LLEIDA
Hijos de la guerra
Hoy se cumplen 85 años de la fundación del Lleida bajo el nombre de Lérida Balompié en 1939. Los primeros jugadores del club eran supervivientes que venían de luchar en el frente
La Guerra Civil española (1936-1939) cambió la vida de toda la población que la vivió y los que eran futbolistas no fueron una excepción. Aquella contienda, así como los conflictos mundiales posteriores, han condicionado la trayectoria del club y los protagonistas que lo han defendido sobre el césped.
“Como consecuencia de la fusión de los antiguos clubs de la localidad A.E. Lérida y Lérida S.C., se constituye éste nuevo supeditado a las nuevas normas y leyes [...], poniéndolo a tono con el nuevo orden de cosas que ha de engrandecer a nuestra querida nueva España”. Así el artículo 1 del capítulo primero del reglamento que, hoy hace 85 años, un grupo de leridanos enviaban a la Federació Catalana de Futbol. De este modo, aquel 20 de octubre de 1939, fundaban bajo el nombre de Lérida Balompié la entidad que, tras varios cambios de denominación, forma jurídica y refundaciones –siendo la etapa más longeva la de Unió Esportiva Lleida, entre 1947 y 2011–, ha llegado hasta nuestros días como Lleida Club de Futbol.
La Guerra Civil había terminado seis meses antes con la victoria total del bando sublevado, pero en Lleida –a excepción del margen izquierdo del Segre– hacía ya un año y medio que imperaba el nuevo régimen franquista, desde el 3 de abril de 1938. En este contexto, una de las mayores dificultades que tuvieron los fundadores del nueva Lérida Balompié fue la de armar una plantilla de jugadores que fuera mínimamente competitiva.
Algunas figuras de antes de la guerra, como Geli, Florensa o Vidal habían muerto en el frente. Y muchos habían quedado impedidos, como el histórico Antonio Creus ‘Pacheco’ que, ante la imposibilidad de volver a jugar a causa de las heridas, se tendría que conformar con ser el masajista del equipo durante cuarenta años y hasta su muerte en 1982. De los que habían sobrevivido al conflicto bélico y sí pudieron jugar, no todas las historias han trascendido al paso del tiempo.
Es más, hay algún caso, como el de Joaquín Baiget Rodríguez, nacido en Lleida el 16 de agosto de 1913 y delantero azul aquella temporada 1939-40, en el que ni siquiera los descendientes directos saben decir en qué bando combatió ni en qué frente. La guerra era un tabú para Baiget y para muchos de los futbolistas que, a partir de aquel 1939 y a lo largo de la década siguiente, vistieron la camiseta azul. Afortunadamente, de algunas de estas historias ha quedado un testigo documental, especialmente las de los que habían luchado con el bando republicano y fueron duramente reprimidos por la dictadura.
Sin ir más lejos, los dos defensas (en los años 40 el sistema habitual de juego era un 2-3-5) que jugaron el día que el Lleida logró el primer ascenso de su historia, venían de ser represaliados. Uno de ellos era Josep Aubach Gort, nacido en Montoliu de Lleida el 11 de marzo de 1917. Antes de vestir de azul, Aubach había estado 14 meses en un campo de concentración y obligado a hacer trabajos forzados construyendo el túnel de Vielha. Además, y según se desprende de la lista de personas que estuvieron en el campo de concentración de la Seu Vella hallada recientemente y difundida por SEGRE, Aubach habría estado encerrado en este emblemático monumento de la ciudad de Lleida.
El otro defensa que hizo pareja con Aubach era Salvador Solsona Valls, nacido el 6 de octubre de 1918 en Barbens. Contaba con apenas 22 años y venía de hacer frente a un consejo de guerra del que, afortunadamente, había salido absuelto. Aquel 9 de febrero de 1941 en el campo del Reus, ambos consiguieron que el Lleida mantuviera la portería a cero frente a la Repitenca (0-2) y pudieron celebrar el primer ascenso de la entidad, a Primera Regional B.
En la temporada siguiente, 1941-42, el Lleida también fue el punto de encuentro de varios futbolistas que tenían la guerra marcada a fuego en su memoria. Pere Florensa Martí, nacido en Maials el 1 de febrero de 1914, era a la vez el entrenador y el portero azul. Es, de hecho, uno de los cancerberos más históricos que han surgido de la demarcación, y había estado encarcelado en Huesca hasta el año anterior.
En aquel Lleida que encadenó un nuevo ascenso, a Primera Regional A, hay incluso quién venía de luchar en los dos bandos. Es el caso de Francisco Pérez Bueno, mediocentro nacido en San Sebastián el 23 de julio de 1917 y que, primero, empuñó las armas como parte del batallón Eusko Indarra pero que, luego, se acabó entregando a los nacionales en Santoña. Con los franquistas, y estando destacado en el Monestir de les Avellanes –cuando el frente de guerra lo establecía el Segre– fue encarcelado y sometido a un consejo de guerra por haber dicho a unos compañeros que quería pasarse de nuevo al bando republicano. Estuvo en la prisión de Balaguer y, al poco tiempo de salir en libertad, fichó por el Lleida.
Tanto Pérez como Florensa compartieron equipo aquella temporada, además, con Federico Sentís Baiget, interior derecho nacido en Llardecans el 12 de mayo de 1923 que, cuando debutó en partido oficial con el equipo leridano, hacía prácticamente un año que había vivido la deportación de su hermano mayor hacia el campo de exterminio nazi de Mathausen.
Luego, en la temporada 1942-43, coincidieron en la línea delantera azul un teniente y un sargento también del ejército republicano: Jaime Rigual Ramos (nacido en Barcelona el 11 de enero de 1918) y Daniel Duarte Carrascón (nacido en Plasencia de Jalón el 10 de abril de 1915). Este último, además, era un anarquista afiliado a la CNT y que, ya a los pocos días de estallar la guerra, había partido hacia el frente de Aragón con la columna Villalba.
La temporada 1943-44, la del debut en Tercera División, el Lleida fichó, entre otros, a Juan Zapata Sánchez (nacido en Utebo el 23 de febrero de 1919), un delantero que durante la guerra había formado parte de la Legión Sanjurjo.
Tras unos primeros años de exilio en el improvisado campo de la Carretera de Corbins, el Lleida pudo empezar a jugar sus partidos en el Camp d’Esports durante la temporada 1945-46 y tras acercar posturas con el CD Leridano, el club fundado por el régimen para acabar con el Lérida Balompié y que se había adueñado del mejor terreno de juego de la ciudad. Meses antes de acabar absorbiendo el club verdiblanco para pasar a ser la Unió Esportiva Lleida, los azules pudieron disputar, de este modo, su primer encuentro oficial en el centenario estadio de Fleming el 7 de agosto de 1945.
Era la jornada 4 de la Liga de Tercera División y fue un partido que acabó con derrota leridana frente al Reus (3-7).En aquel entonces, el entrenador del Lleida era José Sastre Perciba (Barcelona, 25 de junio de 1906), un técnico que había llegado al club tras cumplir una larga condena. Sastre había formado parte de la policía secreta de Macià y había sido condenado a doce años de reclusión temporal, pena que luego le había sido rebajada a la mitad y le había permitido poder llegar al banquillo azul ya en paz con la justicia franquista.
Uno de los futbolistas que, precisamente, dirigió Sastre en aquella campaña fue un delantero juzgado de forma sumarísima por desertor del ejército nacional: Luis Dobaño Fernández (La Coruña, 17 de julio de 1917). Cinco años antes de aterrizar en el Camp d’Esports, Dobaño había estado casi doce meses en busca y captura por toda España mientras jugaba en el Murcia con un nombre falso. Al salir de la cárcel fichó por el Lleida, pero los 5 goles que marcó en sus únicos 8 partidos oficiales con el club no fueron suficientes para evitar que los azules perdieran inicialmente la categoría aquella temporada. Al final, eso sí, se salvaron en los despachos: el equipo se pudo mantener en Tercera gracias a una ampliación del número de grupos y equipos.
En el siguiente curso, 1946-47, debutó en el Lleida Manuel Estadella Solsona (Mollerussa, 10 de octubre de 1920), un extremo derecho que había combatido con la lleva del biberó. A su vez, el extremo izquierdo aquel año era Manuel Almazán González, un madrileño nacido el 4 de enero de 1922 y que había llegado a la demarcación militarizado para luchar contra los maquis.
En la 1947-48, el Lleida fichó al delantero Pedro Galvany Ventura (La Garriga, 12 de junio de 1921), que había tenido que hacer trabajos forzados; el centrocampista Manuel Padilla Santander (La Jonquera, 10 de febrero de 1917), maestro de escuela que había sido depurado; y también Joan Romans Riera (Figueres, 28 de mayo de 1902).
Romans llegó a Lleida como entrenador en febrero de 1948 y tras haber formado parte, durante la guerra, del cuadro de mando de la 137ª Brigada Mixta del ejército republicano, una unidad que, entre 1937 y 1939, había luchado en la batalla del Ebre, en el Segre y también en el frente de Aragón. Con Romans en el banquillo, el Lleida conseguiría su primer ascenso a Segunda División en la temporada 1948-49 como paso previo a alcanzar, por primera vez, la Primera División en 1950.
El último jugador que vistió de azul y del que se tiene constancia que sufriera directamente la guerra y su inmediatamente posterior represión lo hizo en la temporada 1953-54. Se trata de Sebastián García Martín, un portero que había nacido en Escurial de la Sierra el 4 de marzo de 1922 y que venía del Real Madrid. García Martín defendió la portería del Lleida siendo veterano, hasta los 32 años, pero todavía conservaba las cicatrices del consejo de guerra al que lo habían sometido cuando tenía solamente veinte.
A partir de los años 50, empezaron a vestir de azul los hijos de las mujeres y hombres que habían sobrevivido a la guerra. Fue la generación nacida durante el conflicto y, de hecho, es curioso ver como, en la temporada 1957-58, coincidieron por primera vez en la plantilla azul dos futbolistas leridanos nacidos en Francia como consecuencia del exilio de sus padres. Son Roberto Rincón Girós, extremo izquierdo que había nacido el 20 de agosto de 1939 en el campo de concentración de Draguignan, y Enrique París Teixidó, centrocampista emparentado con el histórico Manolo Bademunt y que había nacido en Enveitg el 6 de noviembre de 1938 con el mismo nombre que un hermano suyo asesinado por las bombas italianas que los fascistas arrojaron sobre el Liceu Escolar.
La del exilio fue una herida que duró muchos años. Tantos, que, mucho tiempo después, en la temporada 1992-93, el Lleida subió a Primera teniendo en la plantilla a Virgilio Hernández Paesa, nacido el 5 de septiembre de 1968 en Chalons (Francia) porque era nieto de republicanos exiliados. Como Virgilio, también era nieto del exilio francés Stéphane Julià García ‘Estefan’, un delantero que aterrizó en el Camp d’Esports en la temporada 1996-97 y que había nacido en Pau el 31 de agosto de 1972.
Precisamente en los noventa, y a partir del estallido de la guerra de los Balcanes, el Lleida tuvo también un gran número de jugadores procedentes del Este: los croatas Mauro Ravnich y Elvis Scoria, los serbios Rahim Beširovi, Goran Miloševic, Ilija Stolica e Istvan Dudaš, los bosnios Nikola Milinkovi, Zoran ampara y Radosav Radulovi, los macedonios Boban Babunski y Goran Stani o incluso el montenegrino Ardian Djokaj.
Más recientemente, la guerra de Ucrania ha propiciado la llegada de dos jugadores de este país: Danylo Goncharuk y Denys Svitiukha defendieron la camiseta del Lleida desde la segunda vuelta de la campaña 2021-22 hasta la siguiente.
Todos ellos, como el resto de futbolistas que, desde el ya lejano 1939, han vestido la camiseta azul tras sufrir los horrores de la guerra, han ido dejando como legado al club su carácter de supervivientes. Y este espíritu ha mantenido a flote y con vida una entidad histórica y que, en demasiadas ocasiones, ha flirteado con la muerte.
La ‘mili’, fuente de fichajes
A lo largo de su historia y hasta los años 90, el servicio militar obligatorio también permitió que el Lleida pudiera obtener la cesión de algunos jugadores destinados a cumplirlo en la demarcación y que, al ser reclutados, estaban en edad de explotar como futbolistas. Este fue el caso, por ejemplo, de Pepe Rivero, uno de los mejores porteros de la historia del club y que, en 1946, había sido destinado a Binéfar. Era el suplente de Lezama en el Athletic de Bilbao y, por proximidad al cuartel, el Lleida consiguió su cesión y posterior traspaso y, con él en la portería, subió a Primera en 1950. Pero hay muchísimos más casos: por ejemplo, dos de los delanteros más técnicos que han pasado por el club, Enrique Martín Monreal y Emilio Amavisca, también jugaron cedidos en el Lleida porque hacían la ‘mili’ aquí. Incluso Juanjo Lecumberri, el tercer jugador con más partidos en toda la historia del club, también debe su llegada a la ciudad y al club al sorteo que lo destinó a la capital del Segrià.