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Joan Teixidó

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Lector, a partir de este momento no nos hacemos responsables que, desde ahora mismo, camine por las calles de su pueblo, ciudad o barrio con la cabeza levantada, observando cada fachada y cada esquina buscando las instalaciones, de servicios de electricidad o comunicaciones que nos inundan de forma silenciosa. Lo cierto es que ya no lo vemos, por interiorizado, al formar parte de nuestro imaginario y del nuestro ancho de visión, pero están, y cada vez hay más. Es la contaminación visual, la que nos planta cables por todas partes.

REPORTAJE

Se han cruzado los cables

Pero podría no haber ni uno y que las fachadas y edificios de nuestros pueblos y ciudades lucieran de nuevo, como alguien las levantó alguna vez para ser contempladas hace diez, treinta o quinientos años. Nuestra generación es quien ha conseguido ensuciarlo todo, también en este caso.

Este número de Vint-i-dos, el último del curso, lo dedicamos a la cara menos amable de la tecnología. Tiene que ser una reflexión, una mirada arriba hacia nuestras fachadas para entender que a veces no lo hacemos todo tan bien como nos pensamos. Pero eso no pasa sólo a las tierras de Lleida, sino que pasa en todos los pueblos y ciudades del Estado. Es un problema global, agravado en muchos otros países del mundo, y cuidado al detalle en otros pocos.

Uno de los grandes problemas de nuestra casa es que la regulación, por poco concisa e ineficiente, no protege el patrimonio arquitectónico, sino los instaladores que hacen y deshacen por las fachadas, o los que tendrían que retirar el cableado antiguo y no lo hacen. Y, además, dejan la responsabilidad sobre cómo actuar a la sensibilidad de los operarios que se encuentran ante un elemento patrimonial que hay que respetar. Con los años hemos perdido, y allí donde hasta hace poco pasaba un cable ahora cuelgan varios de diferentes servicios. Los emplazamos, pues, a pasear por las calles y plazas con la cabeza bien alta y denunciando la contaminación visual cuándo haga falta.

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