El río que mutó en humedal

Fuente: CHE y GoogleMaps

La “estabilidad del sistema fluvial” que, a mediados de los años 60, generó la construcción de los embalses de Mequinensa y de Ribarroja, “se alcanzó con relativa rapidez” y eso “impidió el rejuvenecimiento de los afluentes”, el Segre y el Cinca, cuyos cauces y riberas “han sido objeto de intensas modificaciones” fruto de la acción humana. Estas son las conclusiones de un estudio de la Universidad Complutense de Madrid y el Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas (Cedex).

Esos procesos de origen humano, añaden, han derivado “en una situación de equilibrio dentro de las nuevas condiciones introducidas por los embalses y el hombre” del que resulta paradigmática la transformación de los afluentes tras su confluencia en lo que se conoce como Aiguabarreig.Fotografías aéreas tomadas en 1927 por personal de Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) en esa zona de la cuenca, y que este organismo acaba de poner a disposición del público en el visor del Instituto Geográfico Nacional, permiten, mediante el cotejo con imágenes actuales de satelite, observar la evolución que el tramo final del Segre ha tenido en el último siglo. Además del traslado de Mequinensa desde su ubicación original, inundada por la presa de Ribarroja, destacan dos transformaciones.Una es la creación y posteror consolidación del Aiguabarreig, la inundación de varios kilómetros del cauce como consecuencia del remanso de las aguas de la cola de Ribarroja que ha dado lugar a un humedal con uno de los mayores bosques de ribera del Estado. Allí, entre islas, carrizales y áreas marismeñas, habita una amplia gama de especies de flora, pájaros, peces, anfibios, mamíferos e insectos cuya proteccion ha dado lugar a un Lugar de Interés Comunitario (LIC) y una zona especial de protección de aves (zepa).La otra transformación, entre la confluencia de Cinca y Segre en Masaalcoreig y La Granja d’Escarp y Mequinensa, es la ocupación y estrechamiento del cauce por campos, la mayoría de frutales.