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“Tor no es el fin del mundo, pero lo parece”: la crónica de SEGRE de 1995, justo antes de la muerte de Sansa

Publicamos, casi treinta años después, la crónica que SEGRE publicó justo antes de la muerte de Sansa, para explicar la sentencia que reabría a todas las viejas heridas. Leerla es volver treinta años atrás.

Josep Montané, Sansa, el dueño legal de la montaña en el momento de la crónicaRAFA ARIÑO

Lleida

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“No es el fin del mundo, pero poco le falta”. Así empezaba la crónica que diario SEGRE publicó el 26 de febrero de 1995, a raíz de la sentencia que dejaba la montaña de Tor en manos de un único dueño, Josep Montaner Baró, el Ros, Sansa. De casa Sansa. Una sentencia que reabrió heridas y disputas entre dos polos opuestos, capitaneados por el mismo Sansa por un lado y Josep Riba, el Palanca, por el otro. Tantas heridas reabrió que Sansa, justo cinco meses después, el 30 de julio de 1995, apareció asesinado en su casa.

Josep Montané, Sansa, en una imagen de SEGRESEGRE

La crónica, escrita por la periodista de SEGRE Marta Camps, describía Tor -que entonces era una leyenda negra en construcción- como “el límite de la civilización”. Una crónica que ya presagiaba lo que casi 30 años después ha acabado pasando: “muchos creen que esta sentencia agravará un viejo conflicto desencadenado en los años sesenta, y que en los años ochenta dejó dos muertos”. No iban equivocados. 

La crònica, publicada a SEGRE el febrer del 1995

Esta es la crónica íntegra:

"La montaña maldita"

No es el fin del mundo, pero poco le falta. Hoy Tor es un pueblo fantasmagórico que esconde bajo un metro de nieve una tempestuosa historia de disputas ancestrales y un montón de sueños de futuro en torno a una estación de esquí y una ruta internacional con Andorra. La sentencia que resuelve el litigio por la propiedad de la montaña puede allanar el camino para hacer realidad los proyectos, pero muchos creen lejano el final del conflicto.
Tor. Municipio de Alins, Pallars Sobirà. Tradicional ruta de contrabandistas. Población: 20 personas al verano y prácticamente deshabitado en invierno. Pasado: disputas, luchas, venganzas y muerte. Futuro: una carretera internacional. Ubicación: 1.650 metros de altura, a caballo entre el Pallars Sobirà y Andorra, al límite de la civilización.

Este perfil podría corresponder a cualquiera de los pueblos pirenaicos descritos por el escritor Pep Coll en su conocida “Montañas malditas”. Pero la maldición que rodea Tor y su montaña no tiene nada de épica, es absolutamente real y parece cada vez más actual.

En la Vall Ferrera son muchos los que creen que la reciente sentencia que otorga a un solo vecino, Josep Montané Baró, la propiedad de la mitad montaña y de sus 4.800 hectáreas de bosques y nevadas tierras no hará sino agravar un viejo conflicto desencadenado a los años sesenta y con décadas de historia jalonadas por la truculencia de las tierras.

En 1869, las trece familias que habitaban Tor formaron a una inédita sociedad de copropietarios para regular la explotación de la montaña. Según las reglas de este condominio, la titularidad de las tierras correspondía a los herederos de estas trece familias siempre que sean vecinos del pueblo, cabezas de familia y tengan allí su propiedad en Tor. Una peculiar sociedad que se mantuvo prácticamente intacta hasta finales de los 70, cuando aparecieron en escena el empresario andorrano Rubén Castañé con ambiciosos proyectos turísticos y urbanísticos en torno a la construcción de pistas de esquí. 

A partir de aquel momento empezaron los enfrentamientos entre las familias partidarias del proyecto especulativos del empresario andorrano, encabezados por Francisco Sarroca y Josep Montané Baró, y las que, de la mano de Jordi Riba Segalàs, El Palanca, recelaban de las intenciones de Castañé porque querían mantener la actividad tradicional de la montaña, que era la explotación forestal.

Era el inicio de una particular guerra con todos los tintes de un drama de la España rural y con los protagonistas más propios de los esperpentos teatrales de Valle Inclán. “Son los aires de Andorra y del Pallars que se mezclan en Tor”, dicen en Alins.

“Los oriundos de aquí son buena gente, todos los males los trajeron los de fuera”, aseguran en Tor. Sea como sea, los viejos resentimientos, los odios y las venganzas se tradujeron en sangre en julio de 1980, cuando dos hombres contratados por el Palanca mataron a tiros otros dos relacionados con Castañé. De aquel homicidio no hay nada claro. Todavía hoy, los dos sectores enfrentados se acusan mutuamente de instigar el crimen que conmocionó a la Vall Ferrera.

De la mano de estos conflictos crece en todo el valle la aspiración de conseguir su ruta internacional Llavorsí-Alins-Tor-Andorra con la construcción de una carretera a través de una pista forestal que se construyó a mediados de los años 40 y que todavía hoy es intransitable la mayor parte del invierno. Sólo los más atrevidos contrabandistas desafían en la nieve para atravesar, en todoterreno o en motonieve, el Puerto de Cabús. Ahora, el sueño de la carretera parece mucho más próximo que nunca. La Diputación ha reactivado el proyecto de 1988 y el ministerio de Obras Públicas, que está actualizando los estudios, parece dispuesto a impulsar la obra definitivamente.

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