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Qué pasada

Abogado, Doctor en Derecho, profesor Asociado D. Penal UdL

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Nos acercamos al día de Todos los Santos (Omnium Sanctorumen) como fecha a recordar juntamente con Halloween, y es que ambas nos sirven para celebrar dos acontecimientos: uno, el comienzo del invierno, el otro, el culto a los santos y a los muertos. Puestas así las cosas, uno recuerda su niñez, y cuando en vida de mis padres aquellos nos llevaban a la torre para celebrar la castañada, bueno, en realidad, lo hacían para que comiéramos panellets a manos llenas, mientras se hacían castañas y boniatos que regados con moscatel se comían los mayores.

Con el paso de los años, ya como adultos, aquella fiesta fue sustituida, sin más, por una invitación para acercarnos al colegio de nuestros hijos a degustar otros panellets, elaborados por ellos, mientras nos hacían bailar canciones ininteligibles propias de nuestra cultura tradicional. No es de extrañar que el declive de esa celebración haga que, en la actualidad, la gente opte por disfrazarse con retales baratos, haciendo suyo el festival pagano celta de Samhain, celebrando ahora que el mundo de los dioses (o son los muertos) es visible para los humanos, y que, para ello, deben regalarse dulces o comida para interactuar con ellos. Como quiera que ello es difícil de conseguir, es fácil observar como en nuestros lares se traslada esa fiesta a horas de vigilia, donde el insomnio y el consumo de esos dulces se junta con las ganas de ver espíritus y demás, e incluso, se dice por ahí, que disfrutando mucho se consigue personificarlos y poder tratar con ellos. Por tanto, ese clima que se persigue no está muy alejado de las tesis que defiende, entre otros, el Dr. Manuel Sans Segarra, quien indica que tras el cese de las funciones corporales, nuestra conciencia o esencia sigue existiendo en una dimensión distinta a la que conocemos. Existe pues la supraconciencia. Ese entendimiento, la muerte y el paso a una dimensión distinta, incluso mejor que la vida, es lo que me alivia cuando me pongo a pensar en las más de 320 personas (menos de la mitad de las que lo pidieron) que en el año 2023 recibieron la eutanasia en España, celebrando con ello el tercer año en vigor de la ley despenalizadora (con requisitos) que les permitió terminar con ese padecimiento grave, crónico e imposibilitante que sufrían y acercarse, quizás, a un estado mejor. En ese año falleció mi madre, aquejada desde hacía ya un tiempo de un cáncer de páncreas que no le entorpeció para seguir agarrándose a la vida, mientras entendía a la perfección que se acababa, suplicando no padecer dolor. No lo tuvo. Ella se fue a otra plaza consciente de lo bueno de la vida y sin saber si los panellets y los dulces se pueden seguir disfrutando, de otra forma, en otro lugar. A esa nueva realidad me agarro con fuerza en estos días, celebrando todo lo que me toque y mientras la oigo susurrar: “Te imaginas, ¡qué pasada!”

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