Monitores deportivos solidarios

Gambia es uno de los países más pobres del planeta al que paradójicamente le llaman la sonrisa de África. Desde hace unos días, un pueblo de este pequeño país encajonado en Senegal sí tuvo motivos para sonreír. Un grupo de alumnos de cuarto de ESO del INS Manuel de Montsuar que cursan la asignatura optativa de Servicio Comunitario, con el apoyo y colaboración de la ONG Alpicat Solidari, estuvieron del 16 al 23 de febrero en Baja Kunda, una aldea perdida en la sabana, donde pudieron conocer de primera mano una pequeña parte de la realidad del África subsahariana, pero sobre todo convivir con sus gentes y ejercer de monitores de los niños y niñas de la escuela del pueblo organizando juegos y repartiendo pelotas, camisetas y material deportivo que les facilitaron los clubes Atlètic Segre y CECELL.

Los ocho alumnos (Laia Lacasa, Laia Aymerich, Iker Farreres, Lluc Folch, Max Arbó, Núria Pellicer, Joan Castellón y Andrea Chavarri, acompañados por las profesoras Rosa Sol y Anna Gutiérrez) quedaron “impactados”, tal como reconoce Andrea Chavarri con la situación que se encontraron. “Es una gran experiencia de vida ver cómo esos niños de entre 5 y 16 años son mucho más felices sin tener prácticamente nada que muchas personas que tienen casi todo aquí donde vivimos”, señala Andrea, jugadora del equipo cadete A del CECELL, cuyo hermano Marc juega en el infantil A del Atlètic Segre.

Colaboración conjunta del centro educativo con Alpicat Solidari, que ejerce allí su labor solidaria

En Baja Kunda, Alpicat Solidari está desarrollando, desde su creación en 2005, diferentes proyectos de cooperación en el ámbito de la sanidad, educación, agricultura y cooperativismo. “Nos impresionaron estos proyectos y la gente allí es muy efusiva. Nos hacía gracia que apenas salías a la calle a caminar ya tenías un montón de niños cogiéndote de la mano. Te dan un cariño que aquí hemos perdido un poco”, asegura Andrea Chavarri.

Encontraron una escuela destartalada y con la pintura desconchada en las paredes, con una pizarra en la que apenas podía escribir la tiza, algo muy alejado de lo que ellos están acostumbrados en el instituto Manuel de Montsuar. “Me gustaría volver a vivir una experiencia así. Te hace poner los pies en el suelo”, concluye Andrea.