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El fin de la inocencia

abogado, doctor en derecho, profesor asociado d. penal udl

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‘Quien tiene miedo muere a diario’ es un libro escrito por Giuseppe Ayala, fiscal, que narra las peripecias alrededor de la lucha contra la mafia. Una lectura deliciosa y sobre un tema que, por suerte, ha dejado de ser de plena actualidad. Y lo ha sido, en parte, gracias al tesón, inquietud y esfuerzo de cientos de personas que se pusieron manos a la obra y trabajaron codo con codo, y muchas otras veces espalda contra espalda, con el fin de acabar con los violentos y expulsarlos de nuestra sociedad. Salvando las distancias, que son muchas, el otro día conducía por Lleida y me detuve en un paso de cebra. Pasaba por ahí un señor a ritmo acompasado.

Paró en medio para sacar de su bolsillo un pañuelo de usar y tirar (nunca mejor dicho) y se puso a mocarse, mientras me miraba para acto seguido atender su teléfono móvil a la par que tiraba en la calle ese pañuelo, ya papel con mocos. En ese espacio de tiempo, y como quiera que su actitud había hecho que la cola que tenía detrás llegara a varios coches y ocupara carriles de otra vía adyacente, comenzaron los pitos de esos vehículos acompañado del ruido de aceleraciones varias lo que provocó que de manera instintiva yo también empezara la marcha mientras, muy poco a poco, se alejaba aquel insultándome y dedicándome improperios mientras ya pude conducir mi vehículo por encima de su pañuelo. Ese día pensé en que va siendo hora de que acabemos con el “buenismo” y empecemos a atajar todos aquellos comportamientos que empiezan siendo incívicos para después, en un alarde de defensa de unos derechos malentendidos, convertirse en ilícitos e incluso, en delitos. En efecto, debemos defender lo que es de todos. Y no hablo de propiedades, que también, sino de nuestros principios y valores. No es de recibo seguir aguantando como otros hacen lo que quieren mientras el amplio grueso de nuestra sociedad se convierte en mero espectador de lo ilegal. Y no vale que el infractor lo haga porque piense que lo que hace o dice está bien cuando no lo está. A modo de ejemplo, expongo, en texto libre, lo que en su día vi en una película (no recuerdo su título) cuando una de las actrices dijo algo así como que debían ir a Florencia, que es la capital de Italia, indicando otro actor que la capital de Italia no era esa, que debía referirse a Roma, obteniendo la réplica de aquella diciéndole “oye, y qué más da si es una u otra, cada uno tiene su opinión”. No, hay cosas que no son opinables: debemos vivir en sociedad con valores y aplicarlos, exigirlos, con respeto a las normas que nos hemos dado que además no solo se deben componer de un supuesto de hecho, también de consecuencias jurídicas, reales. Y es que las normas, mal que nos pese, deben cumplirse y si no se hace debe sancionarse en toda su extensión: “Dura lex, sed lex”. Y ello requiere inversión no solo en policía, justicia y defensa (que debe hacerse, faltaría más) también en educación. Solo cuando ello esté garantizado podremos seguir hablando del grueso de nuestros derechos, y es que sin un Estado fuerte que garantice a sus ciudadanos poder vivir en libertad y respeto no habrá futuro viable. Y sí, en un alarde de valentía y de generosidad para mis vecinos, al volver a ver al transeúnte del pañuelo le recordé lo que dice la DGT: “Después de comprobar que no viene ningún vehículo, se debe cruzar en línea recta y lo más rápido posible, pero sin correr” para acto seguido darle mi tarjeta de profesional, no sea que en un futuro necesite un abogado para ejercer su legítimo derecho de defensa.

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