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El Segarra-Garrigues llega al 33% de su superficie a los quince años

El viernes se cumplieron tres lustros del inicio del riego y el precio del agua y las zepas son aún los principales frenos

Casi un siglo desde el primer mapa del canal hasta que finalicen las obras, en 2032

Obres actuals d’instal·lació d’una canonada d’acer de 1.200 mil·límetres de diàmetre al sector 13, a Aitona.

Obras actuales de instalación de una tubería de acero de 1.200 milímetros de diámetro en el sector 13, en Aitona. - LAIA PEDRÓS

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En 1935, la Generalitat republicana trazó sobre un mapa de Catalunya los que consideró que debían ser los principales sistemas de aprovechamiento de los ríos y en Lleida, donde 73 años antes se había inaugurado el Canal d’Urgell, incluyó el Segarra-Garrigues.

El agua llegó a la primera finca del nuevo canal 74 años después de aquel Plan Hidráulico. El viernes se cumplieron 15 años de la efeméride. “Debía estar acabada en 2013”, recuerda Josep Maria Jové, en referencia a la red de distribución del agua, que asume la Generalitat y que comenzó a construirse en 2003. Sin embargo, el plan económico financiero aprobado en 2019 por el ejecutivo catalán fijó la fecha de finalización en 2032, después de asignar 352 millones de euros para acabarla.

Si se cumple esta previsión, habrá pasado casi un siglo desde la incorporación del Segarra-Garrigues al Plan Hidráulico catalán y el fin de su construcción. El canal, la mayor obra hidráulica en Catalunya en las últimas décadas y en la actualidad, ha pasado en estos 15 años sonadas vicisitudes, como el recorte de la superficie regable tras dos sentencias del tribunal de la UE por su afectación a las aves de los secanos de Lleida, la desconfianza inicial de los regantes a invertir en la obra o la peor sequía en Catalunya desde que se tienen datos. 

No obstante, el Segarra-Garrigues es actualmente como una mancha de aceite que avanza lenta pero sin pausa. El último informe de la conselleria de Acción Climática sobre la situación del canal, del pasado mayo, indica que actualmente está acabada el 97% de la red primaria de distribución del agua y el 37% de la red secundaria. Hasta 21.756 hectáreas, el 33% de la superficie total, pueden regar. De estas, unas 17.000 “tienen convenio firmado”, explica el presidente de los regantes, Josep Maria Jové, lo que implica que sus propietarios han firmado el contrato para acceder a las obras y han pagado. De estas, están regando unas 13.000 hectáreas.

La adjudicataria de las obras de la Generalitat, ASG, opera actualmente en seis puntos desarrollando obras para poner en regadío 2.357 hectáreas en una quincena de municipios. Desde la crisis de finales de los 2000 ya no se promueven proyectos si no hay una adhesión mínima de regantes que aseguren la viabilidad de la inversión. 

Hace quince años, la esperanza que abrió la nueva obra tenía un contrapeso en las dudas que generaba en cuanto al precio del agua, que era una incógnita, y la afectación de las zonas de especial protección de las aves, que han diezmado el proyecto. En el primer caso, el interrogante tiene respuesta y el coste del metro cúbico es uno de los más elevados. Hace solo unos días se aprobó que fuera para este año de 0,1480 euros en la principal modalidad de pago, a los que se suman tres cuotas distintas según la dotación de agua (entre 106 y 137 euros por hectárea). 

Sin embargo, muchos consideran que la alta tecnificación del riego asegura un gasto más que ajustado a las necesidades de la planta. El proyecto contempla la implantación del riego en 64.000 hectáreas, 14.000 están excluidas del agua y unas 6.200, pendientes de pruebas piloto.

“Tenemos proyectos en lista de espera”

“Tenemos lista de espera. Hay más obra demandada por los agricultores que en obras”, asegura el presidente de la comunidad de regantes, Josep Maria Jové, que afirma que “vamos por delante del plan económico financiero” del Segarra-Garrigues, que fijó la fecha de finalización de las obras en ocho años, después de casi tres décadas. “Ahora parece que esto ha cogido ritmo”, señala Jové. Pese a todo, lamenta que la paralización del plan piloto en la zepa de Els Plans de Sió mantiene más de 6.000 hectáreas de la zona centro del canal sin esperanza de agua: “Hace 15 años que se tenía que haber hecho, pero no les interesa porque saben que saldrá bien. Es un fracaso”, señala, en un momento en que los ecologistas amenzan con llevar de nuevo el proyecto ante el tribunal de la UE. El precio del agua es otro gran escollo, pero “el 60% del coste del agua procede de la energía” y “tenemos un proyecto para que toda se genere con placas solares”, aunque por ahora está sufriendo retrasos en su tramitación.

Ramon y Pol Torra, primeros regantes en 2009. Finca Masset, entre Oliola y Vilanova de l’Aguda: «En dos años, dupliqué el regadío»

Pol Torra tenía 11 años cuando su padre, Ramon, se convirtió en el primer regante del Segarra-Garrigues. Lo hizo con una finca de unas 20 hectáreas plantada con patatas. “Al cabo de dos años, dupliqué la superficie” y ya fueron 41 hectáreas de propiedad en regadío. Explota otras 20 alquiladas. En unas 8 mantiene el patatal; tiene otras 14 con cebolla para semilla que vende a una empresa holandesa y el resto, con trigo y cebada. “No me atreví con maíz de primera cosecha, en octubre, porque no tenía garantía de agua” a raíz de la sequía (los hortícolas sí pudieron regar en 2023). La obra es cara (unos 6.000 euros por hectárea) y “el agua también”, admite. Pero “ha salido a cuenta”. De ahí que Pol, ahora con 26 años, haya apostado por seguir los pasos de su padre en la finca.

Josep Planella, regante de Les Borges Blanques: «Lo que no se riegue es inviable»

Josep Planella tiene fincas de frutales en el Canal d’Urgell y hace seis años, cuando el agua del Segarra-Garrigues llegó a Les Borges Blanques, no dudó en transformar una superficie similar para regarla del nuevo canal. Pero en su zona el proyecto no ha convencido a muchos: “Llegó 20 años tarde y ha cogido a mucha gente muy mayor”. Sin embargo, la última sequía, la peor en décadas, ha animado las adhesiones, señala Josep: “Los jóvenes aprietan a los padres y estos piensan: o pongo agua o abandono. Todo lo que no se pueda regar es inviable”. Sin embargo, una parte de la finca, con hidrante a punto, está por regar porque requiere una fuerte inversión en transformación del cultivo y “no me atrevo. Si saliera mal, me arruino con cerca de 60 años. Aún no lo veo”.

Francesc Xavier Albareda, agricultor de Agramunt: «Las zepas impedirán que haya relevo generacional»

“En Els Plans de Sió, concretamente cerca de Les Pallargues, no nos dejan regar nada a pesar de tener el canal Segarra-Garrigues a tocar y tenerlo todo preparado para poder hacerlo (balsas, estaciones de bombeo…), tan solo falta llevar el agua a las fincas. Vemos pasar el agua y lamentablemente cada año perdemos las cosechas. Hay unas 7.000 hectáreas pendientes de la prueba piloto de riego de apoyo a los cultivos tradicionales (para analizar su compatibilidad con las aves protegidas) y no se está llevando a cabo. 

Esta ya es la tercera campaña consecutiva en que los agricultores de esta zona pierden la cosecha y viven la situación actual como si se tratara de una deportación. En el siglo pasado las deportaciones las hacían a punta de bayoneta y ahora el gobierno las hace ahogando económicamente a un territorio. Quien ya tiene una edad acabará su vida laboral como podrá pero no habrá relevo, en pocos años todos estos pueblos quedarán abandonados. Esto pasa en la zona de la Ribera del Sió pero también en Belianes, Preixana, Tàrrega o la zona de Alfés. 

Hay muchas hectáreas en las que cada año se pierden las cosechas porque no nos dejan regar los cultivos tradicionales de toda la vida por la gestión que se ha escogido hacer en la zona zepa. Podríamos estar de acuerdo en que una zepa debe crear un hábitat que proteja y no perjudique a las aves, pero de ninguna manera en el tipo de gestión actual. Pensamos que se podría conseguir regando al menos los cultivos tradicionales: cereal, viña, almendro y olivo. Desde el Segarra-Garrigues reclamamos poder regar en estas zonas zepa, al menos, los cultivos tradicionales que llevan haciendo toda la vida, hecho que permitiría a los agricultores salvar la cosecha y respirar un poco. Esperamos que con un nuevo Govern haya una nueva sensibilidad de cara a las familias que viven en el territorio y a la agricultura. 

Por suerte, esto no es lo que pasa en todo el territorio: en algunas zonas, la llegada del canal ha cambiado totalmente los municipios. El mejor ejemplo es Verdú, donde hay jóvenes sacando adelante las explotaciones, con mucha viña, pistachos… el agua da pie a todo, a diversificar y a producir a la vez que ayuda a rejuvenecer y facilitar el relevo generacional del sector”.

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