El camino político de Artur Mas desde 1995 hasta al 9N
Artur Mas se ha convertido hoy en la primera persona que ha ostentado la presidencia de la Generalitat que ha sido inhabilitada para ejercer un cargo público, al haber promovido una consulta el 9 de noviembre de 2014 cuyos preparativos lo enfrentaron en su día al líder de ERC, Oriol Junqueras.
Nadie de los que conocían bien a Mas en su etapa de conseller entre 1995 y 2003 -primero Economía, luego Política Territorial y Obras Públicas y finalmente conseller en cap- habría imaginado ver a ese sobrio delfín de Jordi Pujol, con fama de tecnócrata, convertido en abanderado del independentismo.
Su primer intento por alcanzar la Presidencia de la Generalitat, en las elecciones de 2003, acabó primero en perplejidad -pocos le daban opciones de batir a Pasqual Maragall, y eso fue lo que hizo: CiU superó al PSC por 46 a 42 escaños- y luego en chasco, porque los socialistas acabaron formando gobierno con ERC e ICV-EUiA.
Pese a haber protagonizado el sonado pacto del Estatut en una reunión secreta en la Moncloa con José Luis Rodríguez Zapatero, Mas (Barcelona, 1959) confiaba en dar por terminada su travesía por el desierto de la oposición, pero en las elecciones de 2006 tampoco pudo doblegar a sus rivales: el tripartito, esta vez con José Montilla al frente, fue reeditado pese al nuevo triunfo de CiU.
En 2010, con la crisis económica arruinando la contabilidad de media Europa, Mas consiguió por fin su propósito: 62 diputados con los que poder formar gobierno en solitario, en un primer mandato en el que lo fió todo a un pacto fiscal, planteado por CDC como la última oportunidad del Estado para reconciliarse con Cataluña tras los recortes del Tribunal Constitucional (TC) al Estatut.
Fue en 2012 cuando Convergència, en su congreso, solemnizó su viraje hacia el independentismo, y Mas, tras no poder negociar el pacto fiscal con Mariano Rajoy, adelantó las elecciones con el derecho a decidir como principal reclamo electoral.
Las urnas supusieron un batacazo inesperado para Mas, que retrocedió de los 62 a los 50 escaños y pasó a depender de ERC y de un Junqueras que desde el principio receló del compromiso del president de convocar una consulta sobre la independencia de Cataluña, que quedó fijada para el 9 de noviembre de 2014.
Tres meses antes, exactamente el 7 de agosto de 2014, se produjo en el Palau de la Generalitat una reunión discreta entre Mas y Junqueras, de la que no se supo nada hasta días más tarde y en la que se rompió el hilo de confianza que aún mantenían los dos cabezas visibles del proceso soberanista.
En ese encuentro, que tuvo lugar una semana después de que Mas hubiese ido a la Moncloa para intentar convencer a Rajoy de que, al menos, "tolerase" una consulta no vinculante sobre la independencia, el presidente catalán trasladó a Junqueras un esbozo de su hoja de ruta para los meses siguientes.
El plan pasaba por firmar solemnemente el decreto de convocatoria a la vuelta del verano -así lo hizo el 27 de septiembre-, esperar a la más que probable suspensión a manos del Tribunal Constitucional (TC) -así ocurrió tan solo dos días después- y reformular entonces la consulta, con el consenso del resto de fuerzas soberanistas, para darle una pátina más festiva y menos oficial que pudiera superar el filtro de los tribunales sin empujar al Govern a la desobediencia, antes de convocar unas elecciones en clave plebiscitaria.
Lo primero que falló en esa estrategia fue la respuesta de los compañeros de viaje del Govern de CiU -quedaba aún un año para que CDC rompiera con Unió-, ya que ni ERC ni ICV-EUiA avalaron la idea de una consulta 'light': la unidad soberanista se tambaleaba.
Y pareció saltar definitivamente por los aires cuando Mas, con el apoyo ambiguo de la CUP, convocó a los máximos responsables de las fuerzas soberanistas a una cumbre en el Palau de Pedralbes, el 13 de octubre, para intentar consensuar a la desesperada una solución.
Junqueras exigió seguir adelante con la consulta suspendida, aunque eso implicara chocar frontalmente con el Estado, pero Mas no estaba dispuesto a convocarla sin el amparo de un marco legal, así que al día siguiente compareció a solas en la Galería Gótica del Palau de la Generalitat para anunciar un nuevo formato: un proceso participativo, con urnas pero sin marchamo oficial, sustentado en su tramo final no por el Govern sino por una legión de voluntarios.
En pocas horas, el departamento de la Vicepresidencia, que comandaba entonces la democristiana Joana Ortega, recibió miles de inscripciones de voluntarios que dieron verosimilitud a la consulta alternativa planteada por Mas; arrastrando los pies, Junqueras y ERC acabaron sumándose al proceso participativo, aunque su desconfianza hacia el president no hizo más que crecer desde entonces.
Desde la misma noche del 9N, Mas sacó pecho por las largas colas en los puntos de votación -2,3 millones de catalanes participaron en la consulta- y la querella posterior de la que fue objeto junto a sus conselleras Joana Ortega e Irene Rigau no hizo más que reafirmarle en su argumento de que era él, y no Junqueras, quien se había jugado su carrera política al echar un pulso al Estado.
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