Haciendo memoria entre cuatro paredes de cristal
La asfixiante película de Antonio Mercero La cabina (1972), protagonizada por José Luis López Vázquez, forma parte del pasado. Los cubículos de cristal con un teléfono público en su interior han ido desapareciendo lentamente del paisaje urbano. Tippi Hedren no tendría ahora dónde refugiarse del ataque de Los pájaros; ni Superman sabría dónde vestirse de superhéroe.
El vídeo no mató a la estrella de la radio, como pronosticaron The Buggles en 1979, pero los smartphones han sentenciado a las cabinas. El número de líneas móviles ya supera al de la población mundial, por lo que los teléfonos públicos han dejado de ser una necesidad. Para el museo de la picaresca quedan las monedas de cinco duros (25 pesetas, 0,15 euros) con un minúsculo agujero a las que se ataba un hilo de pescar para que la cabina nunca se tragara la moneda y la conversación pudiera durar más. Un clásico de los soldados que hacían la mili lejos de su casa, y que también forman parte del pasado.
Las cabinas de teléfonos eran omnipresentes y tenían refuerzos en los bares y locales de ocio nocturno en forma de teléfono público azul. Eran la única manera de avisar de que se llegaría tarde o de que había sucedido cualquier percance. Los primeros teléfonos públicos que se instalaron en España se ubicaron en el parque del Retiro de Madrid en 1928. Eran teléfonos de pared hasta cierto punto similares a las actuales cabinas, que ya no son cubículos de cristal en los que encerrarse a hablar por teléfono. Estas datan de 1966. En las calles solían estar emparejadas con buzones, otro elemento del mobiliario urbano que cada vez es más caro de ver.
En 2014 Correos suprimió 65 buzones en Lleida porque, sencillamente, ya no recibían cartas. De hecho, el correo personal solo supone el 5% del volumen de cartas que se entregan actualmente.