SEGRE

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La Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) mantiene la cuenca del Segre en estado de “emergencia” pese a que había planteado que pasaría a solo “alerta” ante las lluvias de mediados de septiembre. Son ya 16 meses en estrés hídrico dado que las precipitaciones no han sido suficientes en la cabecera del río y sus afluentes y las aportaciones a los embalses siguen siendo nulas, aunque sus pantanos tengan 50 hm³ más que el año pasado por estas mismas fechas. La situación no es mejor en el resto de ríos de nuestra cuenca y, aunque los meteorólogos anuncien un otoño con tormentas y abundante pluviometría, no debemos seguir fiándolo todo al cielo. Los canales y los embalses se impulsaron entre finales del siglo XIX y principios del XX para no dejar en manos exclusivamente de la meteorología las producciones agrarias.

Con estas infraestructuras llegó a las comarcas del llano el período de prosperidad más importante de nuestra historia. Pero el mundo está en constante cambio y ha llegado el momento de diseñar una nueva cultura del agua en la que, sin renunciar ni a un euro del progreso agroalimentario de Ponent, proyectemos un campo más digital y adaptado a la realidad. La modernización de los regadíos, con el ahorro considerable que comporta, y la reconversión o cambio de algunos cultivos son básicos para afrontar el presente y el futuro con optimismo. La Fira de Sant Miquel que hoy arranca es un buen foro para debatir esta nueva situación a la que nos obliga el cambio climático.

El certamen de la capital del Segrià debe marcar el camino de la fruticultura que, tras meses de incertidumbre, ha conseguido mantener las producciones, contrariamente a lo sucedido con los cereales, que han sido los más perjudicados por la sequía. Los de invierno por razones obvias y los de verano y los forrajes, por falta de riego. El bovino y porcino también atraviesan crisis, con un incremento de costes inasumibles en muchas explotaciones. El aceite es otro sector vital para la economía de Les Garrigues y parte del Segrià que han sufrido las consecuencias de la falta de lluvias, con unas producciones mínimas en secano y en regadío, lo que ha dejado su precio por las nubes y está perjudicando tanto a los productores como a los consumidores.

Lo mismo sucede con el vino y la almendra. Las consecuencias de esta depresión llegan también a las industrias agroalimentarias y las administraciones tienen la obligación de liderar los cambios estructurales que diezman la agricultura y ganadería leridana. Por contra, el mercado exterior sigue siendo una de las fortalezas de las producciones e industrias agroalimentarias de Lleida y solo en el primer semestre alcanzaron los 772 millones de euros. Es un tópico que las crisis abren nuevas oportunidades pero no queda otra que hacer de la necesidad virtud.

Innovación, talento y trabajo siguen siendo las recetas básicas.

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