«En 10 años hablaremos quizás con emoticonos»

Como profesora, ¿qué pensó cuando en los institutos comenzaron a cambiar las pizarras por ‘tablets’ y dispositivos digitales?

Pienso sobre todo en el buen uso del mundo digital. Somos seres biológicos que ahora vivimos en entornos tecnológicos y pensamos y nos comunicamos de forma digital. El gran problema es la importancia excesiva que otorgamos al mundo digital, sobre todo en los más pequeños. No estamos dejando que los niños y jóvenes se desarrollen a su propio ritmo como personas. Los dispositivos digitales interfieren en el nivel de crecimiento de la gente joven. Un niño de 3 años no necesita jugar con una tablet, ni tenemos que dejarle un móvil a un bebé en el cochecito para que se entretenga, como si fuera un chupete digital. Este es el drama. En las escuelas hacemos servir bien la virtualidad, de forma programada. Tenemos que aprender a gestionar bien el mundo virtual.

Los bajos índices de comprensión lectora entre alumnos es un aviso.

Sí, es un aviso clarísimo de que hacemos algo mal. Se ha perdido el gusto por la lectura, la concentración y la creatividad humana de la tiza en la pizarra y el papel. Yo defiendo un equilibrio entre el mundo físico y el digital, que cada vez irá más en aumento. El móvil nos apasiona, es una historia de amor, porque nos comunica, pero tenemos que mirar más, mirarnos más.

¿Qué plantea en su ensayo?

Algo que me apasiona: cómo el lenguaje ha transformado la vida de los seres humanos, para diferenciarnos de los animales, hasta que la aparición de internet y, sobre todo, los teléfonos inteligentes han cambiado el paradigma de cómo entendemos la vida. Estos dispositivos han entrado en nuestro cerebro y para los jóvenes ahora es tan importante la realidad física como la virtual. Todos estamos fascinados con el móvil y la virtualidad, es un cambio revolucionario. Quizás de aquí a diez años hablaremos entre nosotros con emoticonos o gifs.

¿Un futuro pesimista?

Autores como Orwell, Asimov o Bradbury ya previeron hace décadas una sociedad dirigida. Si no tenemos palabras, no tendremos pensamiento y, si no hay pensamiento, ¿qué seremos? Con la pérdida de la capacidad de pensar y criticar no tendremos un futuro de progreso y acabaremos siendo marionetas de un poder que decidirá hacia dónde tiene que ir la sociedad.

¿Ilusionada con el Premi Josep Vallverdú?

Muchísimo, y más por ganarlo en el año del centenario del escritor leridano, que siempre se ha mostrado apasionado por la palabra y amante y activista de la lengua catalana.