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Así renació Mequinensa: “nos dieron unas casas y hemos hecho un pueblo”

Los vecinos recuerdan cómo la presa del Ebro les cambió la vida hace ahora 60 años

Los restos del pueblo viejo, abandonado con la inundación, se mantienen como vestigio al pie del cerro del castillo y a orillas del Ebro. - MAGDALENA ALTISENT

Lleida

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La presa de Mequinensa, que cierra el mayor embalse del río Ebro, comenzó en el verano de 1964 a anegar la huerta y las minas del municipio que le da nombre en un proceso que remataría la de Ribarroja y que engulló una forma de vida antes de acabar alumbrando otra, en un pueblo nuevo, por la tenacidad de sus vecinos en mantener su arraigo.

“Nos dieron unas casas y hemos hecho un pueblo”, coinciden Raimundo Riau, José Algueró y Teresa Borbón, vecinos de Mequinensa que vivieron la ejecución de la presa de ese nombre con, respectivamente, 19, 12 y 7 años.

Ese pantano, que comenzó a embalsar el agua del Ebro hace ahora 60 años, anegó parte de la huerta y del centenar de minas que llegaron a operar en el término. El de Ribarroja, inaugurado en 1969, remataría el proceso y acabaría de cambiar la vida de Mequinensa, el principal puerto fluvial entre Zaragoza y Tortosa y foco de una intensa producción minera que empleaba a 3.000 mineros y que era trasladada río abajo en llaüts, las características embarcaciones que inmortalizó Jesús Moncada en Camí de sirga.Las presas, construidas por la empresa pública Enher, desplazaron a más de 5.000 personas, 3.500 en Mequinensa y 1.620 en Fayón, en un efecto nocivo del desarrollismo que la historiografía oficial suele soslayar.

“¿Cuántos años hacía que sabíamos que íbamos a marchar? En las casas nadie hacía mejoras, solo se tapaban goteras. El pueblo iba envejeciendo y deteriorándose sin que supiéramos dónde íbamos a vivir”, recuerda Borbón. “Volaban las casas aunque hubiera gente viviendo en las de al lado, los niños iban a la escuela caminando entre escombros”, apunta Algueró.

José Algueró, Teresa Borbón i Raimundo Riau, a Mequinensa. - MAGDALENA ALTISENT

La pesadilla se prolongó durante trece años, desde el inicio de las obras en 1957 hasta el estreno de las casas del pueblo nuevo en 1970. “Decían que venía una empresa a montar una presa y no nos lo creíamos, pero al final resultó que era verdad”, recuerda Riau. “A Enher le interesaba que el pueblo desapareciera. Fue un tiempo muy triste, cada día veíamos marchar a alguna familia”, anota Borbón.Enher iba expropiando casas y llegaba a asumir alquileres, siempre vetando el acceso a la cooperativa que gestionaría la construcción de las casas del pueblo nuevo, todas iguales y en calles bautizadas con letras y números. “Cada familia que se marchaba era un problema menos, Mequinensa era un pueblo a extinguir”, evoca Riau.

Enher pretendía inicialmente realojar en el pueblo viejo, a orillas del Ebro, solo a los vecinos cuyas casas resultaran inundadas y decicieran quedarse, pero “la gente se opuso y no tuvieron más remedio que indemnizar a todos y construir el nuevo” junto al Segre, señala Algueró.Los 6.378 habitantes censados en 1960, en plena vorágine de las obras del embalse y con las minas abiertas, a los que se sumaban otras 3.000 personas flotantes, se habían reducido a 3.023 en 1970, cuando nacía el pueblo nuevo.Fueron años intensos, con protestas y huelgas, con líderes como los alcaldes Manuel Sanjuán y el Oncle Josep (Moncada), que el franquismo cesaría por su apoyo a los vecinos, y con ríos que pasaban de fluir a empantanarse. “Los llaüts se quedaron ahí, flotando, y se pudrieron”, recuerdan, como una metáfora del cambio de época.

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