo cotidiano, de tal manera que jamás avasalla con heroicidades fuera de tono. De sobras sabía que la suya era una poesía necesaria, tanto como el silencioso horizonte.

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