COMARCAS
Joana Blanch recoge la memoria culinaria y etnográfica de las 'padrines' de la Vall de Cardós: “Había más días que longaniza”
Joana Blanch recoge en 'Menjàvom del que tenívom' la memoria culinaria y etnográfica de las 'padrines' de la Vall de Cardós. “Había algo de sentido colectivo que se ha ido perdiendo”
Nadie moría de hambre, pero en muchas casas había más días que longaniza. No era posible comer carne todos los días, ni mucho menos”, explica Joana Blanch, una joven bióloga barcelonesa que trabaja como educadora ambiental en Les Planes de Son y que ha recopilado en Menjàvom del que tenívom (Bresca Editorial, 2024) la memoria culinaria, y con ella la etnográfica, de las padrines de la Vall de Cardós.
“La comida, que es la base de cualquier sociedad, porque comer quiere decir vivir, ha sido la excusa, o el hilo, para hablar de otras cosas. Pero las entrevistas eran abiertas y hablaban de todo. Ellas decían lo que les parecía importante, y eso era lo importante”, recuerda.
Ellas son buena parte (19) de las mujeres de más de 75 años de la Vall de Cardós, cuya memoria querían preservar los ayuntamientos ribereños de la Noguera de Cardós (Lladorre, Vall de Cardós y Esterri de Cardós), que antes de que Joana llegara a la zona (fue para un trabajo de fin de máster y allí sigue) ya habían conseguido financiación y dado algunos pasos hacia lo que ahora, con el apoyo del IEI y del Parc Natural de l’Alt Pirineu, son un libro y un documental de cuya parte técnica se encargó su compañera Bruna González.
Libro y cinta homenajean a las mujeres “que han mantenido el fuego vivo de los hogares de todos los pueblos que se encuentran entre el Forat de Cardós y el Port de Tavascan, y de Lo Calbo al Pla de Nequa”, donde “han sido el pilar de las casas en tanto en cuanto han sido las encargadas de realizar y sostener las tareas imprescindibles para la producción de alimentos y la reproducción en una economía tradicional basada en la autosuficiencia”, puede leerse en Menjàvom del que tenívom (“comíamos de lo que teníamos”, en pallarés).
¿Y qué tenían para comer a orillas de la Noguera de Cardós entre los años 30 y la modernidad? “Casi todo era natural y autoproducido. Compraban la sal, el aceite y el vino, cultivaban cereales y hacían el pan. Y en los meses en los que había pocos cultivos disponibles, que eran muchos, tiraban de conservas, de embutidos y de confitados”, señala la autora, a la que le llamó la atención el papel central que tenía el cerdo en las casas que podían criarlo.
“Cultivaban patatas que le daban de comer al cerdo”, recuerda, mientras desliza un factor clave del libro y el documental: “para mí eran interesantes cosas que la gente aquí puede dar por conocidas”.
Una de ellas fue la existencia de la col de tocino o col de gallina, es decir, la col de invierno, una de las hortalizas que mejor resiste el frío y que se caracteriza por el color oscuro y la rugosidad de sus hojas exteriores. “Es la única que no se hiela. Las hojas de fuera eran para los tocinos y las gallinas y las de dentro se cocinaban con patata”, anota. A ese plato se le conoce allí como verdura, sin más. “Al trinxat se le llamaba verdura porque era la única verdura que había: col y patata”, añade.
También la matanza del cerdo, en invierno, tenía normas no escritas que remiten al polisémico más días que longaniza: “me explicaban que un jamón no se empezaba hasta que no estaba preparado el siguiente. Era una forma de asegurar” la disponibilidad de una de las principales fuentes de proteína y de grasa en los duros inviernos a más de mil metros de altitud.
“Todo era natural y todo se aprovechaba. Esos son los dos conceptos clave”, anota, sobre dos rasgos que con el tiempo se han ido difuminando. “Había algo de sentido colectivo que se ha perdido”, apunta, mientras repasa las aportaciones sobre el cultivo de la tierra, a menudo comunal, o la ancestral escala de valores rural en la que “el núcleo era la casa, después iba el pueblo y luego el valle”.