LLEIDA
La caída fue doblemente simbólica
La batalla de Belchite fue una de las más cruentas de la Guerra Civil, con más de 5.000 muertos en dos semanas. La de Lleida, que culminó con la toma de la ciudad por las tropas franquistas el 3 de abril de 1938, duró menos de una semana, pero las bajas, entre muertos y heridos, también se acercaron a las 5.000, y la ciudad quedó muy dañada.
La toma de Lleida por los franquistas fue doblemente simbólica: era la primera capital catalana que caía en sus manos y sirvió como ensayo de la implantación de su administración, que incluía acabar con el Estatut e imponer instituciones como el Gobierno Civil o la Diputación suprimidas en Catalunya durante la República. Franco firmó la ley que derogaba el Estatut el 5 de abril. “Cataluña se incorpora a España sin Estatuto, ni compromisos bastardos y sin problemas separatistas. Cataluña es enteramente de España. Y España va a salvarla”. Así lo reflejó el diario falangista “Ruta” en un artículo reproducido por Joan Sagués, que recoge un buen número de escritos publicados en diarios y revistas que demuestran la gran repercusión que tuvo en territorio franquista la caída de la ciudad, celebrada en numerosas ciudades y presentada como el inicio de la “reconquista” de Catalunya . “Lérida ha quedado libre de la tiranía Catalana, Lérida es nuestra, ya no es separatista, ya no está entre la canalla que siempre se ha tenido a menos de ser Española”, destacaba “Labor”, el órgano oficial de la FET y de las JONS. El “Heraldo de Aragón” lo festejó publicando sendos poemas dedicados a la victoria, uno de los cuales comenzaba así: “Viva la Lérida española,/ no de la hoz y el martillo./ La de Isabel y Fernando/ como la quiere el Caudillo./ Al vuelo Lérida hermosa/ echa alegres las campanas,/ que por tu liberación/ hoy lo hace toda España”. Y el nuevo gobernador civil, Luis Ventalló, dictó un bando el 13 de abril en el que empezaba señalando que asumía el cargo cuando en parte de la provincia “hermanos nuestros gimen bajo el yugo marxista y separatista”. “Consciente de la responsabilidad histórica que sobre mí cae, precisamente por ser el primer gobernador de la primera Provincia liberada de Cataluña, he venido en nombre del Caudillo y de su Gobierno a implantar en ella el Movimiento salvador de España […] para que Lérida vuelva a ser lo que debiera haber sido siempre, un pedazo más de esta bendita tierra de España por la que tantos han dado su vida”, proseguía.
La caída de Lleida llegó después de que la ofensiva franquista en Aragón tras recuperar la ciudad de Teruel rompiera con facilidad las líneas republicanas, que no pudieron contener a sus adversarios a pesar de la barrera natural que formaban el Cinca y el Segre. Las fuerzas de Franco cruzaron el Cinca y entraron el día 27 en Massalcoreig, que fue así la primera localidad catalana que cayó en sus manos. Horas después, La Granja d’Escarp corría la misma suerte y el día 29 cayeron Seròs, Aitona y Soses, mientras que Alcarràs lo hizo el 30. Entonces, Lleida ya se había convertido en una ciudad fantasma, porque la mayoría de la población la había abandonado el día 27. Joan Sagués, en su libro “la Lleida vençuda i ocupada del 1938,” detalla que muchos vecinos se refugiaron en casas de L’Horta, mientras que otros y los que huían de las localidades ya ocupadas por el ejército rebelde emprendieron la marcha hacia lugares de Catalunya más alejados del frente. “El último tren marchó hacia Tarragona lleno hasta los topes a las cuatro de la tarde”, señala. Este hecho hizo que los continuos bombardeos de la aviación franquista, que se prolongaron hasta el 3 de abril, fueran relativamente menos mortíferos que el del 2 de noviembre de 1937, que destruyó el Liceu Escolar, a pesar de ser más intensos.
Las bajas entre los combatientes se estiman en cerca de 5.000, y al menos unos 400 civiles murieron
No obstante, los muertos civiles se contaron por centenares, unos 400, según indica Sagués citando un trabajo de Josep Maria Solé i Sabaté y Mercè Barallat. Los mandos republicanos intentaron mantener Lleida o retrasar lo máximo posible el avance franquista, por lo que organizaron una División, la 46, bajo el mando de Valentín González “el Campesino”. Este era un militar comunista que adquirió notoriedad durante la guerra, pero cuyas dotes estaban muy por debajo de su popularidad, según constata la obra “Les batalles del Segre i del Noguera Pallaresa”, de Pol Galitó, Manuel Gimeno, Rodrigo Pita y Josep Tarragona. Los defensores disponían de unos 10.000 hombres y los atacantes iniciaron su ofensiva el 31 de marzo para ocupar dos zonas elevadas: la colina de Gardeny y “les Collades” de Sant Just, objetivos que consiguieron el día 2. Los combates prosiguieron, muchas veces casa por casa, primero en las calles Alcalde Costa y Acadèmia y, a medida que los franquistas iban avanzando, por buena parte de la ciudad. Finalmente los republicanos cruzaron el Segre tras incendiar una manzana de casas de las calles Estereria y Pilota (en parte de la actual plaza de la Sal) y volaron el Pont Vell (el único que había) y el del ferrocarril.
A partir de entonces, el frente se estabilizó durante 9 meses en el río Segre, pero el grueso de la ciudad ya estaba en poder de Franco. “En el día de hoy, el cuerpo de Ejército marroquí ocupó primero el Castillo de Lérida, la estación y la parte alta de la población, y posteriormente toda ella quedando solamente pequeños núcleos de resistencia que se están reduciendo rápidamente. También se ha ocupado el pueblo de Villanueva de Alpicat, Torrefarrera y Torreserona”. Este fue el parte oficial de guerra del 3 de abril del cuartel general de Franco, según recoge Sagués en su libro. De la magnitud de la batalla da idea que las bajas de los republicanos, entre muertos, heridos y prisioneros, se estiman en unas 4.000 (el 40% de los miembros de la 46 División), y las de los franquistas, en casi un millar (el 10% de su 13 División). Y a nivel material, la destrucción de la ciudad fue espantosa. Según un informe del arquitecto municipal a principios de 1939, 110 edificios fueron reducidos a escombros por los bombardeos y el 90% de los demás quedaron afectados en menor o mayor medida. El Canyeret quedó casi derruido, pero buena parte del Eix, del Barri Antic, el entorno de la Escola del Treball y calles como Rambla d’Aragó, Democràcia, Comerç, Nord sufrieron una gran destrucción.
Usufructo del cementerio de Alpicat durante 9 meses Las tropas franquistas ocuparon el grueso de la ciudad el 3 de abril de 1938, pero no pudieron cruzar el río y hacer lo propio con la margen izquierda hasta enero de 1939. Cappont era poco más que unas cuantas casas y La Bordeta, un pueblo, pero el cementerio estaba en ese lado del río, así que durante nueve meses el camposanto de Alpicat pasó a serlo también de la capital. Un trabajo de Fabià Corretgé sobre las personas enterradas en este cementerio durante la Guerra Civil detalla que entre abril de 1938 y de 1939 se registraron 418 sepelios, de los que 144 eran militares franquistas, 2 republicanos (uno ajusticiado) y 264 civiles, así como otras 8 personas de las que no consta su condición. Entre los civiles, 38 fueron ajusticiados. Y es que tras la ocupación militar, las nuevas autoridades pusieron en marcha la maquinaria represiva. Sagués detalla que entre julio y diciembre de 1938 la delegación de Orden Público practicó 374 detenciones y abrió 5.400 expedientes y fichas, además de poner a disposición de la justicia militar a 107 personas. En una ciudad medio vacía, este fue solo el inicio de un largo periodo de represión.