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COMARCAS

El pueblo que disfrazó su carnaval de fiesta religiosa para saltarse el veto franquista

Mequinensa logró mantener una tradición de varios siglos . Los vecinos retaron a la dictadura durante décadas con acciones como pintarse la cara ante la prohibición de usar caretas

Un grupo de mujeres disfrazadas en el pueblo viejo de Mequinensa en los años sesenta. - AYUNTAMIENTO DE MEQUINENSA

Lleida

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La gente iba a la iglesia, a las celebraciones religiosas, y cuando acababan se acercaba a su casa, se disfrazaba y se reunía en la plaza de armas del pueblo y comenzaba a desfilar por las calles con una banda de músicos”, explica Javier Rodes, responsable de los museos de Mequinensa, sobre la tradición del carnaval de la localidad, que se remonta a hace más de tres siglos y que tiene entre sus particularidades la de haber sido una de las pocas en todo en Estado que se mantuvieron durante la dictadura franquista.

Al franquismo no le gustaba el carnaval, algo que le llevó en febrero de 1937 a “suspender en absoluto las fiestas” ya que “las circunstancias excepcionales que traviesa el país (...) aconsejan un retraimiento en la exteriorización de las alegrías internas, que se compaginan mal con la vida de sacrificios que debemos llevar”, según recogía una orden de su gobernador general. Tres años después, Ramón Serrano Suñer, conocido como el cuñadísimo, entonces ministro de Gobernación, prorrobaga la prohibición “no existiendo razones que aconsejen rectificar dicha decisión”.

Es pintaven la cara davant la prohibició d’utilitzar màscares. - AJUNTAMENT DE MEQUINENSA

Sin embargo, en Mequinensa optaron, ya en plena posguerra, por trasladar el carnaval a la primera semana de febrero y hacerlo coincidir con las festividades de San Blas y Santa Águeda, el 3 y el 5 de febrero. “El carnaval se mantuvo con la particularidad de la fecha, y quizás por eso se salvó, porque quedó camuflado como una fiesta religiosa”, anota Rodes. “No se decía que era un carnaval sino una festividad de santos, y la dictadura hizo la vista gorda, lo toleró”, añade.

“La gente se disfrazaba de lo primero que encontraba en casa, a menudo con las ropas de sus antepasados”, explica José Nicolau, de 94 años, que vivió los primeros carnavales de desafío al franquismo.

“No se tenía ningún miedo ni se nombraba a Franco para nada. La gente se divertía y ya está”, añade.

El veto a las celebraciones carnavalescas dedicaba un apartado específico a la prohibición del uso de máscaras, un extremo que sí se respetaba en Mequinensa, aunque también para eso encontraron un plan b: “La Guardia Civil no permitía que la gente se tapara la cara, pero, en esa línea de ir siempre al límite, mucha gente se la pintaba”.

Las celebraciones, cuya organización giró en torno a las mujeres desde el siglo XVIII, se recuperaron con el traslado al pueblo nuevo tras la inundación. Y se mantienen (se celebran este fin de semana) con particularidades como el requisito de que para participar en el concurso, los disfraces de las cuadrillas tienen que haber sido hechos a mano. “Requieren mucho esfuerzo y dedicación. En otoño ya se empieza a trabajar en los diseños”, señala Rodes.

El carnaval de Mequinensa fue declarado fiesta de interés turístico por el Gobierno de Aragón a finales de 2018 “por tratarse de un festejo popular muy arraigado en la localidad, que se celebra desde hace varios siglos con activa participación de la población, en la que tiene un notorio enraizamiento”, señala el reconocimento.

El ayuntamiento de Mequinensa ha puesto en marcha los trabajos para dedicarle un museo.

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