Viaje al interior de una colmena
Las abejas siguen siendo indomesticables, tienen sus propias leyes y los humanos sólo han conseguido uno cierta convivencia por conveniencia. Los apicultores les facilitan la vida y, a cambio, extraen parte de la miel que producen. Un producto natural de primera calidad capaz de conservarse por los siglos de los siglos.
En medio de un prado hay una veintena de cajas de madera de color gris claro. De lejos parecen incluso abandonadas, a medida que nos acercamos se va haciendo patente la presencia de una actividad frenética, un zumzeig de miles de abejas que salen y entran por las pequeñas puertas situadas en la parte inferior de cada polilla –caja. “Con una esperanza de vida de unos 700 kilómetros de vuelo, optimizan todos sus movimientos y se organizan de manera que cada una tiene su trabajo para construir los nichos, cuidar a la reina, defender la colmena, conseguir néctar y fabricar la miel”, explica Josep Maria Hervera, apicultor de la Portezuela, en el Segrià, que comercializa la Miel casa Helena.
ORGANIZACIÓN. Las abejas trabajan para la colmena. Según el sexo o la edad tienen trabajos de limpieza, alimentación o defensa.
Durante el invierno leridano, sin flores y una climatología fría, “las abejas se encierran dentro de las polillas, se agrupan las unas sobre las otras y mantienen la temperatura estable en 35º; gastan muy poca energía y se alimentan de las reservas de miel que conservan a cada caja”, explica Miquel Àngel Guiu, dels Torms, que vende la miel con el nombre de Salagut. Con la llegada de la primavera la actividad de las abejas se despierta, es el momento que los enjambres se multiplican, las reinas jóvenes que no se quedarán en la colmena en la cual han nacido se marchan con unos cuantos millares de abejas. A fin de que no se escapen y ayuden a hacer mayor la colonia, los apicultores les preparan nuevas cajas por los alrededores que les sean propicias para instalarse.
La mayoría de apicultores empiezan con pocas cajas y, poco a poco, año tras año, entre la propia reproducción y los enjambres que puedan rescatar van multiplicando la colonia de polillas. “Dentro de las cajas colocamos unos cuadros de madera con unos paneles de cera que tienen un mínimo de relieve con la trama hexagonal, ellas lo utilizan como guía para ir alzando pared y utilizar los agujeros a ambos lados para la cría, para guardar polen o miel,” dice Xavi Riera, de Lleida, que hace su propia colonia poco a poco y actualmente la ha trasladado al Pirineo.
EXTRACCIÓN. Cuando se detecta un cuadro con miel suficiente, antes de llevárselo sacuden cuidadosamente las abejas.
“Para alimentarse, las abejas buscan el néctar de las flores, el cual transforman para hacer miel y acumular reservas”, explica Guiu. Algunas de las mieles más apreciadas son las monoflorals de romero, naranjo o castaño. Con el fin de aprovechar las temporadas, muchos apicutors son ganaderos nómadas, mueven desde el Camp de Tarragona hasta los Pirineos buscando las diferentes floraciones para asegurar una mayor producción. “Nuestro trabajo es cuidarlas, asegurar que tienen acceso a las floras más propicias e ir gestionando las polillas de manera que siempre estén en las más sanas y fuertes posible a fin de que aumente la población de abejas y la producción de miel”, explica Hervera. A diferencia de otros animales domesticados, los cuales se han reproducido buscando siempre los ejemplares más propicios a los intereses del hombre con la idea de hacerlos productivos y dóciles, las abejas son salvajes y la capacidad de los apicultores para manipularlas es limitado porque necesitan vivir en el medio natural.
HUMO. Para trabajar con más comodidad los apicultores utilizan humo, el cual calma las abejas.
Las abejas participan activamente de la polinización de muchas especies de flores, arbustos y árboles, incluidos los fruteros. “De momento, no hay una amenaza clara que ponga en peligro su supervivencia, si los apicultores son cuidadosos y están encima las polillas es difícil que se les mueran”, dice Josep Maria Bonet, de Camarasa, presidente de la entidad Apicultors Lleidatans Associats, que tiene más de 25 años de historia y está integrada dentro de la catalana Apicat. “El que sí que notamos es el cambio climático y como eso afecta su ritmo de vida y trabajo, ya que son muy sensibles al tiempo y los cambios de temperatura y su ritmo de trabajo es más imprevisible durante la primavera y el otoño, épocas que están notando más estos cambios repentinos de temperaturas y lluvias”.
MIEL. Los paneles en los cuales guardan la miel los tapan con un velo
Las abejas no dependen de los apicultores para vivir, sencillamente aceptan su ayuda, una relación de intereses mutua que pasa por ser muy cuidadosos en la gestión de las colonias. Cuando nos acercamos a las cajas y las abrimos su reacción natural es enfadarse y atacarnos, por eso tenemos que trabajar con trajes que evitan en gran medida que nos puedan picar. Tenemos que estar tranquilos y situarnos siempre en la parte posterior de la caja para que se sientan menos violentadas”, dice Guiu. Les quieren quitar la miel, sus reservas, por eso están más nerviosas y “lo notas porque también cambian el sonido del vuelo: de repente hacen un zumbido más agudo e intenso”, explica Riera. Para calmarlas las humean por encima con el fumador, una de las herramientas imprescindibles de cualquier apicultor. Que las tranquilice no quiere decir que no te puedan picar, por eso tienen que tener muy claro todo aquello imprescindible para no provocarlas. “El sudor que una persona puede segregar a causa de los nervios o el estrés, así como los perfumes, las atraen, y si nos ponemos a correr o hacemos movimientos bruscos también lo interpretan como un ataque y entonces tienes más números que busquen la manera de picarte”, razona Guiu. “El aguijón que te clavan con su veneno es como un arpón: una vez nos lo han clavado, se queda dentro de la piel y al arrancarlo ellas quedan lisiadas, por eso se mueren”.
Cualquier ganadero tiene que conocer la naturaleza de los animales con los que trabaja, en el caso de las abejas se tienen que entender como un conjunto, como un mundo que se regula por si solo. “Cuando las abejas empiezan a notar que la reina ya no pone huevos al buen ritmo que el enjambre necesita para mantenerse en condiciones se dedican a sobrelimentarla con jalea real para que ponga los huevos para nuevas reinas”, explica Hervera. Es el momento que se prepara el relevo y de las posibles sucesoras sólo una se quedará en la caja. Las otras morirán asesinadas por la más fuerte o se marcharán exiliadas a montar otro enjambre. “Las reinas sólo se fecundan una vez a la vida, hacen lo que se llama vuelo nupcial: ella sale y los machos le van detrás, compitiendo entre ellos para ver cuáles son los más fuertes. Durante el vuelo copulará con una quincena larga de machos que morirán después del acto. Todo el esperma que haya acumulado lo guarda y durante los próximos años irá poniendo huevos, fecundados o no, para hacer machos y hembras”.
La miel, su alimento, la guardan en las pequeñas celdas que sellan cuando se llega al 18% de humedad. Si los cuadros están lo bastante llenos se sacan, se sacuden las abejas y se retiran. Una vez en el obrador, habiendo echado las pocas abejas que se negaban a desprenderse del paneles, es hora de extraer la miel. Se ponen dentro de un depósito hermético y a través de un sistema de centrifugación la miel salta y se recoge por decantación. Después de filtrarla para sacar pequeñas impurezas ya está lista para envasar. “La miel es un producto que no se estropea y cuando no está tratada siempre acaba cristalizando”, explica Bonet, de Camarasa.
Un producto de alta calidad y muy saludable, de proximidad, fruto de una actividad imprescindible para el buen funcionamiento del ecosistema de los países cálidos como el nuestro.
EL DELICADO EQUILIBRIO DEL ECOSISTEMA Mientras la avispa asiática, una especie invasora muy agresiva, amenaza las colonias de abejas en las comarcas del nordeste catalán y avanza hacia el sur a una media de cien kilómetros por temporada, uno de los depredadores que actualmente generan más quebraderos de cabeza a los apicultores leridanos es el abejaruco (Merops apiaster). Esta ave migratoria, la cual está protegida, llega del África a la primavera y se alimenta, sobre todo, de abejas. No sólo comen muchas, sino que su presencia las estresa y se encierran dentro de las polillas. Eso disminuye la población y afecta a la recolección de la miel.