APUNTE AJENO
El desconcierto
No hay un solo PSOE. Más allá de las proclamas oficiales de unidad, los hechos demuestran que hay dos corrientes dentro del partido y están enfrentadas en una materia trascendental: el modelo territorial. Cuestión clave para afrontar la crisis catalana y la deriva secesionista.
El congreso de los socialistas andaluces ha sido el escaparate en el que toda España ha podido ver que Susana Díaz y Pedro Sánchez tienen una idea muy diferente, incompatible, sobre cómo abordar y en qué dirección la eventual reforma de la Constitución. Sánchez sigue defendiendo a modo de mantra su idea de la “España plurinacional” aunque sin aclarar cómo resolvería la inevitable desigualdad en la que desembocaría un modelo que parte de la asimetría entre territorios.
Frente a esta propuesta, ajena a la ideología socialista, Susana Díaz, presidenta de Andalucía y del partido en aquella comunidad, enarboló la bandera clásica de la izquierda recordando que los socialistas no son nacionalistas. Afirmación que completó recordando que no se puede anteponer los territorios a las personas.
Díaz, que no ha incluido a un solo “sanchista” en la nueva ejecutiva del PSOE andaluz, apoya su discurso en la Declaración de Granada (2013), que insta a una reforma de la Constitución para establecer un modelo federal solidario. Lo acordado en Granada es anterior a lo aprobado en el 39 Congreso, una de cuyas resoluciones sí habla de “plurinacionalidad”.
Andalucía, la federación más numerosa del partido, se mantiene fiel a la línea tradicional en una cuestión de tanta trascendencia como es el modelo de Estado y se aparta de la línea trazada por el secretario general. Pedro Sánchez parece haber rescatado la idea de España como “nación de naciones” de la obra de Anselmo Carretero, un militante socialista que nació en Segovia a principios del siglo pasado y murió exiliado en México.
Es una idea a la que Sánchez nunca se había referido durante su primera etapa al frente del partido. Tras ser defenestrado, dio con ella con la inestimable ayuda de Miquel Iceta, la cabeza inquieta del PSC, quien a su vez la había escuchado en boca de Pasqual Maragall. Así empezó Zapatero. Con el resultado de todos conocido en relación con la cuestión catalana.