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Los 'Macondos' del Cinca: El 'Réquiem' de Sender y las 'Calaveres Atònites' de Moncada cumplen 50 y 25 años

Siempre anclaron a sus personajes en los paisajes de Chalamera y Mequinensa

Saidí és el ‘Macondo’ de Francesc Serés i Mercè Ibarz.

La antigua Mequinensa antes de engullirla el río.. - SEGRE

Lleida

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En realidad él nunca se fue de esos paisajes, siempre los estuvo glosando. Se sentía muy identificado con ellos, de siempre”, explica sobre Ramón J. Sender uno de los mejores conocedores de su biografía y su bibliografía, el también periodista Antón Castro.

Alcolea y Chalamera, a orillas del Cinca, siempre tuvieron en la literatura de Sender el valor de un Macondo, el mítico lugar donde el nóbel Gabriel García Márquez ubicó Cien años de soledad, La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba, entre varias de sus obras prncipales. El Macondo de Sender cobra valor este año con el 50 aniversario de la primera edición en el Estado del Réquiem por un campesino español, que el novelista escribió en 1950 en México, donde salió de la imprenta con el título de Mosen Millán, el atormentado cura que, en un híbrido de ingenuidad locuaz y de maldad delatora, entrega a los fascistas en los primeros días de su sublevación de 1936 a Paco el del Molino, aquel antiguo monaguillo que había intentado cambiar las cosas como concejal republicano.

“Las luces iban por el monte y las sombras por el saso”, rezaba el romance popular sobre la ejecución de Paco que canturrea el monaguillo antes de la desolada misa funeral. El saso es, a orillas del cinca y en medio Aragón, aunque no para la RAE, que no la admite, la palabra que describe los secarrales situados en zonas altas, lo opuesto a una vega.

El empleo de esa palabra es, como las alusiones a “la ontina y el romero”, uno de esos anclajes del escritor, nacido en Chalamera en febrero de 1901 y fallecido en San Diego (California) en 1982, en un exilio de más de 40 años que levantó a finales de los 70, en los paisajes de la tierra de su niñez.También forman parte de esos ecos las alusiones a el carasol, ese lugar “en la base de una cortina de rocas que daba al mediodía” donde los mayores iban a charlar; al lavadero del río, una mezcla de espacio de tareas domésticas y centro social, o a aquel paraje situado “a las afueras del pueblo, donde ya no había casas, y la gente vivía en unas cuevas abiertas en la roca”, cuyos habitantes, o más bien sus precarias condiciones de vida, tendrían un peso nuclear en la historia.

Saidí és el ‘Macondo’ de Francesc Serés i Mercè Ibarz.

Saidí és el ‘Macondo’ de Francesc Serés i Mercè Ibarz. - SEGRE

Sender no se refiere en ninguna de sus obras explícitamente a Chalamera o a Alcolea, pero sí da pistas de por dónde se desarrollaban las historias que escribía desde México: “La aldea estaba cerca de la raya de Lérida, y los campesinos usaban a veces palabras catalanas”, narra.“Sender usaba muchos elementos de la memoria, y el escenario es claramente Chalamera y Alcolea. Estuvo allí muy poco tiempo, pero le dejó mucha huella. Esa época fue absolutamente determinante”, anota Castro. Tanto como para que un lector avezado pueda intuir el perfil de las ripas de Alcolea y sus sasos cuando sigue las correrías de Billy El Niño por Nuevo México en El bandido adolescente o la peripecia alcarreña de Sabino en El lugar de un hombre, mientras en otras como El Fugitivo aparece el castillo de Fraga. O como para repartir sus cenizas entre San Diego y el Cinca. Ese río, hermanado con el Segre y remansado por los embalses del Ebro que engulleron Mequinensa hace seis décadas es eje de otro Macondo que este año cumple un cuarto de siglo: La Vila que Jesús Moncada recrea en obras como Calaveres atònites, impresa por vez primera en el año 1999 y que arranca cuando llega al pueblo en autobús el nuevo secretario del juzgado. Antes que por esa obra, las calles, rincones y parajes de la villa que engulló el pantano llenaron las páginas de Històries de la mà esquera (1981), El cafè de a granota (1985), La galeria de les estatues (1992), Estremida memòria (1997) y, claro, Camí de Sirga (1988), que acaba cuando el viejo Nelson se siente “navegante sin barco, exiliado sin esperanza de retorno”, ante la imagen de su llaut destrozado, cuyo naufragio evoca en de un modo de vida que agonizaba en las riberas del Cinca, el Segre y el Ebro.

La vega del primero de esos ríos alberga otros Macondos, como el Saidí que recrean Francesc Serés, cuyo La pell de la frontera alcanza este año su primera década en las librerías, y Mercè Ibarz, periodista como Sender y cuya obra La terra retirada llega a la tercera desde su primera edición en Quaderns Crema.

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