CRÓNICA POLÍTICA
Sublevación popular con otras elecciones
La distancia entre el Congreso y la calle se agiganta a pesar de la entrada de los nuevos partidos con líderes que antes reclamaban “¡Qué se vayan!”. Están a semanas de que se lo griten también a ellos, a todos, y no se dan cuenta del hartazgo ciudadano. Tal como se acerca la fecha en que unas terceras elecciones serían inevitables, crece un movimiento subterráneo de indignación que puede estallar si se confirma el despropósito.
España está bloqueada políticamente. Los líderes recibieron por segunda vez, por si no lo habían entendido a la primera, el mandato popular de que debían negociar: primero para formar un gobierno estable y después para acometer las inaplazables reformas que el país necesita en educación, justicia, investigación, sanidad y el modelo productivo, cada vez más dependiente del turismo extranjero. Pero solo Albert Rivera parece entender ese mandato, aunque quizás C’s nació como partido para eso, ya que es el único que ha cerrado una posible alianza a izquierda con Sánchez y después otra a su derecha con Rajoy. Cierto que el electorado, aunque reclame esa disposición no se la agradece, pero sin Ciudadanos cualquier acuerdo final todavía estaría más lejos porque los bloques serían aún más pronunciados.
Hay bloqueo porque Rajoy no quiere moverse del puesto, ni ceder nada significativo; porque la dirección del PSOE que encabeza Pedro Sánchez es lo más parecido a un comité de resistencia y porque Pablo Iglesias cuando pudo facilitar un gobierno de centroizquierda se alineó con el PP y votó en contra. Su reclamación de ahora pidiendo que se repita la jugada no tiene credibilidad alguna. Su único objetivo es superar al PSOE, lo que puede estar a punto de suceder en Galicia y Euskadi, como veremos en dos semanas, y lo demás tanto le da.
Mientras, suceden dos cosas muy relevantes: nuestra posición internacional se devalúa y Europa nos lanza advertencias graves que aquí nadie atiende. Al tiempo, internamente, crece la indignación popular. Esta misma semana, el respetado profesor Gabriel Tortella, razonaba sobre el bloqueo político concluyendo que “Sánchez es un tarugo” y Rajoy un indolente “que no hace nada”. En las redes circula con fuerza un escrito de David Jiménez, el exdirector de El Mundo, en el que señala que “el problema de este país es su mediocridad: tiene a dos universidades entre las diez más antiguas de Europa y ninguna entre las 150 mejores del mundo, forzando a sus mejores investigadores a exiliarse”. Jiménez destaca que el 48 por ciento de los dirigentes políticos apenas ejercieron sus profesiones “porque encontraron en la política el más relevante modo de vida”. Empiezan a circular manifiestos, hay más reuniones que antes y un malestar popular con absoluto rechazo a la situación creada y a las temidas terceras elecciones.
Quizás Rajoy no lo perciba. O le dé igual, porque le conviene volver a las urnas ya que, gracias a la abstención incluso de parte de los suyos, se acercaría más a la mayoría absoluta. Le interesan a Sánchez porque se cree una encuesta que le dice que podría subir algo y por tanto prolongar su salida del puesto. Le suenan sugerentes a Iglesias porque, envalentonado, vuelve a soñar con el sorpaso. Nadie quiere elecciones en la calle pero sí en la política.
Ha sido un mazazo para todos ellos la declaración de Felipe González pidiendo que si hay terceras elecciones se retiren del cartel los cuatro dirigentes incapaces de facilitar un gobierno. El mundo económico ya lo expresó al anunciarse las segundas: “En una empresa habrían sido despedidos por incapacidad para llegar a acuerdos”, clamó Javier Vega de Seoane, presidente del Círculo de Empresarios. Felipe, que aprobó el intento de Sánchez de formar gobierno cuando Rajoy se inhibió, le está pidiendo que se abstenga ahora. Puede desoírlo y refugiarse en que la UGT elogia su “no” irreductible; y podría hasta comprenderse su posición porque Susana Díaz, que se reunió en secreto con los grandes empresarios en Telefónica el pasado 31 de agosto, le está esperando con las mismas ganas que le tiene Pablo Iglesias. Pero aún no cuentan, él y los demás, con lo peor: el grito popular de “que se vayan” que les va a acompañar si llegamos a terceras elecciones. Una sublevación de la sociedad civil se está gestando y los líderes políticos no quieren darse cuenta. Estamos en la cuenta atrás.