ENTREVISTA LITERATURA
«El 90% de lo que publicaba 'El Jueves' hoy estaría prohibido»
“A mí también me gustaría ser Cary Grant”, decía Cary Grant. En Frágil virtud (Ariel, 2023), Javier Melero logra ser Javier Melero. No a través del protagonista de la novela, sino del conjunto de los personajes. Como le gusta recordar a él, Flaubert respondía a los que le preguntaban quién era Madame Bovary: “Madame Bovary c’est moi”.
Frágil virtud es la primera incursión de Melero en la ficción –relativa, porque el libro se basa en un caso real– y ofrece lo que cabe esperar de él: que sea divertido y profundo, valga la redundancia. Y deliciosamente autoirónico. “Unas tórtolas estaban de charla e hicieron unos comentarios sobre mí al verme pasar”. O bien: “me saludó con un gesto de la cabeza que habría servido igual para apartar una mosca”.
El libro reflexiona sobre las pasiones que pueden provocar un asesinato, que son las de los pecados capitales. “Creo que la gula queda un poco al margen, aunque mirando a Poch lo pondría en cuestión”. Unas páginas antes leemos que Poch tiene “la distinción que ocupa el lugar de la belleza en las personas que son conscientes de su volumen y lo reivindican sin complejos”.
El humor de Melero recuerda al de Chesterton, aquel hombretón de dos metros que cuando veía a su escuálido amigo Bernard Shaw le decía: “cada vez que te veo pienso que una hambruna ha asolado el Reino Unido”, a lo que Shaw contestaba: “cada vez que te veo pienso que la hambruna la has provocado tú”.
Frágil virtud. ¡Maravilloso título!
El personaje principal es un cínico, pero también un moralista. Es un abogado que está en contacto con los ricos y no le gusta lo que ve. El pobre que delinque merece un castigo, pero quien teniéndolo todo delinque merece un repoche mucho más severo. En un momento dado un cliente le explica, en un restaurante de lujo, que toda la gente que está ahí son unos impresentables, y entonces el abogado le recuerda la película Historias de Filadelfia, en la que Catherine Hepburn le dice a Cary Grant que el nombre que hay que poner a un barco es Frágil virtud, pensando que ella ha cometido un error moral. Al final el cliente le dice: “he visto la película y ‘frágil virtud’ es lo que nos define”.
“De algún modo, la verdad siempre acaba por resplandecer. El problema es que para entonces ya se ha ido todo el mundo”. Lo que más me ha fascinado del libro es la reflexión sobre la verdad.
Bueno. Es lo más serio. A un abogado le puede interesar la verdad como a cualquier otro ciudadano, pero la búsqueda de la verdad no es su trabajo. Lo es construir la estructura de la versión de su cliente en términos legales.
¿El juez sí busca la verdad?
Sí. Al menos lo intenta. La verdad a la que llega la llama “verdad procesal”. Sabe que no es la verdad/verdad. Es lo máximo a lo que se puede llegar con un sistema de pruebas legal.
Hoy la verdad tiene una enemiga en la cultura de la cancelación.
El otro día hablaba con José Luis Martín, el fundador de El Jueves, y me decía que el 90% de lo que hicieron en la revista en los años 80 hoy estaría prohibido. El Jueves buscaba enemigos poderosos. En los 80 la corona era intocable. Ahora meterse con ella casi es el objetivo políticamente correcto designado. Con otros temas la gente se autocensura. Tienes que vigilar lo que dices de según qué cosas.
Además de la libertad de expresión, la cancelación pone en riesgo la presunción de inocencia.
Eso es terrible. Puedes pasar limpio de polvo y paja todos los sistemas de verificación de un sistema democrático y a pesar de ello eres culpable en las redes y estás cancelado. Mira Woody Allen. Pasa los controles de la Fiscalía de Nueva York y no hay una sola prueba contra él, pero está muerto. En Estados Unidos no puede hacer nada. La última película la ha rodado en francés.
Mal vamos si nos cargamos la presunción de inocencia, un gran logro de la modernidad desde la Ilustración.
Es la base del derecho penal ilustrado. Estamos volviendo a lo que desde Beccaria quería eliminar la Ilustración: las presunciones en materia penal. Eso es peligrosísimo.
“La voz de las palomas torcaces sonaba como el lamento por la muerte de un amigo”. Escribe usted muy bien. Imagino su espanto con los escritos judiciales.
La calidad de la prosa judicial ha bajado mucho. Cada vez es más tecnocrática, repetitiva y aburrida. Hoy es muy dificil hallar aquella jurisprudencia en la que te encontrabas joyas. Recuerdo una sentencia de los años 90 que se refería a si las personas que van a comunicar sexualmente con los presos tenían que ser pareja estable. Decía [cita de memoria]: “la administración penitenciaria no está legitimada para convertirse en la carabina guardiana de la moral sexual de los presos”. Tú leías eso y decías: este señor controla los recursos del lenguaje. Cuando leí la sentencia del procés pensé que era injusta y además literariamente muy mala. Era un caso para lucirse, pero la escritura está mal resuelta. Algunas sentencias del Supremo de Estados Unidos de los años de la discriminación racial son injustas y moralmente reprobables, pero tienen una prosa magnífica, con frases que pueden esculpirse en mármol en un edificio público.
Siempre le agradeceremos que reivindicara ante el Supremo al Sazatornil del pueblo que adora a Faulkner en Amanece que no es poco. ¡Gran película!
¡Gran película!