ESNOTICIA
El éxodo urbano
La pandemia dispara el interés por vivir en pueblos de Lleida en busca de un entorno saludable lejos del bullicio de la ciudad || Familias con niños pequeños o profesionales cerca de la jubilación que se trasladan a sus segundas residencias, perfiles de los nuevos vecinos del campo
El campo está de moda. La crisis sanitaria y el miedo al contagio de coronavirus han disparado el interés por el entorno natural, pero no solo entre los turistas. También ha habido numerosos cambios de residencia. Múltiples pueblos de Lleida han recibido decenas de nuevos empadronamientos en los últimos meses. Las cifras de riesgo de contagio son más bajas en el campo y la expansión de las nuevas tecnologías y de internet de última generación (en implantación, aunque pendiente aún en una parte de la Lleida rural) permite hacer las maletas y optar por alquilar o incluso comprar una casa en un pequeño municipio y teletrabajar.
Varios ayuntamientos han registrado desde la declaración del primer estado de alarma en marzo un repunte inédito hasta ahora de los vecinos empadronados. Frente al éxodo rural que azota buena parte de las comarcas de Lleida desde hace décadas, localidades del Pirineo y del llano han ganado vecinos. Uno de los ejemplos más remarcable es el de Naut Aran o incluso el de Vielha, que de marzo a septiembre han sumado 85 nuevos vecinos cada uno. En el caso de Naut Aran, esto ha llevado incluso a incorporar más personal en la escuela de Salardú al pasar de 53 a 70 niños matriculados.
Europa y el Estado están impulsando políticas para repoblar los pueblos casi abandonados
Algunos se trasladaron a zonas rurales para teletrabajar coincidiendo con el confinamiento
Norbert Bergós, de la inmobiliaria Proimmo de Tàrrega, asegura que en verano se duplicó la demanda para comprar viviendas en pueblos de Lleida.La mayoría de contactos los registró entre los meses de julio y septiembre de modo que todo apunta que, tras el primer confinamiento por la pandemia de la Covid, la gente busca una segunda residencia que en caso de necesidad, como un nuevo cierre, pueda convertirse en una primera vivienda donde instalarse y desde donde poder teletrabajar a la vez que se disfruta de un entorno más tranquilo. Bergós destaca que se trata de un interés en general, no solo por una zona en concreto. Ha recibido consultas sobre municipios como Vallfogona de Balaguer, en la Noguera, o Coll de Nargó, en el Alt Urgell.
Oriol Pujol, Anna Coll y sus hijos vivían en Sabadell y pasaron todo el confinamiento en Montgai, lugar al que Anna ha ido desde niña. Hacía tiempo que se planteaban el traslado y el confinamiento obligado por la pandemia lo ha acelerado, ya que durante seis meses, de marzo a septiembre, pudieron experimentar qué supone vivir en un pueblo pequeño. Ahora esperan instalarse de forma definitiva en Montgai entre la Navidad y Semana Santa. En su caso, se trata de un cambio de forma de vida y una apuesta por lo que llaman un “vivir lento”. Oriol y Anna valoran positivamente la “autonomía” que da a los niños vivir en un pueblo y aseguran que “la acogida ha sido muy buena”. Durante el confinamiento mostraron sus dotes con la música con conciertos cada tarde durante 70 días, que retransmitían Instagram y que los vecinos seguían por altavoces de 1.400 vatios: “Cada día nos esperaban”, afirman.
El suyo es uno de los perfiles más habituales de los nuevos residentes en pueblos que proceden de la ciudad. Pero hay otros.
Kike y Esperança son profesores en Sant Feliu de Llobregat. Se confinaron en L’Aranyó (Els Plans de Sió), donde tenían una segunda residencia, y ahora han decidido establecerse allí al faltar solo unos meses para su jubilación. Ahora ven normal que cada vez haya más gente que deje las grandes urbes por espacios más tranquilos “donde el tiempo se pare”. A ello se añade una relación con vecinos de poblaciones del entorno “que nos enriquece mucho”. En la actualidad en L’Aranyó además de ellos viven otros dos vecinos.
Montse y Toni también tenían una segunda residencia en Vinaixa, donde solo han residido de forma continua tres meses. La semana pasada tenían previsto empadronarse tras decidir dejar Mataró. La pandemia les ha empujado a decidirse por Les Garrigues. Especialmente, ganan tiempo en familia. Además, Montse señala que “soy una persona de alto riesgo” y en Vinaixa “parece que es más saludable al no haber tanta gente ni tanto movimiento”. En el caso de Josep Ignasi y Anna, que han cambiado Tarragona por La Floresta, les ha impulsado la necesidad de estar lejos del “agobio”. Los nuevos vecinos procedentes del éxodo urbano tienen en común que aprovechan viviendas ya construidas, bien porque son suyas, o bien porque las alquilan o las compran. Esto contribuye a su vez a reducir el parque de inmuebles deshabitados que puedan entrar en degradación.