ELECCIONES
Bruselas, capital de Catalunya
Viajes en coche, en autocar y en avión de miles de leridanos para mostrar su rechazo al 155 || La lluvia y el frío no lograron empañar una manifestación masiva en el corazón de Europa
Eso de que los últimos serán los primeros es un timo. A las cinco de la mañana de ayer el párking del aeropuerto de Alguaire parecía el del Prat. Colas kilométricas, las dos terminales en funcionamiento y ni así se cumplieron los horarios. Pero la gente estaba resignada a esperar lo que hiciera falta. Tocaba vivir (otro) día histórico. Un Onze de Setembre en pleno diciembre. Y en Bruselas. Los que optaron por el coche y el autocar nos llevaban doce horas de ventaja... Y nos ganaron. Había tal colapso en la capital belga que los tres aviones fletados desde Alguaire tuvieron que esperar media hora larga a que se pudiera desembarcar el pasaje. Tren hasta Schuman y a manifestarse bajo la lluvia. O eso estaba previsto. En la estación, tres policías bloqueaban las escaleras de salida. “Por favor, por razones de seguridad les pedimos que sigan en metro hasta Merode”. A los leridanos les pareció un nombre fácil de recordar: “A Nadal Meroles!” Aunque corto, tampoco fue un trayecto fácil. Parecía imposible que cupiera una sola persona más en el vagón, pero entraba otra, y otra, y el metro se tiñó de amarillo. Gorros, bufandas, pañuelos, lazos... Todo valía para dejar constancia del rechazo al encarcelamiento de los ‘Jordis’, Junqueras y Forn. “No hi Som tots: falten els presos”, fue uno de los lemas más coreados.
La leridana Rut Alba reconocía que esa era una de las razones que la habían empujado a viajar a Bruselas. “Están en prisión por haber trabajado para que nosotros pudiéramos ejercer nuestro derecho al voto, que es algo básico”, recordó ayer. Ella no se consideraba independentista años atrás. “En cierto modo, me han empujado a serlo, porque no te puedes quedar en casa cuando el presidente de la Generalitat está en Bruselas porque ha sido cesado por el 155. En pleno siglo XXI tenemos que reivindicar derechos que se suponían que estaban superados”. Puigdemont fue el gran protagonista. “Puigdemont, el nostre president!”. A los pocos belgas que se vieron en la calle, les quedó claro, porque era casi una letanía. “Hemos hecho veinte horas en autocar, pero ha valido mucho la pena. Estamos aquí para reivindicar a nuestro legítimo gobierno y hacernos escuchar en el corazón de Europa”, decía Judit Monclús. “Está todo colpasado, hay una manifestación de catalanes”. El agente era una especie de santo Job. Desviaba el tráfico, daba instrucciones a todos los portadores de estelades que buscaban un atajo para llegar a la Place Jean Rey y le quedaba tiempo para reñir a los conductores que no frenaban en el paso de cebra. La manifestación fue larga y festiva. “Tengo los pies destrozados, pero creo que estamos mostrado lo que somos”. Marta, de Cappont, se mostraba orgullosa de la imagen dada a Europa. También había muchos manifestantes del Pirineo, como delataban las banderas occitanas y del Pallars. “Nos lo hemos tomado como una escapada aprovechando el puente. Hemos venido en coche particular para poder parar cuando nos fuera bien y nos alojamos en Brujas”, dice un grupo de Tremp e Isona. “Esto ha sido gracias a los jóvenes, que lo encuentran todo por internet”. Uno de los jóvenes de la comitiva del Jussà había llegado a Bruselas vía Suiza, donde reside. Marc Serulla es de Tremp, pero está haciendo un doctorado en el país helvético. “Estoy aquí para expresar mi rechazo al 155 y denunciar que en España hay presos políticos”.
Los manifestantes corearon varios gritos entre los que destacó el de “Puigdemont President”
Los manifestantes marcharon durante más de dos horas bajo la lluvia y un viento frío
Mientras, castellers y gralles iban amenizando la marcha. “Els carrers seran sempre mostres!” No sentó nada bien que Soraya Sáenz de Santamaría dijera que si eso había sido posible era porque los manifestantes tenían DNI español. Pero no era día de enfados. Desde un balcón cubierto de banderas de España llegaba una música atronadora. Los jóvenes que lo ocupaban querían asegurarse de ser vistos mientras se mofaban de las manifestantes. Sólo lograron arrancales una sonora pitada y un “Passi-ho bé” de la Trinca.
El agua caía cada vez con más ganas y un viento gélido podía con gorros, bufandas y abrigos. Más de dos horas de marcha, calados hasta los huesos y nadie se desanimaba. “Trescientos metros más”, animaban los voluntarios. Y fueron muchos más, pero valió la pena. Un Carles Puigdemont visiblemente emocionado recibía el calor de su pueblo dijera lo que dijera el termómetro. La Place Jean Rey estaba llena a rebosar. Con Marta Rovira a su lado, los dos con bufanda amarilla, el presidente fue obsequiado con el Himno a la Alegría, Els Segadors, el Cant de la Senyera, l’Estaca y el Cant dels Ocells. La lluvia permitía disimular las lágrimas con más facilidad. Las dos del mediodía y nadie se movía. Pocos afortunados pudieron comer caliente. Y casi nadie pudo hacer postureo turístico. “Ya volveremos en primavera”.
A la vuelta, colas y más colas; lluvia inclemente de fiel compañera y mucho cansancio. Apenas energía para comprar el chocolate de rigor en el aeropuerto. Pero ya en el avión, prohibido dormir. Los organizadores tienen muchas sorpresas preparadas: sorteo de una camiseta del Lleida con la Senyera y, para todo el pasaje, un diploma que nos acredita como manifestantes. Se pasa lista para el reparto a 10.000 metros de altura y una de las viajeras se apellida Puigdemont de segundo. Otra excusa para corear el nombre del presidente. Nadie cierra los ojos, aunque no pueda con su alma. Y como para quejarse, Josep, de Vallfogona de Balaguer, “el pueblo de Meritxell Serret”, según precisa, tiene 90 años y no ha parado de interesarse por todos los detalles del vuelo: “¿A qué velocidad vamos?”, preguntaba al personal de la compañía checa. Unos 850 kilómetros por hora. Difícil evitar pensar que políticamente se avanza a paso más lento.
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