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LLADORRE

Pepet, el pallarés que creó una universidad

José Ticó, de 101 años y de Lladorre, llegó a Perú en 1943 por vez primera

Reunió familiar a Lladorre en una de les visites del Pepet.

Reunión famliar en Lladorre en una de las visitas de Pepet.

Lleida

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“He aprovechado todas las ocasiones que he tenido para seguir formándome. No he dejado pasar ninguna oportunidad”, explica desde Lima (Perú), José Ticó, Pepet de Serra para sus familiares y vecinos, un marista originario de Lladorre (Pallars Sobirà). Sus 101 años le han dado para haber sido en dos ocasiones provincial de su orden en el país andino, al que llegó por primera vez en 1943 con solo 21 años y como misionero, y para haber participado en 1990 desde ese cargo en la fundación de la universidad Marcelino Champagnat, de la que fue el primer secretario general y, años más tarde y con 82 cumplidos, uno de sus primeros doctores. Es profesor emérito desde 2019.

La biografía de Pepet de Serra incluye algunos trazos embemáticos del Pallars como la migración, la capacidad de adaptación y, al mismo tiempo, el arraigo. Y también, claro, la longevidad. “La casa no se partía. Estaba el hereu, y los demás sabían que tenían que irse a otra casa o a aprender un oficio, militar, religioso o de otro tipo, aunque los solteros tenían derecho a seguir en la casa mientras lo fueran”, explica el economista Xavier Ticó, sobrino de Pepet.

Él, que vivía en una casa en la que habían nacido doce hijos, ingresó con doce años en los maristas, quienes, como otras órdenes, recorrían el Pirineo en busca de jóvenes con talento y con los que se formó como profesor de física y matemáticas años antes de viajar a Perú. Cuando decidió hacerse misionero, su mentor “me dijo que escribiera a mis padres para ver si me daban permiso. Les escribí, pero como no me respondían me dijo que tenía que ir a casa y convencerlos”, explica. “Primero me dijeron, poco a poco, hemos de hablarlo con tu madre. Esperé una semana”, recuerda, hasta que su padre acabó por darle vía libre. “Se lo dije al director y a finales de ese año me trasladaron al junio rato de misiones internacionales de Grugliasco, en Italia”, explica Pepet.“Algunas veces me sorprendían las responsabilidades que se me encomendaban, como, por ejemplo, ser maestro de novicios o cuando me pidieron que fuera a Roma para dirigir grupos de maristas con más experiencia que yo”, anota.

En el siglo de vida que acumula pasó de ser alumno en una escuela que disponía de un maestro para 60 alumnos, y en la que comenzó a destacar por su manejo numérico (“me sabía las tablas de multiplicar a la perfección, gané varios premios”, explica), a fundar y dirigir una universidad en un itinerario que incluyó etapas de residencia en países como Italia y España. Todo ello sin perder el contacto con su familia, que cuenta hoy con 106 miembros (la más reciente es, desde abril, es Amaia Ticó Sánchez) de seis generaciones y en la que él es el de mayor edad. “Conecta cada fin de semana” con el grupo de wathsapp familiar, explica el economista, y contacta a menudo con con sus hermanos Sever y Teresa y con su sobrino Josep, que vive en Casa Serra en Lladorre, donde también se ha dado un proceso de adaptación, del vacuno de leche de principos del siglo XX a la actual combinación del bovino de engorde con actividades turísticas como una casa rural y un cámping.

Pepet de Serra no ha podido conocer en persona la etapa más reciente. José Ticó solía desplazarse a Lleida y visitar también Lladorre cada dos años, tres como mucho, en unos viajes que se han visto susttuidos por las visitas que le van haciendo sus familiares.

“Éramos sesenta alumnos con un maestro para todos”

José Ticó, Pepet de Serra, conserva con claridad a sus 101 años algunos recuerdos de su infancia en Lladorre, cuyo eje giraba en torno a una escuela, L’estudi, que compartía edificio con el ayuntamiento y cuyo funcionamiento pagaban de su bolsillo las familias. A sus clases asistían “unos 60 alumnos, niños y niñas, de Lladorre, Lleret, Boldís de Dalt y Boldís de Baix. Teníamos un maestro para todos”. Llegaban a pie, por los caminos que conducían hasta la escuela, y con la comida en un hatillo. “Dejábamos el refrigerio en casa de amigos para calentarlo a mediodía” antes de comerlo. “En invierno había una estufa en la que se quemaba leña que llevábamos entre todas las familias”, señala. “Al llegar a clase, todos íbamos a calentarmos las manos”, anota. En clase, añade, “el maestro tenía que espabilarse para enseñar y hacer grupos de niños por edades. Los mayores ayudaban enseñando a los pequeños”.

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