ENTREVISTA
Santiago Niño-Becerra: “El capitalismo, tal como lo conocemos hoy, desaparecerá entre los años 2060 y 2070, pero antes irá cambiando”
Años antes que nadie hablara de la crisis económica y financiera del 2008 –sí, aquella que nos hacíamos ilusiones de estar superando antes de que la de la Covid-19 llegara como un tsunami hace poco más de seis meses–, él la vaticinó. Hay quien lo tilda de catastrofista, pero es uno de los economistas que más se acercó a las cifras de paro que se registraron en este país en los años más duros del desastre. Nunca pensó que fuera cosa de unos meses, sino de años. Y aquí estamos. Ahora Santiago Niño-Becerra acaba de publicar el libro 'Capitalismo 1679-2065' (Ariel), en los que pronostica el final del actual sistema económico dentro de 50 años.
Capitalismo 1679-2065. Una aproximación al sistema económico que ha producido más prosperidad y desigualdad en el mundo (Ariel). Este es el título completo del nuevo libro del economista Santiago Niño-Becerra (Barcelona, 1951), un volumen en que con la claridad y contundencia que lo caracterizan habla del fin del sistema capitalista y de cómo la crisis del coronavirus no ha hecho más que acelerar un proceso del cual ya se veían algunas señales que indican el final. Niño-Becerra es doctor en Economía y catedrático de Estructura Económica en la Universidad Ramon Llull. Entre sus títulos destacan El crash del 2010, Masía allá del crash, Diarios del crash o El crash, tercera fase, a más de La economía y Mails. Colabora habitualmente en medios de comunicación y es bastante activo en Twitter, donde ya tiene más de 200.000 seguidores. Y por si alguien se lo pregunta, cuando responde una entrevista a una desconocida es tan amable y delicado como tajante en sus afirmaciones.
Usted, en su último libro, pone fecha al final del capitalismo en medio siglo. ¿Por qué esta fecha?
Todos los que estamos vivos, a excepción de personas muy mayores, hemos conocido sólo el sistema capitalista, aunque ha ido evolucionando con el tiempo. En términos históricos, si analizamos los diferentes sistemas económicos de los últimos 2.000 años, todos han tenido una duración, curiosamente, de unos 250 años. Partiendo de la base que, oficialmente, el capitalismo nace entre 1815 y 1820 –entre el Congreso de Viena que acabó con las guerras napoleónicas y la botadura del primer bote con casco metálico–, en algún momento entre el 2060 y en el 2070, el capitalismo, tal como lo hemos conocido, desaparecerá, aunque antes irá cambiando. Dará paso a otra cosa, como lo hizo el sistema feudal.
¿Qué matará el capitalismo?
El capitalismo tiene elementos que lo identifican claramente. Por ejemplo, la propiedad privada de los medios de producción, la libertad individual, y una defensa jurídica de estos términos en contexto de liberalismo democrático. Estos principios, si te fijas bien, hoy en día ya están en discusión. Mira el control de la población que se hace a China a través de los análisis biométricos. Hay muchas herramientas que permiten un control efectivo de la población y limitan la libertad, también entre nosotros. En segundo lugar, la competencia típica del liberalismo evoluciona hacia una cooperación, incluso entre empresas rivales, porque la investigación resulta muy cara y los recursos son escasos. El mundo del automóvil es un claro ejemplo. En tercer lugar, una corporación que mueve billones de euros, tiene un peso que hace 70 años no tenía. En resumen, ya vemos cambios.
¿Hacia dónde van estos cambios?
A grandes rasgos, nos encontraremos con un paro estructural grande, que a la vez llevará a un subtrabajo todavía más grande fruto del cambio en los trabajos por la irrupción de la tecnología. Por ejemplo, contratos de dos horas al mes, porque mucho trabajo que pueden hacer las máquinas ya no lo harán las personas, o el fin del estado del bienestar tal como lo entendemos ahora. Son sólo algunas muestras.
¿Se puede evitar?
Evitarlo no, porque es el resultado de la dinámica histórica, no tiene que ver con la decisión de una persona o un gobierno concreto. Lo que sí que se puede hacer es paliarla. El modelo de protección social que hemos conocido nosotros y nuestros padres es insostenible, por infinanciable, dado que los supuestos con que nació ya no existen. Lo que sí que se puede hacer es adaptarlo. Ha sido un modelo maravilloso y nunca antes se había llegado a este nivel. Ahora bien, partía de premisas como salarios crecientes ligados a la inflación, plena ocupación, incremento continuado a la demanda de trabajo y una esperanza de vida de una década, aproximadamente, después de la jubilación. Nada de eso existe ahora. Y además, los gastos de este modelo han crecido muchísimo. Me refiero a que, para poner un ejemplo, en sanidad se hacen muchas más pruebas y eso tiene un coste.
En resumen, nuestros hijos vivirán peor que nosotros.
¡Y tanto! Y una persona que ahora tiene 40 o 50 años, cuándo tenga 65, vivirá peor que una que ahora tenga los 65, porque estos todavía se han podido beneficiar del sistema de protección. A los más jóvenes sólo les quedarán los restos.
En este estado del bienestar también está la educación gratuita para todo el mundo. ¿Desaparecerá?
No creo que desaparezca. Más bien me inclino a pensar en una fórmula de algún tipo de copago, alguna cosa similar a lo que ya está pasando con la sanidad.
Hablaba también de la cooperación entre grandes empresas, o la fusión, camino del oligopolio. En algunos casos hablamos de presupuestos más elevados que los de un gobierno. ¿Los acabarán controlando?
El oligopolio ya está aquí e irá a más. Creo que es un signo del nuevo modelo. De todos modos, es muy curioso porque el sistema capitalista ya lleva en su seno la tendencia al oligopolio. Hoy, una corporación que esté presente en 120 o 130 países tiene mucho más poder que muchos Estados. Seguramente, en una década en Europa habrá cinco o seis corporaciones bancarias y funcionarán al margen de los Estados.
¿Cómo ha influido la crisis de la Covid-19 en la que ya vivíamos?
Creo que lo que ha hecho ha sido acelerar aspectos que ya existían y habrían llegado igual. Por ejemplo, la tecnología cada vez tenía una importancia mayor. Hablo de la robótica, la inteligencia artificial, las tecnologías de la comunicación... Desde hace una década, cada vez van a más pero el virus ha acelerado brutalmente el uso. El ejemplo típico es el teletrabajo, que ha llegado para quedarse, y las tecnologías de la comunicación. Sólo hay que mirar que Microsoft ha incrementado sus beneficios más en un 20%.
El teletrabajo se instaurará.
Sí. El año pasado se movieron por el mundo mil millones de personas, entre negocios y turismo. Eso no volverá a pasar. No sé cuántas personas se moverán, pero la gente se ha dado cuenta de que puede hacer muchas cosas desde casa. Y eso también tiene otras implicaciones económicas como los negocios en torno a los puestos de trabajo, locales, restaurantes, cafeterías...
Dice que lo que ha sido bueno a nivel sanitario, el aislamiento, ha sido muy malo para la economía. ¿Un segundo confinamiento sería una estocada de muerte?
Estoy convencido de que si se puede evitar, no iremos a un segundo confinamiento total como el de la primavera. Lo que era necesario y ha sido bueno a nivel sanitario, el aislamiento, este paro absoluto de la sociedad, de la vida en general, ha sido malísimo para la economía y también para su recuperación, porque nuestra economía se basa en la movilidad, el movimiento y el intercambio.
Quizás el problema viene con el lento ritmo de recuperación.
Exacto. Volver a poner en marcha alguna cosa es muy lento, en general. Y ahora en este caso concreto también cuesta mucho reanudar la actividad, por una parte porque arrancar cuesta sobre todo teniendo el riesgo de contagio todavía vivo y, por la otra, por el miedo. Y el miedo está muy ligado a la confianza: si cuando se tiene, cuesta mantenerla porque hay mucha competencia, cuando se pierde, es muy complicado de recuperar.