AGRICULTURA METEOROLOGÍA
El cambio climático viene con heladas
Uno de los peores escenarios que puede haber en los cultivos de frutales es que exista una helada primaveral cuando los árboles florecen o cuando inician la fase del cuajado del fruto, como ocurrió hace un año en Lleida. Algunos estudios recientes apuntan a que los daños por las heladas primaverales dejarán de ser esporádicos y cada vez serán más frecuentes como consecuencia del cambio climático explica el Institut de Recerca i Tecnologia Agroalimentàries (IRTA). La tendencia global marca que los inviernos son cada vez más cálidos y la floración de los cultivos se avanza en algunos casos, entre 5 y 10 días respecto a la media habitual, dejando los árboles más expuestos a sufrir heladas.
Sin embargo, “el cambio climático hace que no haya un patrón fijo y por ejemplo, este año los frutales han florecido más tarde porque el frío de febrero los frenó”, explica Luis Asin, jefe del programa de Fruticultura del IRTA. En este contexto, los expertos del IRTA han estudiado los sistemas que se utilizaron el pasado año y plantean diversas recomendaciones para conseguir la máxima eficacia en caso de helada. Uno de ellos consiste en aplicar agua de forma continuada por encima de las plantas mientras se está produciendo la helada mediante la aspersión o la microaspersión.
El agua, mientras se hiela, libera calor en el ambiente y hace que la temperatura de los órganos mojados suba por encima de la temperatura ambiente con el objetivo de que sea más alta que la temperatura crítica —aquella por debajo de la que se producen daños en la planta que dependen de cada especie y estado fenológico. Para que este sistema sea efectivo el agua debe aplicarse de forma continuada sin detener el sistema en ningún momento, porque en caso contrario la temperatura bajará de repente y las consecuencias podrían ser peores que si no se hubiera puesto en marcha. Los sistemas basados en el movimiento de aire mediante ventiladores son efectivos, explica el IRTA, sólo cuando hay inversión térmica, es decir, cuando la temperatura de la zona de los árboles que toca más en el suelo es menor que la del aire que está a más altura.
La acción de los ventiladores hace que se mezclen las masas de aire y la temperatura alrededor de las plantas se homogeneice y suba. El aumento máximo que se puede conseguir será aproximadamente la media de la diferencia de temperaturas entre las distintas capas de aire. Habrá que poner en marcha el sistema cuando los termómetros marquen una temperatura por encima de la temperatura crítica de los cultivos y antes de que se forme el rocío.
El sistema basado en aportar calor mediante estufas o botes de parafina es el más tradicional y consiste en colocar fuentes de calor repartidas por la superficie a proteger. Los botes de parafina se encienden como una vela y pueden durar hasta 12 hora. Las estufas portátiles, por motivos económicos y ambientales, deberían utilizar biomasa como combustible, apunta el IRTA.
Son sistemas costosos y que requieren mucha mano de obra en su manejo.