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Cada 8 de marzo conmemoramos el Día Internacional de la Mujer declarado por la ONU en 1975.

Esta jornada tan importante para el feminismo no sólo se ha convertido en un recuerdo para las trabajadoras del textil que se manifestaron en Nueva York en 1857 reivindicando unas mejores condiciones laborales, sino que, además, en España supuso la apertura de las mujeres a la educación pública universitaria. Y es que el 8 de marzo de 1910 se autorizó en nuestro país la matriculación de mujeres en las carreras universitarias públicas.

El 8M sirve para recordar la lucha de las mujeres que, conocidas y anónimas, a lo largo de la historia han hecho tanto esfuerzo por conseguir la igualdad, reivindicando que hombres y mujeres tengamos los mismos derechos, oportunidades y libertades. Gracias a todas ellas, las mujeres hoy podemos votar, ir a la universidad pública, crear una empresa, abrir una cuenta bancaria, divorciarnos y tener plena autonomía para decidir sobre nuestras vidas.

Visibilizarnos el 8M es sin duda un paso necesario para concienciar a las generaciones futuras de jóvenes a cerca del inmenso valor del legado que hemos heredado y que cada uno de los derechos y libertades conseguidos por las mujeres han sido fruto de los grandes esfuerzos de nuestras predecesoras.

Por eso es deber de todas seguir avanzando en la igualdad, y ahora más que nunca nos compete salvaguardar el legado recibido de los envites de la crisis social y económica en la que nos encontramos inmersos por causa de la pandemia del COVID-19 que ha afectado y afecta directa y mayoritaria a sectores muy feminizados. Mujeres del entorno rural, migrantes y con trabajos o profesiones donde las mujeres tradicionalmente han tenido y tienen más presencia que los hombres.

Estoy plenamente convencida de que el feminismo no se debe usar para polarizar, sino para unir y, como feminista y liberal, desde mi partido seguiré y seguiremos en esa lucha, pero siempre desde el respeto a los demás.

Porque ante aquellas mujeres que pretenden decirnos cómo tenemos que hablar o vestir, ante aquellas mujeres que pretenden repartirnos carnés o expulsarnos de las manifestaciones, les diremos siempre que la reivindicación por la igualdad es imparable, y aunque existan distintas sensibilidades y corrientes, el feminismo identitario o de género nunca será una causa en sí misma, sino más bien una excusa contrapuesta al feminismo liberal en lo que respecta a los modelos y a los fines mismos.

En este sentido, el feminismo liberal encuentra sus raíces en la tradición liberal que aboga por la igualdad ante la Ley de la mujer y del hombre, instando a que desde las instituciones se derriben los obstáculos y las barreras que dificultan o impiden a la mujer su desarrollo personal y laboral en igualdad de condiciones. Por contra, el modelo de feminismo identitario pretende una suerte de privilegios legales, unas cuotas de poder que suponen, en definitiva, la institucionalización ilegitima por razón de género y determinados privilegios, pero no una efectiva igualdad ante la Ley. Y esos privilegios que por razón de género se pretenden por algunas, acaban provocando una situación paradójica: que el sujeto que había sido discriminado se convierta ahora en discriminador.

Mientras el feminismo identitario parte de la fragilidad de la feminidad, de un modelo estereotipado, el feminismo liberal parte de la mujer como individuo, en igualdad de condiciones con el hombre. Y mientras el feminismo identitario victimiza a la mujer, lo que presupone que por ello es merecedora de un trato privilegiado, para el feminismo liberal existen simplemente mujeres libres para desarrollarse personal y profesionalmente como quieran, y por eso nuestra lucha lo es por la remoción de los obstáculos que por razón de sexo nos impiden seguir nuestro camino, un camino libremente elegido.

Es inverosímil pretender un único modelo uniforme, correcto social y políticamente aceptable de mujer. Es decadente y populista porque nos incapacita como mujeres para que podamos alcanzar nuestras metas personales y profesionales sin la ayuda o la tutela institucional. Pretender tutelar a las mujeres por el mero hecho de serlo es abocarnos a una confrontación constante con otras barreras, en este caso las barreras estructurales, que desde las propias instituciones se alientan al favorecer al más débil, con la paradoja que se da por hecho que la mujer, simplemente por ser mujer, es más débil respecto al hombre.

La concepción victimizada de la mujer es totalmente inadmisible, porque muchas mujeres han podido y pueden desarrollarse personal y profesionalmente en libertad y lo último que necesitamos es que se nos incluya a todas en un único movimiento feminista populista e identitario, una suerte de neofeminismo que plantea desde un punto de vista argumental un falso dilema entre la igualdad y la libertad cuando la coexistencia y el equilibrio de ambas es precisamente el fundamento de las sociedades democráticas libres.

Por ello, desde el feminismo liberal proponemos medidas concretas y específicas de mejora sustancial de los derechos de las mujeres, tanto a nivel material como legislativo y desde Ciudadanos, en contraposición a los discursos identitarios baladíes, planteamos el debate político sobre los problemas reales de las mujeres: la conciliación o la brecha que supone la maternidad y que sigue siendo hoy en día una losa para la igualdad real en tanto en cuanto muchas mujeres tienen que elegir entre su carrera profesional o ser madres.

Ciertamente hemos conseguido que cada vez haya más mujeres en la esfera política, y personalmente siento un profundo orgullo de pertenecer al único partido presidido por una mujer.

Sin embargo, seguimos teniendo un problema de liderazgo y son necesarios más referentes femeninos de distintas ideologías en puestos de responsabilidad. Mujeres que gobiernen ciudades, que formen parte de los ejecutivos, que ganen elecciones, que sean las cabezas visibles de movimientos y partidos. Y para ello, es absolutamente contraproducente que las formaciones que intentan patrimonializar el feminismo excluyan a las mujeres que no somos “de su cuerda” o a las que no queremos formar parte de una tribu preestablecida que no considera a la mujer como individuo, sino como integrante de un colectivo.

Es momento de evidenciar que nunca en la historia de nuestro país la situación de los derechos de las mujeres ha sido tan positiva y ha evolucionado tan rápido como en los últimos 40 años. Hemos de continuar mejorando sí, pero para ello hay que apostar seriamente por reformas legislativas de calado para que, en determinados ámbitos, como el laboral, se facilite el acceso y permanencia de la mujer en el mercado laboral.

También hay que seguir trabajando por iniciativas parlamentarias que apuesten por las mujeres, para que tengamos que dejar de elegir entre nuestra carrera profesional o la maternidad, pues es una lacra para las mujeres la brecha salarial que existe hoy en día por querer ejercer nuestro derecho a ser madres. Actualmente, y pasados cinco años desde el nacimiento del primer hijo, los ingresos del padre son iguales o superiores, mientras que en el caso de las madres son un 17% más bajos que antes, y esto es un hecho objetivo.

Hemos de seguir poniendo el esfuerzo en conseguir que la igualdad de derecho se convierta en igualdad de hecho: la corresponsabilidad real entre hombres y mujeres en el ámbito familiar, el liderazgo compartido en el ámbito laboral, la efectiva y plena igualdad salarial, una cultura igualitaria y unas relaciones sentimentales basadas en el respeto.

Es el momento en que la lucha compartida de las mujeres pase de una vez por todas de las protestas a las propuestas y conseguir que el 8M sean todos los días del año y no solamente una fecha.

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