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El primer masajista del Lleida

Ricardo Prunera, conocido como ‘El ciruelo’, ocupó el cargo durante dos temporadas hasta ser
sustituido por el mítico Pacheco || Exfutbolista, nunca cobró una sola peseta por su trabajo

Ramón Vilaltella impone a Prunera la insignia de oro del club en un Lleida-Europa en el año 1963.FONS PORTA/ SERVEI AUDIOVISUAL IEI

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El Lérida Balompié se estrenó como club deportivo en la temporada 1939-1940, tras una fusión entre el Lérida SC y el Calaveres, disuelto en julio de 1936, y jugando sus partidos como local en el campo de la carretera de Corbins, actual Baró de Maials. Sebastià Tàpies fue el primer presidente; y Sebastià López, abuelo de la escritora Marta Alòs, el entrenador. 

Ricardo Prunera en su etapa como masajista del Lérida Balompié.fONS PORTA/ IEI

El club debutó en la Segunda Regional ante el Borges Blanques, Igualada, Tarragona, Reus y Valls. Acabó primero de grupo y jugó la promoción de ascenso ante el Olot aunque acabó derrotado. En la 40-41, volvió a quedar campeón y logró subir a Primera Regional derrotando en la fase de ascenso al Rapitense. Tras la Guerra Civil había ganas de futbol y el campo leridano se llenaba hasta la bandera.En aquella plantilla destacaron, además de los Pirla, Bademunt, Albareda, Sellart, dos jugadores, Antoni Anguera y Josep Vendrell que acabarían fichando por el FC Barcelona, donde ganaron Liga y Copa. 

Pues bien, en aquel equipo, el primer masajista de la entidad era Ricardo Prunera, al que apodaron El ciruelo, en una más que discutible castellanización de su primer apellido. Exjugador antes de la Guerra Civil trabajaba como funcionario de limpieza de la Paeria y cabe decir que jamás percibió ni una sola peseta. Prunera aguantó hasta la temporada 40-41. A la siguiente, ya en Primera regional, cedió su plaza al mítico Antonio Creus Pacheco, que se mantuvo en el cargo hasta su fallecimiento en 1981. En 1963, el Lleida le rindió homenaje en los prolegómenos de un partido ante el Europa, imponiéndole la insignia de oro de la entidad.

‘Don Tancredo’, una suerte habitual en las plazas de toros en la primera mitad del siglo XX.

Sin embargo, la máxima popularidad de El ciruelo, a banda de la conseguida a través del fútbol, la alcanzó como Don Tancredo, una suerte taurina, ahora prácticamente olvidada, que se hizo muy popular en la primera mitad del siglo XX y que servía como fuente de ingresos, arriesgada eso sí, a personas con necesidad imperiosa de conseguir dinero. El Don Tancredo vestido de blanco y con rostro y manos enharinadas, se colocaba sobre una tarima igualmente blanca frente a la puerta de toriles con la obligación de no mover ni un solo músculo. El saber de la tauromaquia afirmaba que al quedarse inmóvil el toro creía que se trataba de una estatua y no la embestía. Sin embargo, ser Don Tancredo tenía sus riesgos porque el astado, en muchas ocasiones, no era engañado y se llevaba por delante a la “estatua”. El incremento de cogidas obligó, con el tiempo, a suprimir tal costumbre.

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