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ENTREVISTA DISTINCIONES

Rosa Fabregat: «No iba a los premios literarios porque siempre ganaban hombres»

«No iba a los premios literarios porque siempre ganaban hombres»

«No iba a los premios literarios porque siempre ganaban hombres»MAGDALENA ALTISENT

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La leridana Rosa Fabregat (Cervera, 1933) recibió el pasado 27 de mayo en Barcelona uno de los Premis Nacionals de Cultura de este año, en reconocimiento a su trayectoria literaria como poeta y narradora. Una semana después de la emoción del acto y de recibir innumerables felicitaciones, de vuelta a su hogar en Lleida de las últimas décadas compartió con SEGRE recuerdos y opiniones de una vida dividida entre su antigua dedicación profesional, la farmacia, y su pasión por la literatura.

Hace cinco años recibió la Creu de Sant Jordi y ahora, el Premi Nacional de Cultura. ¿Qué distinción le ha hecho más ilusión?

¡Esta última, sí, sí! El Premi Nacional de Cultura es lo más grande que hay. Cuando me llamaron para decirme que me lo habían concedido, pensé que ahora ya me puedo morir. Siempre supuse que nunca tendría este reconocimiento a mi trayectoria literaria.

Estos reconocimientos públicos suelen llegar tarde.

Siempre pasa, siempre llegan al final. Y más en el caso de las mujeres. Recuerdo que durante mi carrera de escritora quedé finalista en algunos premios literarios.. Pero es que siempre ganaban los hombres. No me presentaba a la mayoría de premios porque ya sabía que solo ganaban los hombres. Lo tenía asumido. Hace unos años que esto ha comenzado a cambiar.

¿Cómo nació su vocación literaria?

Supongo que fue mi padre, que tenía muchos libros en casa, sobre todo de poesía. Comencé a leer de niña los poemas de mosén Cinto Verdaguer. Cada Navidad me hacía subir a un taburete para recitar poesía o leer relatos delante de la familia. También desde muy jovencita comencé a escribir poemas, eso sí en castellano, porque no sabía catalán ni se podía aprender en clase. Tenía 13 años y aún conservo aquella primera libreta con mis escritos, que encuadernó mi madre.

Entonces, la familia se trasladó de Cervera a Lleida.

Sí, cursé el Bachillerato en las Escoles del Treball y seguí escribiendo porque me gustaba mucho. Incluso publiqué poemas en la prensa de la época.

Y llegó la universidad. ¿Por qué se decidió por Farmacia?

Mi padre quería que estudiara Medicina, pero yo quería hacer Farmacia. ¡Siempre me han gustado más las plantas, la botánica..., que el cuerpo humano!

Fue una etapa dura en Barcelona.

Vivía en las Franciscanas de la calle Santaló. Iba a clases por la mañana a la universidad y, por las tardes, daba clases a las internas. En catalán, aún hay alguna alumna que me lo agradece. No me pagaban nada, era a cambio de la manutención. Tenía que estudiar por la noche.

Trabajó en un laboratorio de una multinacional y, desde 1975 y hasta los años 90 en su farmacia en Llorenç del Penedès. ¿De dónde sacaba el tiempo para escribir?

¡De noche! Cuando acababa la jornada, entonces de noche era mi único tiempo libre. En 1978 gané mi primer premio, el Vila de Martorell de poesía por Estelles. Aquello me animó y, dos años después, publiqué mi primera novela, Laberints de seda.

También se decidió por cultivar la ciencia-ficción.

Siempre me ha gustado el mundo de la ciencia. Y me encontré con Antoni Munné-Jordà, referente del género en Catalunya. Al final, fui la primera presidenta de la Societat Catalana de Ciència-Ficció i Fantasia. Sin embargo, nunca me he querido encasillar. Siempre he tenido vocación libre, como un ave.

Vocación libre que se reflejó en la novela La capellana. Era 1988 pero aún levantó ampollas.

A la Iglesia no le hizo gracia y hubo muchas cartas en la prensa criticando la trama protagonizada por una mujer sacerdote. Nunca las contesté. Todo el mundo es libre de escribir lo que le parezca. Las mujeres somos la mitad de la humanidad y el Sant Pare no nos tiene en cuenta.

Feminismo hace cuarenta años.

Sí, estamos mejor que en los años 80 pero aún queda mucho camino por recorrer. Eso sí, yo siempre he podido sacar adelante todo lo que he querido. También he tenido un buen compañero de vida.

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