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La mañana fue primaveral y todo parecía indicar que sería un Domingo de Ramos multitudinario y sin restricciones. Nervios a flor de piel de los cofrades, según reconocían minutos antes de la procesión. Pero el cielo se nubló y el aire que corría era cada vez más gélido. “Parece que temblamos de frío, pero es por la emoción”, precisaban. Y aunque la amenaza de lluvia no hacía ninguna gracia, “si nos mojamos, será penitencia”. Al tratarse de un acto al aire libre, las mascarillas brillaron por su ausencia. En el palco de autoridades solo el subdelegado del Gobierno, José Crespín, la llevaba puesta. Y es que las ganas de pasar página y recuperar la normalidad son tantas que hasta unas vecinas de la Noguera se animaron a ir a Lleida para ver la procesión por primera vez.

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