ENTREVISTA
Eva Comas-Arnal, escritora: «El acento de Lleida me hace sentir feliz»

«El acento de Lleida me hace sentir feliz» - RAFA ARIÑO
Eva Comas-Arnal (Gavà, 1975) es una gran conocedora de la figura y la obra de Mercè Rodoreda. Ha publicado estudios académicos como El somni blau y Afinar l’estil, dirige el pódcast La Maraldina, dedicado a la autora de La plaça del Diamant, y ahora da un paso más con la publicación de Mercè i Joan, la novela ganadora del premio Proa, en la que a través de la historia de amor entre Rodoreda y Armand Obiols (Joan Prat) hace un retrato del exilio.
Hoy presenta la novela en la librería La Fatal de Lleida y ayer, en el CAMP de Juneda. Dejó claro al recibir el premio que las comarcas de Ponent son importantes para usted. ¿Por qué?
En mi formación emocional hay una mujer, Francisca Llovera, mi tía Sisqueta, que me cuidó de pequeña. Había nacido en 1908 y se casó con el secretario de organización del Partido Comunista, Joan Gelonch. Cuando me cuidaba a mí ya era viuda, pero me sentaba en su regazo y además de contarme cuentos como La rateta que escombrava l’escaleta, me explicaba cómo piojos se comían vivos a los soldados. Fue la primera persona que me habló de la Guerra Civil española. El leridano, que era el catalán con el que ella se expresaba, definió mi alma hasta el punto que cuando oigo hablar a alguien con acento de Lleida soy feliz. Adopté una gata y espontáneamente le hablé en leridano. Estas raíces me llevaron a investigar en mi árbol genealógico y descubrí que mi familia procedía de Golmés. Su historia es una novela, el problema es que ya la ha escrito Vicenç Villatoro. En los años sesenta del siglo XIX, cuando se construyó el Canal d’Urgell, hubo muchos problemas de paludismo y solo dos hermanas de mi familia sobrevivieron y se instalaron en Juneda.
Esta mujer tan importante en su vida nació en 1908, como Mercè Rodoreda.
La época fue una de las razones por las que me aproximé a la figura de Mercè Rodoreda, porque me conectaba con las vivencias de mis familiares. En los comedores de todas las casas catalanas se creó una gran zona de silencio. Y Rodoreda creó una operación que es literaria, pero que también es política, de altura increíble: la publicación de La plaça del Diamant en 1962. En cierta manera, permitió que en el interior de esas casas se volviera a hablar de la Guerra Civil. Ella le dice a su editor, Joan Sales, que quería restituir la memoria de aquellos que fueron a luchar para defender a su país. La otra razón por la que me interesé por Rodoreda son los sueños. Todos los escritores que me gustan han trabajado los sueños: Stevenson, Borges, García Márquez, Kafka, Homero y Rodoreda. Me interesa mucho el sueño tratado literariamente, no desde un punto de vista psicoanalístico, sino como mecanismo narrativo.
¿Cuándo se da cuenta de que la autora que tanto ha investigado es un personaje literario?
El día que encontré una factura en el Arxiu Nacional, en Sant Cugat, datada en octubre de 1946 con el dinero que Joan Prat (Armand Obiols) cobraba de la Generalitat. Esa factura me habló del Govern en el exilio, de una Generalitat con Pompeu Fabra y Josep Carner de consellers. De aquel gran país que perdimos.
Su Rodoreda es una mujer fuerte, decidida, moderna.
Cuando inician su relación, Joan Prat es el famoso, el que está llamado a ser el gran poeta de las letras catalanas. Ella no es tan conocida. Ya había publicado Aloma, pero no tiene el mismo estatus que él. Nosotros sabemos que se ganará un lugar importante en la literatura catalana, pero ella aún no lo sabe. Es una mujer tenaz, que trabaja mucho. En una carta a Anna Murià en 1945 le dice que está preparando la entrada de caballo siciliano en la literatura catalana.