EDITORIAL
Tiendas para la historia
Con cada tienda que baja la persiana se pierde mucho más que un negocio. En un mundo globalizado, todas las ciudades se parecen demasiado porque desaparecen los comercios con personalidad propia, aquellos que ejercían de reclamo para atraer visitantes. Más allá de la nostalgia, la fachada forrada de juguetes del mítico Baratillo Leridano era un referente de la capital de Ponent. Es solo un ejemplo. Tiendas de ropa como La Innovació, Domingo’s o Abraxas; la zapatería Farreres, la librería Urriza, el elegante local de Sederías Catalanas o las centenarias perfumería Estrella d’Or, pastelería Torres o droguería Simó marcaron una época. No es un problema exclusivo de Lleida y hay excepciones a la regla, pero es una pena que en casi todas las zonas comerciales de las principales ciudades del mundo occidental se repitan los mismos escaparates y los mismos rótulos comerciales. No es fácil para los comerciantes distinguirse de la uniformidad imperante. De hecho, el 88% de las empresas y comercios de todo el Estado están regentados por la primera generación y difícilmente pasarán a la segunda. Lejos quedan los tiempos en los que se añadían las palabras “hijos” o “nietos” al nombre del establecimiento. Todo va muy rápido. Y si en las ciudades los establecimientos que no son franquicias son la excepción, en los pueblos pequeños, el drama es otro. Las tiendas que no hace tantos años facilitaban el día a día a sus habitantes se están convirtiendo en una rareza. Las grandes superficies de las capitales de comarca atraen a clientes para los que la compra es sinónimo de sacar el coche del garaje y esta realidad obliga a cerrar comercios porque ya no son rentables. Las personas mayores, una vez más, son las grandes damnificadas porque pasan a depender de alguien que les pueda llevar la compra a casa porque ya no conducen. Manel Porté, que regenta Queviures Julià en Castellciutat, ejemplifica la necesidad de reinventarse para no cerrar un negocio histórico. Es la cuarta generación al frente de un comercio que ahora se ha trasladado a un bar. Es la imaginativa manera que ha encontrado para no dejar de dar un servicio a sus vecinos, en especial a los de más edad, sin perder dinero. Porque la tienda ya no da para vivir. Los jóvenes van a La Seu d’Urgell y cargan el maletero del coche en un gran supermercado. De la misma manera que reivindicamos el consumo de productos de kilómetro cero por sostenibilidad y como apoyo al sector primario, estaría bien tener en cuenta que las tiendas son algo más que negocios. Son espacios en los que se forja la educación sentimental de pueblos y ciudades. A veces casi literalmente. La juguetería Porta de la plaza Sant Joan de Lleida surgió del estudio fotográfico Porta. Los niños no querían desprenderse de las muñecas, trenes y cochecitos de atrezzo y decidieron ponerlos en venta. El resto es historia.