Futbolistas invisibles
Estadísticamente, el fútbol todavía es un deporte muy masculino: por cada chica que se anima a federarse en las tierras de Lleida hay dieciocho chicos. Una realidad, sin embargo, que no da miedo al casi medio millar de jugadoras que cada fin de semana saltan al terreno de juego para ganar el partido. Como las chicas del Pardinyes, que se entrenan duro y juegan a todas para subir de categoría.
A las diez de la noche los focos del campo de fútbol proyectan sombras cruzadas y las jugadoras, si las pudiéramos ver a vista de dron, serían como pequeños asteriscos moviéndose de manera imprevisible por el terreno de juego. Un grupo calienta corriendo en bucle; la portera entrena rapidez y reacción con lanzamientos sopresa a derecha e izquierda; y en un lado, en una partida de tres contra tres, seis chicas juegan a mantener el control al primer toque bajo la atenta mirada del segundo entrenador. Quien pierde la pelota la tiene que ir a buscar, una carrera extra que hacen acompañándola de una broma, un taco o una combinación de ambas. A mediados de septiembre todavía hace temperatura estival y los mosquitos de la Mitjana de Lleida no tienen compasión con las jugadoras del Pardinyes. Conviven, forman parte del club.
Ellas corren, sudan, ríen, se enfadan cuando fallan, la tocan, se animan, resoplan y se abrazan cuando marcan bajo el escrutinio táctico de David Vinyes, el entrenador. El objetivo explícito de este año es subir de categoría y asegurarse de que “las diecisiete jugadoras aguantarán hasta mayo y no terminarán a media temporada porque que se puedan sentir poco valoradas”. La fuerza del equipo pasa para que todas se sientan parte activa, la gestión del vestuario es clave y el Viñas –así es como ellas se dirigen– lo tiene muy fijado entre ceja y ceja: “tenemos que cuidar el equilibrio entre los intereses del equipo y la implicación de las chicas en el proyecto.” A nadie le gusta entrenarse cuatro días por semana, ir a dormir pronto el sábado mientras muchas de tus amigas quizás salen de fiesta, madrugar el domingo, coger un autobús hasta Girona, calentar un rato y pasarse noventa minutos en el banquillo, “y como tenemos un equipo muy competitivo, en el cual todas las jugadoras aportan alguna cosa particular, los cambios durante los partidos tienen un sentido táctico”, explica David.
A la categoría de Preferent femenina, en la cual juega el Pardinyes, los equipos pueden cambiar prácticamente todo el bloque durante el partido
“No se trata de hacer rotaciones aleatorias sino hacerlas con relación a nuestro estilo de juego, al planteamiento del partido que hemos hecho durante la semana y al papel que puede jugar cada chica según el momento concreto que vivimos durante el partido.” Un papel que muchas se han ganado desde pequeñas, en el patio de la escuela, cuando a menudo eran las únicas de su clase que jugaban a fútbol. Una posición en el terreno de juego conquistada a base de plantar cara en un mundo de niños y de pelarse las rodillas por el suelo como cualquier otro. La Rossi es de Pardinyes y forma parte del club desde que era pequeña. Empezó con los compañeros de la escuela a jugar durante muchos años a las categorías inferiores y reconoce que “el respeto te lo tienes que ganar jugando y demostrando que no tienes miedo y que vas de cara”.
Un respeto, el de los niños, un poco contradictorio y con un punto de prejuicio porque “si haces una buena jugada y los dejas en evidencia los da un poco de rabia, como si los hiriera el orgullo que sea una niña quién les haya cogido la pelota, regateado o marcado con un chute por la escuadra.” Anécdotas que las hacen más fuertes, detalles que les demuestran que pueden tratar a los chicos de tú a tú, experiencias que también suman para ser más fuertes del campo. Hasta la adolescencia conviven en equipos mixtos. “A las categorías de fútbol base está bien que juguemos todos juntos, niños y niñas, porque de esta manera te fogueas, pero a partir de cadetes realmente se empieza a notar la diferencia desde un punto de vista físico con los chicos porque ellos, en general, están más fuertes que nosotros,” reflexiona la Patri sentada en el bar del club, durante el poco rato que los viernes por la tarde tiene entre los entrenamientos que dirige entre los más pequeños y el del equipo.
A Bend it like Beckham, la película de Guridner Chadha que al castellano se tradujo como Quiero ser como Beckham, la joven Jessminder lucha contra los prejuicios y miedos de su familia, de tradición hindú, para conseguir jugar a fútbol con su mejor amiga. Se le da bien, pero en su casa no ven con buenos ojos que se vista con pantalones cortos y salte al terreno de juego. “Conozco una que cuando era pequeña despuntaba mucho y lo acabó dejando porque sus padres le prohibieron continuar”, explica Àlex Taberner, delantera del Pardinyes. Un caso que no es el caso de ellas, una excepción que confirma la norma. Sus padres las apoyan porque tanto les hace que sus hijas jueguen a fútbol, baloncesto o voleibol mientras hagan aquello que les gusta.
“Otra cosa es, sin embargo, el apoyo social que recibe este deporte a nuestro país”, reconoce Aitor, que ayuda a David como técnico. “Aunque los equipos femeninos leridanos juegan a categorías por encima de los masculinos, en Cataluña no hay una afición como la que puedas encontrar en países como Suecia, donde juega Àlex” – ved la entrevista.
“Pero tampoco hay que ir al norte de Europa, donde muchas jugadoras de nuestro nivel cobran, sino que en el País Vasco también hay mucho más apoyo. El Barça ha hecho un equipo de chicas muy competitivo y, seguramente, son las mejor pagadas, pero al Miniestadi no va nadie si lo comparamos con la afición que movilizan en lugares como Bilbao, que pueden sacar a sesenta mil personas a la calle para celebrar el campeonato de liga femenino.” Pero tampoco juegan para que las miren, lo hacen porque les motiva llegar al martes, al miércoles y al viernes por la noche, atarse las botas y sudar. Toque, pasada, coscorrón y gol, algún empuje y buen humor.
Esta es una de las claves que multiplican las posibilidades de éxito, el buen rollo en el vestuario. Un sentimiento que no se puede practicar como los lanzamientos de penalti. “Este año todas tenemos más o menos la misma edad y nos portamos muy bien dentro y a fuera del campo” (entre 18 y 22 años), comenta Clara mientras espera que se enfríe un café con leche en la barra de la cafetería del área de servicio del Bruc. Es domingo al mediodía y han hecho una parada técnica de camino a Cornellà.
El equipo femenino de Lleida que juega a la categoría más importante es el AEM, que lo hace a Segunda División Nacional, el equivalente en la 2ª A masculina
El grupo de padres y madres, que en el autobús ocupa las butacas delanteras junto con el equipo técnico, aquí se agrupa en una mesa para comer alguna cosa mientras las chicas se quedan por fuera estirando las piernas, comen una fiambrera de pasta, se entretienen con el móvil o, como Clara, toman alguna cosa ligera. A primera hora de la tarde llegan a Cornellà, un campo que David considera estrecho y rápido. Les asignan un vestuario y les dan un rato para distraerse: el típico paseo del equipo visitante por los alrededores del estadio con el chándal oficial.
El entrenador y sus dos auxiliaris, Aitor y Xavier, van perfilando los últimos detalles de la alineación inicial, “teniendo en cuenta que ellas tienen dos jugadoras muy potentes en frente y que no será fácil salir con la pelota desde de atrás”. Por la terraza del bar pasa el equipo arbitral, tres chicas que saludan y se encaminan a sus vestuarios. “Es poco habitual”, comenta Xavier, “la mayoría de entrenadores y árbitros son hombres, aunque sea una liga de chicas. Antes, durante y después del partido la entrada del cuerpo técnico en el vestuario se pacta para que todo el mundo esté cómodo. Las gradas están medio llenas y la megafonía pone la música en todo trapo para animar el ambiente. Como juegan contra un equipo de colores amarillos, hoy se ponen la segunda equipació: camiseta blanca con detalles negros. Unos cuantos estiramientos y corridas antes de empezar, poco a poco la tensión se apodera de las chicas y vuelven al vestuario. David los da las últimas instrucciones, confirma a las once titulares y las espolea a luchar por los tres puntos. Es la hora de los rituales previos a la batalla, el cántico de guerra y una breve e intensa coreografía dando palmas que asusta a los malos espíritus. Carcajadas nerviosas y caras serias. Salen. El árbitro pasa lista y, una vez colocadas, los respectivos técnicos dan los últimos gritos para marcar el territorio. En el banquillo se muerden las uñas y en las gradas están atentos a todos los movimientos. El árbitro silba y empieza la lucha por los tres puntos. Pierden, pero todavía queda mucha liga, los ánimos continúan invictos.
ALEXANDRA TABERNER Jugadora del CF Pardinyes y AEC LuleÅ Àlex –su nombre de pila– ha hecho la pretemporada en Suecia como jugadora profesional del AFC Luleå, con el cual han ganado la liga. “Empezó como una broma y cuando me di cuenta de ello firmaba un contrato para una primera temporada con un buen salario y todos los gastos pagados.” ¿Qué aportáis las seis jugadoras catalanas que ha fichado el Luleå? Estrategia. Ellas tienen un juego muy físico: puntada a la pelota y todas a correr. Seis jugadoras de un día para el otro. ¿Eso ha generado tensiones y envidias con las compañeras suecas? No, su prioridad es que gane el equipo. Son muy responsables y no les hace nada pasarse los noventa minutos en el banquillo. Tienen un compromiso con el colectivo diferente. ¿Y cuando marcáis también se abrazan? Pues no, son más distantes y frías que nosotros, te chocan la mano. Un carácter más frío que también acompaña un juego más duro. Cuando volví me tenía que controlar, allí me había acostumbrado a las puntadas y los codazos y aquí me di cuenta de que si no cambia el chip me expulsarían en la primera de cambio. Allí los arbitrajes son más permisivos y el juego no se para cada dos por tres. ¿Volverás en primavera? Si me quieren sí. Estamos bien pagadas y es una experiencia muy enriquecedora. La ciudad es un poco aburrida y se hace extraño porque nunca es de noche pero, cuando te acostumbras, es mejor. ¿En mayo las dos ligas se solapan, y si el Pardinyes se juega el ascenso? Me quedo hasta el final.