SEGRE

NOVELA GRÁFICA NOVEDAD

El leridano Òscar Sarramia pinta su vida en el Raval barcelonés

'El president de Barcelona' retrata sus recuerdos de hace 20 años en el barrio

L’escriptor Ramon Pardina i l’il·lustrador lleidatà Òscar Sarramia, autors d’‘El president de Barcelona’.

El escritor Ramon Pardina y el ilustrador leridano Òscar Sarramia, autores de ‘El president de Barcelona’. - JAUME BARRULL

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Cuando hace veinte años el leridano Òscar Sarramia adquirió un piso en una finca del Raval de Barcelona, el administrador de la comunidad le ‘invistió’ como presidente “porque yo era el único blanquito y que hablaba en catalán”. Sus vecinos de escalera eran en su mayoría magrebís, filipinos o pakistanís. “Había uno que no entendía el concepto de presidente de la comunidad y siempre me llamaba el presidente de Barcelona”, recuerda entre irónico y crítico este ilustrador y dibujante leridano afincado en la ciudad condal. De esta anécdota surge el título de la novela gráfica El president de Barcelona, que acaba de publicar Pagès Editors en su colección de cómic Doble Tinta, que dirige el periodista Jaume Barrull. Una obra para la que Sarramia ha contado con la colaboración del escritor barcelonés Ramon Pardina, autor de un guion en el que “el 90% de lo que explico es verdad”. Son sus recuerdos de aquel Raval de principios del siglo XXI, ya desaparecidos los ‘fuegos artificiales’ de los Juegos Olímpicos del 92 y con una realidad social marcada por la migración y el “choque cultural” con la población autóctona. La novela gráfica pinta así una sucesión de episodios de “escenas tan bestias como cuando unos filipinos descuartizaron una ternera en su piso; o cuando unos magrebís degollaron un cordero en la azotea en el final del Ramadán; o cuando los Mossos entraron de noche a detener a unos pakistanís que, al parecer, robaban tarjetas de crédito para duplicarlas en casa”. La obra refleja así “la complejidad y las contradicciones de un espacio en el centro de la ciudad pero que, a la vez, está al margen de la misma y que, a escala, podría ser también el caso del centro histórico de Lleida”. Contradicciones tan reales como la del dueño del bar que ocupaba los bajos del edificio: “Un personaje muy facha, siempre crítico e insultante contra los ‘sudacas’, pero que trataba a su camarero, que era ecuatoriano, como si fuera un hijo suyo”. Vivencias tan significativas como cuando “tuve que enseñarle a un pakistaní cómo funcionaba el interfono para abrir la puerta de la calle porque aquel hombre venía de un pueblecito del Punjab y nunca antes había visto nada parecido”. El president de Barcelona refleja sin nostalgia, de forma lúcida y a veces perpleja, la vida de una escalera ‘mundial’ y de las calles de “un barrio que hoy sigue igual o peor”, concluye Sarramia.

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