ESNOTICIA
El interés por ver las fallas llena el Pirineo
Los turistas que se acercan a ver el espectáculo de serpientes de fuego pueden multiplicar por cien a los habitantes || La gestión de la fiesta corre a cargo de los vecinos, lo que garantiza su preservación
La Pobla de Segur y Durro iniciaron ayer la segunda temporada de fallas desde que esta tradición profundamente arraigada en el Pirineo fue declarada Patrimonio Inmaterial. En La Pobla bajaron alrededor de 160 fallaires desde la montaña de Santa Magdalena, cifra levemente superior a los 150 del año pasado. En Durro fueron unos 180 (récord similar al del año pasado y superior en decenas a los anteriores), quienes descendieron desde el faro de la ermita de Sant Quirc. “Tenemos que limitar el número de fallaires para evitar aglomeraciones peligrosas”, explica Joan Peralada, alcalde de la Vall de Boí. Es indiscutible que el reconocimiento de la Unesco ha incrementado el interés por la fiesta, el número de visitantes y el impacto económico generado en el territorio. Pese a ello, sus responsables están convencidos de que no morirán de éxito, entre otros aspectos, porque quienes bajan o corren fallas son vecinos del municipio, aunque los visitantes puedan llegar multiplicar por 100 su población. El año pasado, el pueblo pallarés de Isil, donde habitualmente viven una cuarentena de personas, recibió a 4.000 turistas deseosos de ver una de las bajadas más dificultosas, espectaculares y la única que no se ha interrumpido a lo largo de la historia. Sus fallas están entre las más robustas, con un peso que puede ir de los 20 a los 45 kilos. Por ello, el número de fallaires se limita a la sesentena y siempre con un “experto” guiando a los “novatos”, como ocurre en la mayoría de pueblos. En este sentido, aunque la declaración internacional ha aglutinado estas manifestaciones de fuego bajo un mismo abanico, lo cierto es que todas mantienen su particular idiosincrasia: si la de Isil está entre las más “duras”, la de Vilaller es de las más familiares y Taüll tiene unas de las fallas más elaboradas. Únicamente en la Vall de Boí, donde se concentran diez de los quince municipios leridanos distinguidos por la Unesco, conviven cuatro tipos de fallas diferentes: rentiners (de una sola pieza), de palo, de cruz (típicas de Barruera) o la pirámide invertida de Vilaller. La costumbre más extendida es preparar las fallas unos días o unas semanas antes para que llegado el momento estén secas y se puedan encender perfectamente. Guiados por un experto, los fallaires empiezan a descender desde el faro montaña abajo, hasta llegar a la plaza donde las fallas medio consumidas sirven para crear una gran hoguera mientras los participantes bailan danzas tradicionales. En cambio, los haros o taros de la Val d’Aran son una sola pieza que se quema en la plaza, en lugar de bajar desde la montaña.