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El contrabando de tabaco se reduce un 82% en una década en el Alt Urgell

El trasiego de tabaco ilegal migra a Francia al caer en picado la rentabilidad

Un contrabandista ya retirado encara una de las pistas que comunican Andorra con el Alt Urgell. - JORDI ECHEVARRIA

Lleida

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El contrabando de tabaco desde Andorra ha entrado en declive tras desplomarse los márgenes, y con ellos la rentabilidad, con los que trabajaban las colles que durante décadas introdujeron cantidades industriales de ese género por el Alt Urgell, donde el trasiego se convirtió en un pilar, hoy decadente, de su economía informal.

“El contrabando de tabaco desde Andorra está muy a la baja. No tiene nada que ver con lo que ocurría en los años 90”, explica Meritxell Calvet, delegada de la Agencia Tributaria en Lleida.

Los datos de Hacienda dejan pocas dudas acerca de la evolución que describe Calvet: los picos de más de 700.000 euros de valor del tabaco aprehendido en la aduana de La Farga de Moles y en sus inmediaciones en 2013 (740.458 euros) y 2014 (729.601) se han reducido a una media de 136.170 en los tres años posteriores a los confinamientos por la pandemia.

Eso equivale a un desplome de más del 80% en una década que incluye algún otro dato significativo: para hallar registros inferiores a los de 2022 (sin incluir 2020) tanto en la aduana (56.721 euros) como en sus inmediaciones (42.790) hay que remontarse quince años atrás, hasta 2007 (20.203 y 35.197). 

El descenso ha sido mayor todavía en lo referente al volumen de infracciones, que ha caído un 85% en diez años, de las 567 de 2013 a las 88 de 2023.

No obstante, hay que tener en cuenta que el contrabando es, como el narcotráfico, una de las actividades ilegales con más cifra negra (episodios que no llegan a conocer las autoridades). 

Sin embargo, en este caso hay consenso en que el cotrabando de tabaco desde Andorra está en decadencia hacia el sur y en auge hacia el norte.

“Sigue pasando tabaco, pero no tanto como pasaba entonces, cuando sí era un negocio”, anota Meritxell Calvet.

Efectivamente, el trasiego de tabaco en pequeñas cantidades se mantiene, como indica ese promedio de algo más de media docena de aprehensiones mensuales de alijos de poco más de 2.000 euros; es decir, de menos de cuarenta cartones de Chesterfield o Lucki Strike, 41 de Winston o 45 de Marlboro.

Esos volúmenes tienen más que ver con el flujo de pequeños alijos de tabaco que durante décadas han sido uno de los principales vectores de ingresos informales de las economía familiares del Alt Urgell y la Cerdanya, y en menor medida el Pallars Sobirà, que con la operativa de grupos organizados.

“Ya no deja margen. Y hay que tener en cuenta que se necesita un colchón para volver cuando te cogen. El problema no es tanto la pillada sino tener que volver a montarlo todo”, explica Rambo, el alias bajo el que en su día operaba el jefe de una de las principales colles del Coprincipat, ya retirado.

¿A qué responde esa retracción? Básicamente, a la evolución del diferencial tributario del tabaco, que es el componente principal del precio de un producto en el que el coste de las hebras apenas varía y cuyo carácter industrial reduce el de la elaboración. El diferencial lo determina la distinta carga tributaria que le aplica cada Estado, que es el margen con el que trabajan los contrabandistas.

Si se trata de tabaco andorrano, ese margen es, en el caso del Marlboro, de 69 céntimos de euros en España, 7,06 euros en Francia y 13,06 en Reino Unido; y, para el Chesterfield, de, respectivamente. 1,60, 8,25 y 13,25 euros. Eso explica el colapso del negocio desde Andorra hacia el sur y su despegue hacia el norte.

“El contrabando va claramente a la baja. Los precios se han disparado en Andorra, y para las colles ha dejado de ser rentable. En una intervención pierden lo que han ganado en seis o siete meses”, explican fuentes policiales.

Esa reducción de márgenes con el histórico principal proveedor de tabaco de contrabando del sur de Europa ha favorecido que otros formatos ocupen el hueco que se iba abriendo.

Uno es la llegada, por vía marítima en contenedores, de paquetes de cigarrillos falsificados fabricados en países asiáticos. La otra es la elaboración de esas cajetillas en plantas clandestinas en territorio estatal, a menudo en el valle del Ebro, que procesan hebras orientales en maquinaria importada de los Balcanes. En ambos casos, el paquete que se vende en la calle a cuatro euros sale por menos de 50 céntimos: entre dos y cinco veces el margen que ofrece Andorra.

"En el negocio ya no queda nadie del país"

 Un jefe de 'colla' ya retirado expone las claves de una operativa qeu movía cientos de miles de euros cada día

Rambo, sobrenombre de un antiguo jefe de 'colla' en Juberri.  JORDI ECHEVARRIA

“Había que estar un poco loco para dedicarse a esto y jugarte en un día lo que valía un piso”, plantea Rambo, quien durante años dirigió bajo ese sobrenombre una de las principales colles de contrabandistas de Andorra y que ha vivido en persona el auge, el declive y la mutación de un negocio básico en la boyante economía sumergida de las comarcas pirenaicas que rodean el Coprincipat. “No se planteaba como una actividad delictiva sino como una empresa”, anota.

“En el contrabando, que era una forma de vida y una actividad económica en Andorra, el Alt Urgell, la Cerdanya y el Pallats Sobirà, ya no queda nadie del país”, señala. “A medida que se fueron endureciendo las leyes en Andorra era más difícil encontrar gente. El que buscaba un sobresueldo dejaba de venir y se acercaba el delincuente”, recuerda. “El 80% era conocer el país”, explica: pistas, cruces, caminos, puertos, ríos, barrancos, puntos de emboscada, vías de salida.

Ese endurecimiento arrancó en la segunda mitad de los 90, cuando la UE empezó a presionar a Andorra con medidas políticas y despliegues policiales como la operación Montaña, para que elevara la fiscalidad del tabaco y redujera el diferencial con los estados comunitarios.

“50.000 euros de tabaco dejaban 4.000 limpios después de pagar el combustible, la operativa y quince sueldos”, recuerda. Parte de esa ganancia bruta se iba, además de en fianzas, en comprar los todoterreno y en los talleres que colocaban la chapa de tres milímetros para proteger los bajos, las potentes suspensiones que ocultaban su uso habitual y las emisoras, en adquirir el resto del equipo: mochilas, palas, linternas, herramientas, recambios e, incluso, gatos hidráulicos. “Tenías que ser autosuficiente, no podías exponerte a perder la carga por un pinchazo o una avería”, recuerda.

Eran varias las colles que operaban a ese nivel, con una docena o docena y media de sueldos de 300 euros por noche para conductores y pilotos que salían casi todas las noches, incluidas las de los festivos por la previsible, aunque no siempre cierta, menor vigilancia.

Junto con ese formato convivían otros dos escalones de contrabandistas. Uno operaba bajo la forma (legal) del trabajador transfronterizo, para el que pasar en cada viaje dos cartones de rubio americano, que luego irían a engrosar remesas, convertía en rentable el desplazamiento de veinte km y 25 minutos entre Andorra La Vella y La Seu a mediodía: no se hacía, y se hace, solo para comer sino también para facturar.

La tercera fórmula era la del fardero, jóvenes en forma que cobraban 50 euros por pasar a pie por las pistas una caja de 50 cartones, y entre 70 y cien euros por dos (la tarifa llegó a 10.000 y 20.000 pesetas en los 90) para entregarlas al empresario pasada la frontera. Una variante era la del coche de cuatro ocupantes que cargaba en Andorra seis cajas que tres farderos devolverían al piloto al sur de la muga.

La figura de fardero, de los que había medio centenar en el Alt Urgell y la Cerdanya, tiene algo de mito. Los fardos de tela con un nudo mágico pasaron a la historia en los 80: utilizaban, en realidad, arneses manufacturados con correas, tensores y cierres de cinturón de seguridad, por su fácil apertura en caso de urgencia, en los que se encajaban las cajas, siempre forradas de plástico para evitar su deterioro si se ocultaban al raso.

Esos volúmenes de tabaco, de cientos de miles de euros cada día, salían de los almacenes de las tabaqueras, otra pieza del sistema que hoy es historia.

"El contrabando es un factor explicativo del desarrollo"

Medio centenar de 'farderos' ganaban 6.000 euros en una noche en las pistas

La Farga ha interceptado 3.700 contrabandistas en 20 años. - JORDI ECHEVARRIA

El declive del negocio del contrabando, que hace una década llegaba a inyectar en la economía informal del Alt Urgell, la Cerdanya y el Pallars Sobirà hasta 6.000 euros libres de impuestos en una sola noche y únicamente a través del medio centenar de farderos que operaban a pequeña escala en la muga, sin incluir el negocio que generaban los salarios de los grupos organizados, ha tenido un claro impacto en la actividad económica

Ninguna de esas tres comarcas ha sido para nada ajena a esa actividad declarada clandestina, por mucho que su existencia, y su peso en la economía local, haya sido con frecuencia tratada como una verdad incómoda para las elites de esas áreas, unos remilgos que no han tenido los estudiosos a la hora de afrontarlo.

“El contrabando es un factor explicativo del desarrollo socioeconómico que alcanzaron los valles pirenaicos en la segunda mitad del siglo XIX”, señala el geógrafo Joan Capdevila en su Historia del deslinde de la frontera hispanofrancesa, en la que apunta que “mientras este se pudo practicar se pudo mantener un nivel demográfico alto en comparación con la población de otras zonas montañosas de España”.“Entre la segunda mitad del XVIII y la primera del XIX fue la edad de oro del contrabando en los Pirineos”, anotó la UAB hace unos años en un estudio que data en el siglo XI “la presencia de controles aduaneros, y origen de un fenómeno que les es intrínseco: el contrabando”. “La situación de paraíso fiscal de Andorra, hasta 2010 para la UE, y su menor fiscalidad propician determimnadas prácticas ilegales (contrabando y evasión de capitales)” en el Alt Urgell, reseñó este estudio.

"De una manera u otra, se mantiene".

“De una forma u otra, la actividad del contrabando continúa haciéndose. Igual que en otros trabajos la gente se adapta y modifica sistemas, pues aquí también”, explica Miquel Àngel Sánchez, hotelero de La Seu y hasta hace dos años responsable de la Associació d’Hostaleria de l’Alt Urgell. Considera que la economía sumergida continúa presente “aunque evidentemente no con el volumen de hace años”. “Vivir en una frontera tiene sus cosas buenas. Tenemos que ser conscientes de que sin Andorra no seríamos nada”, añade.

Dos imágenes que narran el cambio de época y la mutación del negocio

El árbol gastado de la pista de Juberri. - JORDI ECHEVARRIA

Un 'fardero' emprende la subida de la montaña hacia Francia a pleno día.  - JORDI ECHEVARRIA

Las dos imágenes bajo las que discurren estas líneas ofrecen, combinadas, una certera descripción sobre el cambio de época en la frontera andorrana y acerca la mutación del negocio del contrabando. Arriba, el desgaste de ese pino situado al pie de uno de los miradores naturales de la pista de Juberri, que enlaza Andorra con Arcavell y desde donde se dominan la aduana de La Farga de Moles y Civís, permanece como testigo del sinfín de guardias que los caps de colla han efectuado allí (la corteza ha ido cayendo por el castañeteo de los dedos en los ratos muertos) para dirigir a su gente, autóctona en el 80% de los casos, mientras pasaba fardos de tabaco, por lo general al amanecer o al atardecer. Abajo, un fardero inicia a las tres del mediodía la ascensión del puerto que lleva del Coprincipat a Francia desde Pas de la Casa. El negocio está ahora en manos de jefes marselleses con, a menudo, refugiados del este como peones.

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