¿Tenemos un problema, Tío Sam?
¿Trump o Clinton? El martes sabremos si el presidente de los Estados Unidos es un multimillonario ultraliberal y bocazas o una abogada con una larga trayectoria política. Sea cuál sea el resultado, tendrá consecuencias más allá de las fronteras de los EE.UU. El leridano Xavi Menós analiza la campaña desde Nueva York. “En los diez años que han transcurrido entre mi llegada a los Estados Unidos y el momento actual, he conseguido no sentirme de ningún sitio”, dice. Con esta perspectiva, hace un paralelismo entre su particular aventura americana y la realidad de un país complejo desde un punto de vista político y social, “muy difícil de comprender si no se vive allí o no se pasea por sus estados de horizontes en cinemascope y autopistas infinitas”. “Allí soy un extranjero que habla con un acento que descoloca a los dependientes del supermercado hispano de Washington Heights. En Catalunya, también me siento forastero cuando intento hablar de política o cuando una vecina de mi bloque de pisos de Barcelona me confunde con un turista.”
Si entro en la máquina del tiempo, puedo recordar perfectamente mi llegada a finales de verano del año 2006 en Nueva York. George W. Bush hijo era el presidente de un país que conmemoraba el primer aniversario de la destrucción que significó la llegada del huracán Katrina a Nueva Orleans. Dos años más tarde, al poner en marcha la televisión mientras me preparaba el desayuno para afrontar mi estreno en el mundo laboral americano, vi cómo todas las televisiones anunciaban con letreros chillones el colapso de Lehman Brothers. Era en septiembre del 2008 y, cada día que pasaba, cada titular del diario The New York Times que me esperaba en el rellano de la escalera me daba más motivos para preocuparme. A pesar de no creer en la frase que dice que de las crisis salen oportunidades, la realidad es que la Gran Recesión me ayudó en una de las aventuras más traumáticas que he vivido: encontrar piso en Nueva York. De sopetón, los agentes inmobiliarios se volvían menos violentos, ponían en suspense su soberbia habitual y se veían forzados a rebajar tarifas y comisiones. El día de Halloween del 2008, mientras las calles se llenaban de calabazas y de niños disfrazados al grito de “trick or threat”, me estrené como inquilino en un barrio donde la isla de Manhattan perdía su nombre. Tres días más tarde, el Carnegie Hall sería el escenario de una noche para el recuerdo. Joan Manel Serrat llenaba la sala con palabras de amor sencillas y tiernas y, en mi lado, mi amiga Elvira Lindo cantaba en voz baja todas las canciones que el cantautor había preparado para una noche especial en la cual, según nos anunció en pleno concierto, Barack Obama había sido elegido presidente de los Estados Unidos. Cien calles más arriba, en Harlem, la alegría estalló en un barrio que veía cómo, por primera vez a la historia de los Estados Unidos, un afroamericano era elegido para entrar en la Casa Blanca.
Los primeros meses de Obama en el despacho oval estuvieron marcados por la crisis financiera que ya se había iniciado en los últimos días de la presidencia de Bush.
“Xavi, dónde estás...? Hay un huracán que está a punto de llegar a Nueva York, las tiendas están vacías y tú no me contestas el teléfono.” Era en octubre de 2012. De esta manera mi madre me resumió una situación que desconocía por completo después de estar volando más de 24 horas seguidas desde el Masai Mara, en Kenia, hasta Nueva York. El huracán Sandy se preparaba para dejar media ciudad a oscuras y al llegar a casa, al ver la nevera vacía y confirmar las noticias que ya me habían avanzado desde Sudanell, decidí ir corriendo al supermercado. Al ver a dos señoras pelearse por una barra de pan, entendí que la cosa iba de verdad. Una semana más tarde, un bocadillo de tortilla de patatas se convertía en mi gasolina para un día en que llamaría puerta a puerta como voluntario de Barack Obama en un barrio medio abandonado situado en las afueras de Filadelfia. Una semana más tarde, el 6 de noviembre, sol en casa, celebraba con un vino de Costers del Segre la reelección de Barack como presidente de los Estados Unidos.
Seamos conscientes o no, nuestra vida diaria transcurre en paralelo a hechos de una gran trascendencia histórica. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, me doy cuenta de que parte de mi aventura americana se puede trazar sólo al recordar dónde estaba en aquel momento determinado. Hoy –cuando escribo estas rayas– es domingo 23 de octubre. El miércoles pasado se celebró el último de los tres debates presidenciales de una campaña que será recordada, entre muchas otras cosas, para convertirse en un plebiscito sobre uno de los elementos fundamentales de este país: el sueño americano. Para Trump, el sueño americano está muerto, tal como pronunció en un discurso en abril de este año. Para Clinton, en cambio, los Estados Unidos siguen siendo la tierra de las oportunidades, convirtiéndose en la portadora de la antorcha del legado de su adversario en las primarias del 2008. El próximo 8 de noviembre, los americanos votarán más allá de Trump y de Clinton: con su voto decidirán si entierran el sueño americano o si siguen dándole una segunda oportunidad.
Donald Trump ha optado por hacer una campaña agresiva con los medios de comunicación, llena de intoxicaciones y falsedades
Clinton y Trump han llegado a ser los candidatos del Partido demócrata y del Partido republicano, respectivamente, después de vencer en unas elecciones primarias donde el senador Bernie Sanders luchó con Hillary Clinton hasta el final forzando el Partido Demócrata a añadir en su programa electoral la mayoría de sus propuestas progresistas (según explicó el mismo Sanders, un 80% del total). Por su parte, Donald Trump, a pesar de ser uno outsiders del mundo de la política, acabó acumulando un total de 13,3 millones de votos, marcando un récord para su partido y que puede explicar como, a pesar de todas las salidas de tono del presidenciable, sigue disfrutando del apoyo de la mayoría de los líderes del Partido Republicano.
Hillary Clinton no consigue romper la imagen de mujer dura e intransigente que despierta rechazo en muchos electores
La consolidación de las redes sociales con el coronamiento de la inmediatez como el principio a través del cual el mundo gira ha hecho que el ciclo de las noticias sea tan rápido que lo que era noticia el lunes deje de ser noticiable el martes. A pesar de ganarme la vida con la gestión de las redes sociales, muchas veces me hace la sensación que estamos viviendo en la sociedad de la información más desinformada de la historia. La abundancia de datos es tanta, la proliferación de nuevos medios de comunicación digitales que se alinean en una ideología política concreta es tan problemática, que hace que uno de los puntales del periodismo clásico, el de la veracidad, empiece a temblar en esta campaña. Donald Trump, que fichó al director general del portal de noticias ultraconservador Breitbart como jefe de su campaña, ha sido el pregonero de este ataque a los medios de comunicación convencionales. Por eso, cada vez que hace referencia al The New York Times (el rotativo que publicó la noticia que él no había pagado impuestos federales durante dieciocho años y que puso cara y ojos a una de las mujeres supuestamente agredidas sexualmente por el businessman), siempre lo acompaña con la palabra failing (fallido), o cuando menciona el canal de noticias CNN, siempre lo hace hablante de las supuestas bajas audiencias de la emisora (alegaciones que, por cierto, son totalmente falsas). Esta crítica feroz a los medios de comunicación hace que en los rallis del republicano, muchos periodistas se vean forzados a esconder sus logos por miedo de ser agredidos por la masa enfurecida, tal como le pasó a mi querido Jordi Évole en uno de los Salvados miedo la campaña fundacionales, cuando entró a un mitin del PP con un micro de la SER.
Implicación. En los EE.UU. es muy habitual que los ciudadanos expresen abiertamente y explícitamente su posicionamiento. Cliquea en la imagen para ver la galería de fotos entera.
Selfies en la Trump Tower
Dos días después de que se filtrara el famoso vídeo en el cual Donald Trump afirmaba, cerrado en un autobús, que no podía evitar hacer un beso o no tocar las partes íntimas de una mujer sin esperar su permiso, decidí ir a fotografiar la sede de Trump. Era una mañana gris de octubre. Al acercarme a la Quinta Avenida, muy cerca de su torre, me sorprendió ver una gran cantidad de coches de policía. Mi primera impresión, totalmente equivocada, era que los agentes de seguridad se preparaban por si tenían que actuar en caso de una manifestación en el exterior de la Trump Tower. El poder de la imaginación siempre gana la realidad. Los policías y las vallas estaban preparados para la cabalgata del Día de la Hispanidad que se celebraba aquel mismo domingo. En cuestión de minutos, la música, las danzas y la alegría de una agrupación cultural mexicana contrastaban con la pomposidad del edificio. Era imposible no hacer una fotografía y pensar que no había una mejor manera de mostrar a Donald Trump que todos los inmigrantes son violadores o traficantes de droga, como había anunciado en su primer discurso como candidato a las primarias republicanas en aquel mismo edificio que ahora servía de telón de fondo de la diversidad latinoamericana. En el interior, la música de las comparsas hispanas quedaba silenciada por las toneladas de mármol en que rebozaban unas paredes ancladas en los años ochenta. Delante de una cascada artificial de dimensiones trumpianas, una señora con el pelo rubio crepado y con pantalones de pata de elefante sonreía a la cámara de su amiga indiferente a las palabras que todos los medios de comunicación repetían en loop. Una imagen que también se repetía en el exterior: una madre hacía una foto a sus hijas con el cartel de Trump en medio.
Recuerdos. Chicas haciéndose fotografías de recuerdo en la entrada de la Trump Tower de NYC. Cliquea en la imagen para ver la galería de fotos entera.
El discurso racista del candidato republicano se dirige al votante ‘redneck’ (blanco e inculto) de los estados más conservadores
Los seguidores de Trump
¿Incomprensible? Para mí, sí, pero es que muy a menudo la lógica se escapa a la hora de hablar de Trump y sus seguidores. Y otro concepto escorredizo para el businessman es el de la verdad. Según explica en su libro The art of the deal (El arte de la transacción), que se expone en una vitrina de su torre, él cree en la idea de la “truthful hyperbole”, la hipérbole veraz que justifica, por ejemplo, que esta torre que en realidad tiene 58 pisos se venda como si tuviera 68. Discípulo del abogado Roy Cohn (por si no lo conocen, los recomiendo que vean o lean Angels in America), ha hecho suya la máxima cohniana que dice que si repites una cosa muchas veces, la gente se lo acabará creyendo. Toda la campaña de Trump se ha fundamentado en esta táctica perversa.
Las minorías étnicas, de tradición demócrata, son más difíciles de movilizar en un país en el cual hay que inscribirse para poder votar
Las críticas en Trump sí que se podían leer, en cambio, en un stand de una tienda de artesanía made in America del West Village, donde todos los clientes (mayoritariamente mujeres) eran invitados a colgar un postit con un comentario sobre las elecciones. Uno de los elementos más curiosos de esta tienda era el merchandising que se podía comprar: desde una bandeja de porcelana que imitaba el certificado de nacimiento de Barack Obama hasta bolsas de palomitas para celebrar la victoria de Clinton, pasando por preservativos protegidos por una caja de cartón estampada con la cara de Trump y acompañada por la palabra huge (gigante), bromeando con una de las palabras más utilizadas por Trump y con los rumores sobre la escasa dimensión del miembro del empresario. En el escaparate, una taza gigante con la sonriente cara de Hillary Clinton anunciaba que aquella misma noche se celebraría el segundo debate.
Participación. Una tienda neoyorquina de artesanía invita a las mujeres a opinar sobre las elecciones y los candidatos. Cliquea en la imagen para ver la galería de fotos entera.
La gran desconocida
Clinton es, seguramente, la mujer más reconocida de los Estados Unidos, pero a la vez es la más desconocida. Ha sido primera dama de un estado (Arkansas) y del país durante ocho años, senadora por el Estado de Nueva York durante ocho años (una carrera legislativa que empezó mientras todavía era first lady, primera dama) y secretaria de Estado durante el primer mandato de Obama. A pesar de su dedicación a la política, un muro (no precisamente lo que Trump quiere construir en la frontera con México) separa a la candidata de una parte de sus electores: más de un 40% de los americanos cree que ella no es una persona de fiar. Fue una de las alumnas más brillantes de Yale, pero quizás por el hecho de ser mujer o por los conflictos extramatrimoniales de su marido, Hillary Clinton ha sido sometida a un minucioso escrutinio desde sus primeros días como first lady, cuando jugó un rol atípico. La polémica por el uso de un servidor de correo electrónico privado mientras era secretaria de Estado ha ennegrecido una trayectoria impecable. Tal como han repetido una multitud a veces Michelle y Barack Obama: “Con Hillary Clinton nos encontramos delante de la candidata mejor preparada de la historia.” Muchos amigos me han preguntado sobre esta implicación de los Obama con Clinton: ¿por qué quieren dar apoyo a una candidata supuestamente tan poco popular? La respuesta es doble: en primer lugar, no tenemos que olvidar que Trump inició su candidatura con una campaña que ponía en cuestión las raíces norteamericanas de Barack Obama y que forzó el presidente a hacer público su certificado de nacimiento; en segundo lugar, una victoria de Trump desharía la herencia de Obama: las incipientes relaciones con Cuba, los derechos de los gais, la reforma migratoria o la lucha contra el cambio climático. Trump lo definió en el último debate cuando dijo: “Votando Clinton lo que tendréis son cuatro años más de Obama.” Una frase que, seguramente, hizo cambiar de opinión de más de uno, ya que Obama es uno de los presidentes con uno de los índice de valoración más altos de la historia, a pesar del desgaste de dos mandatos.
Las denuncias de abusos sexuales contra Trump han supuesto un descenso considerable de su apoyo femenino
El precio del voto. Un ‘sin techo’ colecta|mendicidad limosnas de ciudadanos demócratas bajo la amenaza de votar a Donald Trump. Cliquea en la imagen para ver la galería de fotos entera.
¿Quién ganará?
Esta es la gran pregunta que tendrá respuesta, si no hay dramas en Florida, como pasó en las elecciones entre Bush y Gore, el martes. Las encuestas dan una gran victoria de Clinton. Trump, a raíz de sus escándalos, ha perdido uno de los puntales básicos para cualquier victoria: el apoyo de las mujeres (que quiera prohibir el aborto tampoco no ayuda a ganárselas); a pesar del intento de cortejo con el presidente de México, los latinos no dan apoyo a un candidato que los ha insultado en más de una ocasión y que los ha amenazado con deportarlos (son “bad hombres”, como dijo en el último debate). En definitiva, Trump está haciendo una campaña pensada para un grupo de votantes que ya tenía seducidos: hombres blancos con pocos estudios y que han sufrido en primera persona los efectos de la crisis económica del 2008. Igualmente parece poco probable que Trump pueda arañar votos de los seguidores antisistema del demócrata Bernie Sanders. Ahora bien, si tenemos en cuenta la escasa fiabilidad de las encuestas en los referéndums de Colombia y el Reino Unido y en las elecciones españolas, no se puede descartar una victoria de Trump. Todo dependerá del índice de movilización: Trump tiene ciertos votos asegurados; Clinton, no. Si Clinton consigue movilizar latinos (que tienen un índice de participación electoral muy bajo), jóvenes y negros (dos grupos sociales que fueron fundamentales en las victorias de Obama), tiene la victoria relativamente segura.
Dentro de unos años, todos recordaremos qué hacíamos el día en que Hillary Clinton o Donald Trump ganaban las elecciones presidenciales del 2016. ¿Será un sueño o una pesadilla? ¿Se impondrá el sentido común o el eje de la intolerancia y el ultranacionalismo que ya ha sumado una victoria como la del Brexit del Reino Unido? La respuesta la tendremos en pocos días. Pase lo que pase, el ganador tendrá el gran reto de recoser de nuevo un país que ha vivido una campaña llena de mentiras, una carrera electoral cargada de miedos y de odio que genera desconfianzas difíciles de pulir. Yo, como no soy ciudadano norteamericano, sólo puedo esperar que el sin techo de Times Square cumpla la promesa y no vote Trump después de haberle dado el dólar que pedía. Pase lo que pase, el circo político lo tenemos garantizado.
Texto y fotografías,
Xavi Menós