COMARCAS
El tío pallarés de América
Matías Granja, de Sort, amasó con la exportación de salitre en Chile una fortuna con la que su primera mujer levantó el palacio de Marivent en Palma . Sisco Farràs recoge en 'Opera y salnitre' su aventura, que arranca con una gamberrada incendiaria en una misa del gallo
Emprendedor. Granja explotó varias oficinas salitreras y llegó a construir un puerto en Caleta del Coloso y un tren para llevar hasta allí el salitre. - CEDIDA POR SISCO FARRÀS
Matías Granja. Fecha nacimiento: 1840, en Sort. Fecha de fallecimiento: 1906, en Valparaíso. Llegada a Chile: 1864 - CEDIDA POR SISCO FARRÀS
Laura Mournier y Saridakis. - CEDIDA POR SISCO FARRÀS
Sisco Farràs, con un ejemplar d Laura Mournier y Saridakis. e su libro ‘Òpera y salnitre’. - LLUÏSA PLA
Emprendedor. Granja explotó varias oficinas salitreras y llegó a construir un puerto en Caleta del Coloso y un tren para llevar hasta allí el salitre. - CEDIDA POR SISCO FARRÀS
Emprendedor. Granja explotó varias oficinas salitreras y llegó a construir un puerto en Caleta del Coloso y un tren para llevar hasta allí el salitre. - CEDIDA POR SISCO FARRÀS
El palacio de Marivent, el lujoso edificio modernista de Palma conocido por ser, tormentoso pleito mediante, la residencia de verano de la familia real española, se pagó con la fortuna que había amasado con sus negocios de salitre en Chile Matías Granja, natural de Sort. Aunque no lo ordenó construir él, sino su primera mujer, Laura Mournier, que tras su muerte se había hecho con la mitad de sus caudales (y de sus deudas), y el segundo marido de esta, el griego Juan Saridakis, cuyo apellido daría durante décadas nombre a una finca (Can Saridakis) frecuentada por artistas y bohemios de la isla.
La historia de Granja arranca en 1840 en Sort, donde nace, y tiene su primer punto de inflexión en una nochebuena de finales de la siguiente década, cuando irrumpe en la misa del gallo con un fajo de paja ardiendo. “Ese episodio lo recogí de la tradición oral”, explica Sisco Farràs, que describe la vida del empresario pallarés en Òpera i salnitre (Garsineu, 2024) y que cuenta cómo, tras la trastada, “su padre, que había sido alcalde y era una persona conocida, le recomendó que se largara”. Se fue a Barcelona, desde donde viajó a Valparaíso en 1864, con 24 años, tras contactar con los agentes de inmigración que el Gobierno chileno enviaba a Europa para captar emprendedores europeos con los que explotar el desierto de Atacama. En esos años conoce al bilbaíno Juan Higinio Astoreca, que sería primero su socio y más adelante socio y cuñado al casarse con su hermana, que también dejó el Pallars.
“Se empezaba a hablar del oro blanco, que era el salitre”, señala Farràs. Matías pasa cuatro años aprendiendo con empresarios del guano y la minería, mientras Juan empieza a ganar dinero con el comercio colonial, que consistía en vender, a veces con márgenes disparatados, en las ciudades del norte, a miles de kilómetros, los productos europeos que importaban en barco. Los cuñados se asocian y “fundan la empresa Granja Astoreca, con la que empieza la fase de acumulación de capital” previa a su expansión, anota Farràs.
Años después, en 1885, Granja entra, asociado con Baltasar Domínguez y el gallego Antonio Lacalle, en el negocio del salitre en el norte de Chile. El salitre (nitrato de potasio) tuvo hasta el primer cuarto del siglo XX una elevada demanda en Europa, donde la industria química lo utilizaba como base de fertilizantes y explosivos. Se extraía, tras separarlo de la piedra, en los afloramientos de los depósitos naturales de sales de nitrato que localizaban en el desierto los pateadores. Desde allí se trasladaba, para procesarlo, a las oficinas salitreras, una especie de colonias industriales similares a las textiles de aquella época en el Llobregat.
La compañía del pallarés localizó una zona con varias salitreras abandonadas, las compró. construyó un puerto en Caleta del Coloso para darle salida hacia Europa y se hizo con los permisos del Ferrocarril de Aguas Blancas, inicialmente de cien kilómetros y que a finales de los años 20 superaba los 280. “Vio que la única forma de hacerlo rentable era hacer factible el transporte. Y, además, eso les daba el monopolio del transporte sobre otras oficinas”, indica Farràs.
También la vida sentimental de Granja fue ajetreada en esos años. Se casó en 1877 con Mournier, aunque la pareja duró poco por incompatibilidad de caracteres. Poco después se emparejó, sin boda, con Laura Navarro, con la que tuvo dos hijos.
A principios de siglo, de regreso de un viaje por Europa, se lleva dos chascos que no había visto venir: Mournier le pide el divorcio y, con él, la mitad de su fortuna y, prácticamente de manera simultánea, se percata de que el negocio padece fuertes tensiones financieras. El pallarés intentó dejarlo todo atado antes de su muerte, que le llegaría el 15 de julio de 1906. Sin embargo, el plan no salió del todo como había previsto; entre otras cosas, porque las deudas se comieron un tercio de la herencia.
Su testamento le lega el 50% de la fortuna a Laura Mournier, que al año siguiente se casaría con Saridakis, 24 años menor que ella (56 por 32). Se conocieron mientras diseñaba la decoración del palacio que ella se había construido en Valparaíso, y que se convirtió en una especie de centro de la farándula.
La otra mitad, tras apartar un 2% para centros asistenciales, la dividió entre sus hijos (30%), otras ramas de la familia y algunos políticos, un vínculo que tuvo potentes efecto secundarios, como el escándalo que provocó el préstamo de 500.000 libras que el ministerio de Hacienda al parecer tras la intervención del titular de Interior, amigo y socio de Granja, vehiculó hacia la salitrera a través del Banco Central ya en diciembre de 1907. “El Gobierno hizo la operación para salvar la salitreras, pero eso generó un tremendo follón”, señala Farràs. Mientras tanto, el deterioro de las relaciones laborales en la compañía derivó en una huelga general que ese ministro reprimió con tal brutalidad que, tras cobrarse la vida de más de 2.500 obreros, quedó grabada en la memoria colectiva de Chile. Tanto que Quilapayún la musicó en su Cantata de Santa María de Iquique: “diremos la verdad / verdad que es muerte amarga / de obreros del salar”.
Mournier y Saridakis viajaron a Europa y se instalaron en Palma en 1922. Tres años después inauguraban Marivent, que los herederos del griego cedieron en 1965, tras su muerte, a la Diputación de Mallorca con la condición de que albergara un museo. El franquismo se lo cedió a Juan Carlos Borbón como casa de veraneo en una operación de promoción turística que los tribunales baleares ordenaron revertir en los años 80 y que el Supremo acabaría avalando: “el uso como residencia de la familia real del Palacio de Marivent ha pasado a ser el prevalente y determinante” y había generado “incompatibilidad” con el museo, sentenció.