SEGRE

DE LES GARRIGUES A LA SAGRADA FAMÍLIA

De piedra picada

La basílica de la Sagrada Familia de Barcelona ha trascendido al mismo Gaudí para convertirse en una obra de alcance mundial. Hace cincuenta años los picapedreros de las Garrigues enviaban bloques en bruto para que los escultores hicieran a los santos a pie de obra. Hoy en día es un proyecto literalmente global, se construye con piedras venidas de todo el planeta. En las Borges y los pueblos del lado, sin embargo, todavía continúan vinculados. Unos arrancan la piedra de la tierra, otros gestionan los bloques que llegan de todo el mundo y unos terceros, los más artesanos, las cortan y pican según los planos pactados.

Publicado por

Creado:

Actualizado:

"Es una piedra muy dulce de trabajar, obedece mucho a la hora de romperla”. Joan Sáez no es el último de una larga y próspera estirpe de picapedreros de las Garrigues que se remonta en el pasado indefinido de los siglos antiguos. Su padre era andaluz y vino a Catalunya para hacer de masovero. Los fines de semana se ganaba un jornal extra picando piedra. Al final dejó el campo para dedicarse a buscar y explotar vetas rocosas por la comarca a pico, pala y golpes de martillo. Habla de la piedra de la Floresta, a veces también conocida como Vinaixa, que es el típico de estos términos de secano cortados por lados de olivos. Blanca y porosa, la piedra Floresta “no pasa nunca de moda porque es muy bonita y nada escandalosa; es de un color muy luminoso y combina bien con cualquier otro material”, reconoce. Desde su pedrera envía bloques por todo el mundo. Algunos, a lo largo de los años, han ido a parar a la Sagrada Familia.

A mediados del siglo pasado el abuelo de los hermanos Balagué, picapedreros de Juneda, ya había trabajado para el templo de Gaudí: “los santos que hay en la basílica están hechos con bloques que venían de aquí, de las Garrigues; entonces se tardaba muchos días para extraer bloque, y el transporte hasta Barcelona también era mucho más pesado. Las esculturas las hacían a pie de obra”, dice el Xavier Balagué. “los medios eran muy precarios y los tratos que se hacían con los constructores de la basílica eran muy diferentes”. Ahora, reconocen todos a los que trabajan directamente o indirectamente para la Sagrada Familia, buscan la excelencia hasta el milímetro.

En una sola generación, nada ya es como estaba en el anterior. “Gaudí calculó que la piedra la sacarían de la montaña de Montjuïc, en Barcelona mismo, pero cuando se reactivó el proyecto se hizo evidente que era inviable seguir contando con la piedra original. “Actualmente trabajamos con más de veinte pedreras repartidas por todo el mundo”, explica Carles Farràs, responsable de producción de la basílica. La montaña olímpica de la ciudad condal fue la gran proveedora de la ciudad desde los romanos hasta finales del siglo pasado, cuando se detuvo definitivamente la extracción y la mayoría de los espacios que habían generado las doce pedreras que había fueron reconvertidos en equipamientos públicos. Hoy el ritmo de trabajo es muy intenso y “necesitamos que el engranaje, desde la extracción hasta la colocación final de cada pieza en la obra, sea muy preciso”, apunta. “Nosotros compramos y guardamos stock a un año vista con el fin de tener siempre piedra a punto para trabajar. Eso nos obligó a pensar a nivel global y buscar materiales sin prejuicios en los cinco continentes”. Piedras específicas que van más allá de la estética: el pórfido de Irán es rojizo y está pensado para ubicarlo en las cuatro columnas del crucero, ya que se relaciona con la sangre y el sacrificio; el granito azul conocido como Bahia, sobre todo proveniente del Brasil, se utilizará para las aristas de la torre de la Virgen ya que es un color que inspira pureza.

Un mar de piedra. Joan Sáez en sus pedreras de las Garrigues

Los industriales que trabajan las piezas finales que formarán parte del edificio son cinco empresas repartidas por toda Catalunya –dos de las cuales están en les Garrigues– y, por razones logísticas, decidieron instaurar el centro de recepción y el taller de preelaboración de toda esta materia prima en el polígono industrial Les Vernedes de las Borges Blanques. “Aquí nos llega toda la piedra en bruto, bloques de entre 3 y 8 metros cúbicos que organizamos según la procedencia después de hacerles una primera revisión en el momento de llegar,” explica Àlex Masdeu, responsable del taller. “Las primeras veces sí que viajábamos a Inglaterra, el Brasil o el Irán para ver cómo trabajaban, para contrastar sobre el terreno las posibilidades de las pedreras y conocer directamente a los proveedores, pero una vez hemos establecido los parámetros de calidad ya hay una confianza. Ellos saben lo que buscamos y tampoco se la quieren jugar”, razona. “A veces hemos encontrado lugares con una materia prima buenísima, pero si sólo quitan tres bloques al año no podemos contar con ellos porque entonces entorpecería toda la cadena”, reconoce Farràs.

“En Italia tienen pedreras que hacen decenas de metros de profundidad, son montañas de mármol que hace centenares de años que explotan y no ven el momento de acabarlas”, explica Joan Sáez. Pero en las Garrigues son vetas que se mueven entre el uno y los ocho metros de altura, lenguas de piedra que a veces están prácticamente a ras de tierra y otros las tienes que encontrar en diez o doce de profundidad”. La piedra Floresta se localiza, sobre todo, a la mitad septentrional de la comarca, y aunque hay sitios donde hace muchos años que se trabaja –Rubio tiene una en l'Espluga Calba que explota desde hace 35 años– la mayoría son pequeñas si se comparan con las reservas de granito que tienen en Cantabria u Ourense, por ejemplo. “Eso no quiere decir, desgraciadamente, que se pague a buen precio por su escasez. Los más interesados tampoco somos capaces de ponerla en valor como una marca colectiva y de territorio”, se lamenta Joan Sáez. “pero a pesar de la crisis de la construcción, seguimos trabajando porque es buena y gusta, sobre todo para los acabados.”

Trabajo de equipo. Àlex Masdeu es responsable del taller de preelaboración.

Encuentran una posible veta, hacen prospecciones, consiguen los terrenos, hacen un plan de trabajo, la Generalitat los da los permisos y empiezan a remover la tierra. Roberto Sabiano escribe a Gomorra que la mafia siciliana utiliza las antiguas pedreras abandonadas como grandes vertederos de residuos los cuales, a medio plazo, contaminan la tierra y ponen en peligro la salud de los vecinos. Aquí sin embargo, se hace diferente y cuando se abre una explotación se tiene que hacer un plan de trabajo con el fin de garantizar que, una vez agotada, el terreno se dejará como si no hubiera pasado nada. Se pierde desnivel, claro está, pero el objetivo es que en poco tiempo la intervención sobre el paisaje sea la mínima, explica Joan.

Mientras remueven la tierra de los bancales o los pequeños bosquecillos de pino que dibujan el paisaje garriguense, en el almacén que la Sagrada Familia tiene en las Borges llegan bloques de todo el mundo y los organizan. “Todos vienen numerados de origen y, hasta la pieza final, se hace un seguimiento del rastro para saber en todo momento, por qué manos ha pasado.” El sistema de trabajo es minucioso y cada bloque, a medida que se va distribuyendo y trabajando, se analiza desde todos los puntos de vista. “Si al cortarlo aparece una franja imprevista se descarta, y desde hace unos años que hacemos pruebas de compresión y flexión”, explica Masdeu. En el mismo taller de las Borges han montado un laboratorio donde, bloque por bloque, prueban la capacidad de cada piedra para asegurarse unos estándares que no siguen en ninguna otra obra que se haga por todo el mundo.

Grandes bloques que se cortan con sierras de diamante para hacer las rebanadas se envían a los industriales finales. Piedras de Ponent tiene el taller cien metros más abajo y este otoño hacen piezas para la torre evangelista de Mateu. Joan Manel López es el encargado de recibir las rebanadas de roca y los planos exactos para conseguir, de cada bloque, las piezas que previamente se han calculado. Con un sistema totalmente automatizado, la máquina corta las piezas al milímetro. “Y a medida que van saliendo las volvemos a numerar, un par de golpes por semana pasan los responsables de calidad, las revisan y les ponen el sello de conformidad a fin de que ya las podamos enviar a los profesionales que las tienen que montar”, explica.

A toda máquina. Joan Manuel López trabajando en el taller de Pedres de Ponent.

Las que trabajan este otoño van a la fachada. Cuando tienes cuatro en frente te das cuenta de que tienen unas tonalidades diferentes, unas más verdosas y otras más rojas o blancas como si fuera uno pixelado ampliado de una fotografía. “Como Gaudí empezó a construir con piedra de Montjuïc, ahora tenemos que trabajar con una combinación muy compleja de piezas que, una vez colocadas, de lejos dan una impresión que pare el original”, confiesa Farràs.

En los talleres de los hermanos Balagué, el Manel Izquierdo es el picapedrero encargado de trabajar artesanalmente todas las piezas de la basílica. “Hago los acabados a mano, pieza por pieza con el cincel y el martillo.” Hace veinticinco años que trabaja en la empresa y tiene la paciencia de quién conoce el oficio. Coloca la punta en el lugar exacto y con un golpe hace saltar unos añicos de piedra.

Poco a poco, golpe a golpe, va dibujando un mapa de rugosidades que, aunque hay máquinas que también las puedes programar para que lo hagan, transmiten la fuerza del trabajo manual. Un trabajo que, desde las profundidades de las Garrigues y de las manos de sus artesanos, dejará huella a las paredes de una de las basílicas más famosas, fotografiadas y espectaculares del mundo.

tracking