Lleida, líder del coworking rural en toda Catalunya con 15 espacios y 50 empresas
Una quincena de centros de trabajo compartidos acogen a más de 50 empresas y profesionales de sectores muy variados || Lleida reúne la mayor oferta de estos espacios de toda Catalunya
Las comarcas de Lleida son líderes en Catalunya en espacios de coworking rural. Con quince espacios de trabajo compartido, tienen la mayor oferta y reúnen a más de medio centnar de empresarios que buscan un entorno en el que trabajar fuera de su propio domicilio. La Seu d’Urgell, Guissona, Cervera, Alfarràs, Artesa de Segre y Balaguer son algunos de los municipios que acogen este tipo de espacios, ya sean de titularidad pública o privada. Muchos de ellos forman parte de una red llamada Cowocat Rural, creada en 2014 por el Consorci Intercomarcal d’Iniciatives Socioeconómiques en Móra d’Ebre y cofinanciado por la Generalitat y fondos europeos. Alguno de estos centros, como el de Balaguer, funciona también como vivero para nuevas empresas.
La red de Centres d’Empreses Innovadores incluye 16 en municipios como Tàrrega, Les Borges y Solsona. La diferencia entre esta modalidad de trabajo compartido y el coworking a veces se diluye. Ejemplo de ello es Talarn: tiene un vivero municipal dedicado en principio a firmas de reciente creación, pero alquila espacios libres a otras ya establecidas.
En toda Catalunya hay más cuarenta espacios de coworking. En el ámbito rural utilizan la misma metodología que en el urbano, pero con objetivos distintos. “En las ciudades muchos espacios están sectorizados, aquí hay más diversidad de profesionales”, explica la gerente del consorcio responsable de Cowocat, Begonya García.
En ellos pueden coincidir arquitectos, informáticos, artistas y traductores. Esto hace que la colaboración y las sinergias entre profesionales sean distintas a las de centros de grandes ciudades, que suelen aglutinar firmas de un mismo sector que buscan reducir costes. “El coworking rural es más un lugar de encuentro, de dinamización e incluso de oportunidades para generar trabajo y economía entre gente de distintos ámbitos”, concluye García.
En cualquier caso, todos los lugares ofertados en Lleida al margen de la capital presentan en su mayoría espacios comunes con electricidad e internet, la mayoría con acceso las 24 horas del día y todos los días de la semana, además de espacios cerrados para organizar reuniones, entrevistas o teleconferencias.
Coworkers rurales
La pandemia también supuso un empujón para atraer coworkers rurales. De hecho, seis de los catorce espacios que hay actualmente en Lleida fueron creados a partir de 2019. El porcentaje a nivel de Catalunya es de un incremento del 40% de espacios desde la llegada del Covid y la normalización del trabajo a distancia. “La explosión del teletrabajo en las zonas rurales ha sido brutal”, reconoce García. En este sentido, Jaume Roca, el coordinador del espacio de Balaguer, reconoce que, en los meses de confinamiento por el Covid, le llegó un alud de propuestas e iniciativas.
“Parecía como si el tiempo que pasaron encerrados en casa lo dedicaron a pensar en sus proyectos profesionales”, apuntó Roca. Una gran parte de usuarios de estos espacios rurales proceden de perfiles tecnológicos, informáticos, administrativos y de márqueting, pero el principal objetivo de sus impulsores es “fijar cualquier tipo de talento del territorio para evitar el despoblamiento rural”.
Creativitat para perdurar
La gestión de un espacio coworking no se limita a compartir oficinas y gastos derivados, sino que exige además un trabajo de dinamización que debe aplicarse de forma continuada. Talleres, charlas, jornadas técnicas, comidas e incluso festivales como el Cowork Fest son algunas de las iniciativas para dar a conocer este tipo de servicios.
En este sentido, la red Cowocat Rural ha puesto en marcha el Rural Pass, que permite usar de forma indistinta diversos espacios de la geografía catalana para los usuarios que ya estén abonados en uno de ellos de forma permanente.“Lo que queremos es que la gente salga de casa, supere su aislamiento profesional y se relacione con personas de otros ámbitos”, afirma Roca. Por su parte, a impulsora del espacio de Guissona, Sònia Esteve, puntualiza que “el coworking no es un negocio rentable del que obtener beneficios, y supone estar siempre abierta a cualquier tipo de demanda que sobrevenga”. “Somos como una comunidad”, concluye Esteve.
“A veces organizamos charlas, excursiones e incluso actividades deportivas para que la gente se motive”, relata uno de los coordinadores del Palau Cowork de la Seu.Las tarifas de los espacios coworking oscilan entre 90 y 200 euros al mes, según el tiempo de acceso, aunque también hay precios por horas o días puntuales. La oferta pública, como la del CEI de Balaguer y los centros municipales de la Pobla de Segur y Esterri d’Àneu contemplan tarifas mucho más reducidas, que van desde 10 euros para usos eventuales a 40 con acceso ilimitado.
«La mejor opción de compartir espacio»
A Sònia Esteve nunca le ha gustado trabajar en casa. “Allí no era eficiente”, recuerda. Barajó distintas posibilidades para montar su propio negocio o compartir espacios a través del alquiler, pero abrir su propio coworking fue la mejor opción. En septiembre de 2018 reformó un local familiar y empezó a trabajar para dinamizar el espacio y, sobre todo, darlo a conocer. “Los dos primeros años me los pasé picando piedra”, recuerda Esteve. De hecho, reconoce que había mucho desconocimiento sobre el coworking. Charlas, conferencias y talleres fueron la principal actividad de aquellos primeros años hasta que empezaron a llegar los primeros usuarios. “En 2020 llegaron tres arquitectos de golpe” recuerda. Desde entonces ha habido un goteo continuo de vecinos de Guissona y también de otros municipios de la Segarra, el Urgell y la Noguera. Ahora, con una decena de coworkers, su espacio está lleno. A lo largo del día, ella dedica una hora a la gestión del espacio y luego dedica el resto de la jornada a sus propios proyectos de diseño gráfico.
«Esta forma de trabajo me da más visibilidad»
Traducciones del inglés al catalán y al castellano, correcciones, edición de texto y asesoramiento en márqueting y publicidad. Vanessa Saura empezó a trabajar desde casa a partir del año 2010. De hecho, se sentía bastante cómoda. Sin embargo, nueve años después, decidió dar el salto al coworking para dar mayor visibilidad a su proyecto empresarial. “Mi trabajo es bastante desconocido”, reconoce. Además, buscaba un espacio donde no tuviera distracciones ni demasiados estímulos que la desconcentrasen, pero a la vez tener el contacto humano suficiente para evitar el aislamiento profesional. Dependiendo de su estado de ánimo, Saura combina su trabajo en casa con sus visitas el CEI de Balaguer, donde en alguna ocasión ha establecido contactos profesionales que la han permitido poner en marcha otros proyectos.
«Regresé a La Seu d’Urgell cuando me subieron el alquiler en Barcelona»
Nacido en la Seu d’Urgell, David Ribes se mudó a los 18 años a Barcelona para ir a la universidad y luego iniciar su experiencia profesional como gestor cultural. Sin embargo, al cabo de cinco años le subieron el precio del alquiler y decidió volver a su ciudad natal. Profesionalmente no fue un cambio radical, porque “ya estaba acostumbrado al teletrabajo”. Primero empezó trabajando desde su domicilio en la capital del Alt Urgell, aunque a través de unas jornadas conoció el coworking y le interesó instalarse en esteespacio. “Trabajar en casa es demasiado solitario y estar aquí me permite separar mi vida personal de la laboral” explica. Valora que en su nueva oficina está en contacto con profesionales de otros sectores “y esto genera a veces actividades complementarias”, dice. Ribes ofrece asesoramiento y consultaría sobre gestión cultural y comunicación a entidades cívicas, escuelas y ayuntamientos, la mayoría de Barcelona. Esto le obliga a veces a trasladarse hasta allí en coche, pero pasa la mayor parte del tiempo lo pasa en la oficina de La Seu.
«La pandemia ha sido el empujón definitivo para trabajar a distancia»
Propietario de una firma que desarrolla software en Barcelona, Eduard ha pasado muchos veranos de vacaciones en el Pirineo de Lleida al tener familia en el Pallars. Desde la creación de su empresa en 2012, sus cinco trabajadores solo van a la oficina unos pocos días a la semana. “Estábamos acostumbrados al teletrabajo desde el principio”, explica Serra, que reconoce que la pandemia fue el empujón definitivo para trabajar en la distancia. Ahora sus empleados están repartidos por Barcelona, Alemania e incluso Argentina. Él vendió su piso y decidió trasladarse a La Seu, “más tranquila, más limpia y más cómoda” que la ciudad condal. Además, es ideal por su proximidad con algunos de sus clientes de Andorra. Quizás los desplazamientos a Barcelona sean el principal inconveniente, pero este informático está satisfecho de su decisión. El coworking le permite además sentirse acompañado. “El contacto humano es muy necesario para mí”, reconoce. “Me gusta distraerme con colegas de otros sectores”. Asegura que incluso han surgido algunas pequeñas colaboraciones profesionales gracias al coworking.