EFEMÉRIDE TERRORISMO
Dos décadas del horror del 11-S
Fallecieron 3.000 de personas en los atentados perpetrados con aviones secuestrados en las Torres Gemelas de Nueva York, el Pentágono y Pensilvania || Fue el particular Pearl Harbor de Bush
La mañana del 11 de septiembre de 2001, según la hora de la costa este de los Estados Unidos, cambió el mundo. Hoy hace veinte años que, a primera hora de la tarde en Europa, saltaba la noticia de que una avioneta se había estrellado contra una de las Torres Gemelas de Nueva York. Minutos después se confirmó que no se trataba de una avioneta, sino de un avión comercial.
No tardó demasiado en que otra aeronave impactara contra la segunda torre.
Ambas se vendrían abajo un rato después. Mientras tanto, otro avión colisionaba contra el Pentágono, sede de la Defensa estadounidense, y un cuarto aparato caía sobre un campo en Pensilvania, tras un forcejeo entre los terroristas y los pasajeros, que evitaron que la nave acabara estampada contra el edificio del Capitolio, en Washington.
Hubo 2.996 muertos y 25.000 heridos y comenzó una cruzada contra el terrorismo yihadista
Estos ataques, que mataron a 2.996 personas e hirieron a 25.000, supusieron el inicio de la cruzada global de los Estados Unidos contra el terrorismo yihadista. La guerra ha durado veinte años y ha acabado por dejar las cosas como estaban. En Afganistán, primera diana de los estadounidenses, vuelven a gobernar los talibanes. En Irak, el nuevo Estado posterior a Sadam Hussein trata de salir adelante frente a las amenazas de desestabilización de los yihadistas.
Por el camino, miles y miles de muertes.
Aquel 11-S de 2001 fue el Pearl Harbor particular del entonces presidente de los EEUU, el republicano George W. Bush. Cuando impactó el primer avión contra el World Trade Center estaba llegando a una escuela en Florida.
Cuando se produjo el segundo se encontraba ya en clase junto a unos niños, en una imagen que pasará a la historia por su cara de total estupefacción ante lo que estaba ocurriendo.
Bush, en sus memorias, recuerda que tras informarle de que un avión comercial se había estrellado contra una de las torres pensó que debía de tratarse del “peor piloto del mundo”, pero tras enterarse de que un segundo aparato había chocado contra la otra torre tuvo claro que aquello no era un accidente. “Mi primera reacción fue de indignación. Alguien se había atrevido a atacar a América. Lo van a pagar”, fue lo primero que pensó. Terminada la clase, y tras recabar informaciones sobre lo ocurrido, hizo sus primeras declaraciones a la nación, informando de que se había producido “un aparente ataque terrorista”.
De camino hacia el Air Force One para regresar a Washington, su entonces asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, le informó de que un tercer avión había impactado contra el Pentágono.
“El primer avión podía haber sido un accidente. El segundo era definitivamente un ataque. El tercero era una declaración de guerra”, subraya. “Habíamos sufrido el ataque sorpresa más devastador desde Pearl Harbor”, recuerda que pensó, en referencia al bombardeo por parte de Japón contra esta base naval situada en Hawái y que provocó la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Y todavía quedaba un cuarto avión.
No había pasado ni un mes desde la fatídica jornada que, el 7 de octubre, empezó la ofensiva en Afganistán, país al que se acusó de albergar a terroristas y esconder al líder de Al Qaeda, grupo instigador de los atentados, Osama bin Laden. El más buscado por Washington como responsable del 11-S murió en Pakistán en 2011 abatido por soldados estadounidenses.
Torturas a periodistas y crisis humanitaria en la zona rebelde de Panjshir
A miles de kilómetros de Nueva York, Afganistán se convirtió en víctima colateral de los atentados del 11-S, cuando George W. Bush lanzó una operación para derrocar al régimen de los talibanes. Pero esos mismos talibanes han regresado veinte años después al poder convirtiendo la operación militar estadounidense en uno de los mayores fiascos de la historia contemporánea.
En unas pocas semanas, estos insurgentes yihadistas consiguieron borrar del mapa al Estado afgano creado con el apoyo de Occidente e instaurar un nuevo Emirato islámico. Bajo el nuevo Gobierno talibán, las libertades de las mujeres han quedado restringidas mientras que las imágenes de dos periodistas afganos torturados por los talibanes por cubrir una protesta ha disparado las alarmas en el país.
En paralelo, miles de civiles se han visto desplazados de sus hogares debido a la violencia de los nuevos gobernantes en la norteña región de Panjshir, la última de las 34 provincias afganas en caer bajo control de los islamistas, según denunció el grupo opositor Frente de Resistencia Nacional. Además, este territorio está bajo la amenaza de una crisis alimentaria derivada de los bloqueos de las carreteras que lo conectan con el resto de Afganistán.
Así, en un contexto de represión creciente, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, se desplazó ayer a Pakistán para explorar “vías seguras” que permitan continuar con la evacuación de afganos que hayan colaborado con España.
El propio Albares fue el encargado de anunciar que un traductor afgano que trabajó para el Ejército español mientras estuvo desplegado en Afganistán y su familia llegarán “muy pronto a España”. “El objetivo de no dejar a nadie atrás continúa”, subrayó Albares, que se entrevistó con miembros del Gobierno pakistaní.