EDITORIAL
¿Las ingenierías son cosa de hombres?
Rosa Fabregat explicaba en una entrevista publicada en SEGRE que, por vocación, hubiera estudiado Filosofía y Letras. Escribía poesía desde los trece años y no había nada en el mundo que le gustara más que leer, pero los profesores recomendaron a su padre que la joven hiciera una carrera de ciencias, y, como por aquel entonces la opinión de la interesada contaba poco, optaron por matricularla en Farmacia, porque se consideraba una ocupación “lo bastante femenina”. Se le dio tan bien que se dedicó a la investigación farmacéutica en Alemania y fue una científica avanzada a su tiempo. Fabregat ya ha cumplido los 90, pero parece que tampoco han cambiado tanto las cosas como deberían y en las universidades sigue habiendo una brecha de género que no deja de ser más que un reflejo de lo que ocurre en la sociedad. Así, solo un 9,1% de estudiantes matriculados en Ingeniería Electrónica Industrial y Automática de la Universidad de Lleida son mujeres. Poco cambian las cosas si se analiza la matrícula del grado de Ingeniería Mecánica, con solo un 9,6% de matriculadas. ¿Las ingenierías son cosa de hombres? Evidentemente, no. Hay un determinismo social que condiciona las vocaciones. Es innegable que se están haciendo esfuerzos por revertir esta situación. Incluso se ha instaurado el Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia, que se conmemora el 11 de febrero, pero lo cierto es que aún queda mucho camino por recorrer. Si en las ingenierías la inmensa mayoría de alumnos siguen siendo hombres, las mujeres predominan en los grados relacionados con la educación, el cuidado de las personas y las lenguas. Así, un 94,1% de estudiantes del doble grado de Educación Infantil y Primaria son chicas. Algo parecido sucede en el doble grado de Lenguas Aplicadas y Filología Catalana, con un 90% de inscritas. También es muy alto el porcentaje de alumnas en Enfermería (un 86,7%), en Ciencias Biomédicas (un 82,7%) o en Medicina (74,5). Que haya estudios masculinizados o feminizados en un mundo que quiere avanzar hacia la igualdad invita a la reflexión. Gobiernos, centros educativos y universidades tienen una asignatura pendiente. Exclusión financieraEn las comarcas de Lleida hay 132 municipios que no tienen ninguna oficina bancaria, lo que supone que 40.000 personas deben desplazarse varios kilómetros para hacer cualquier trámite financiero o sacar dinero en metálico. Ante esta problemática que afecta, sobre todo, a la gente mayor, ayuntamientos como el de Castellnou de Seana han decidido instalar un cajero en su municipio. Sin duda, una iniciativa necesaria para frenar la despoblación rural y acabar con el llamado edadismo.