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Josep Tarradellas no era partidario de crear una policía nacional catalana. Tampoco a Jordi Pujol le entusiasmaba la idea, pero hubo algo que le hizo cambiar de opinión: el intento de golpe de estado del 23-F. Ese día, el edificio de la Generalitat quedó en una total indefensión. Debía protegerlo un cuerpo de Mossos d’Esquadra que no tenía nada que ver con lo que es hoy: lo había reimplantado en 1951 la diputación de Barcelona en pleno franquismo. El cuerpo histórico había sido eliminado por Franco al ganar la guerra en 1939 porque había sido fiel a la República. Sus jefes fueron represaliados por apoyar a Companys en octubre de 1934 y muchos agentes murieron en los campos de concentración franceses después de huir por la frontera. El 23-F la Generalitat se sintió desprotegida. Ese día Jordi Pujol tuvo claro que se debía crear una policía moderna e inequívocamente democrática y leal a la Generalitat. Se planteó la posibilidad de crear un cuerpo completamente nuevo, pero finalmente se decidió apostar por la renovación total de los Mossos, que se implantaron hace 25 años en Ponent (el domingo publicaremos un amplio reportaje sobre la efeméride). A nivel de investigación, el primer reto que tuvieron que afrontar fue el asesinato de una joven de Cervera a manos de su novio en 1999. Tras ocho meses de investigaciones, los Mossos detuvieron al sospechoso, que había estado en muchos platós exigiendo que se hiciera justicia, a partir de una novedosa prueba obtenida con su mordedura, que coincidía con las lesiones de la víctima. Veinticinco años después acaban de cerrar otra investigación de forma espectacular a raíz de otro crimen que también había causado una gran conmoción en Lleida: el del taxista que fue brutalmente apuñalado en La Bordeta hace un año y medio. Los Mossos encontraron huellas del presunto asesino en el mango del arma homicida. Ese cuchillo no estaba al alcance de cualquier ciudadano. Es de fabricación alemana y solo lo pueden adquirir empresas cárnicas, como fue el caso. Los Mossos comprobaron las personas que trabajaban o habían trabajado en la firma de Lleida que lo había comprado y sospecharon de una. Le hicieron seguimientos y consiguieron su perfil genético a partir de un escupitajo que el sospechoso lanzó en la calle. Lo cotejaron con el ADN obtenido en el mango del cuchillo y.. ¡bingo! También esperaron a que el sospechoso saliera de su casa a tirar la basura y sacaron perfil genético de una lata de bebida energética de la que se había deshecho. Nueva comprobación de ADN y otra vez coincidía. Pujol quería una policía moderna y los Mossos d’Esquadra lo son, al menos en cuanto a investigaciones científicas. Felicidades a Sergi Mesalles, jefe de Investigación en Lleida, y aviso para navegantes: escupir en la calle no solo es incívico, sino que esta vulgaridad puede llevarte a la cárcel.

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