APUNTE AJENO
Guillermo y Enrique
Cuando aquel 31 de agosto de 1997 recibí una llamada de la Cadena SER, instintivamente miré el reloj: eran las 4.30 de la madrugada. Me asusté, temiendo alguna desgracia familiar, pero no. Era Agustín, del programa de Carlos Llamas, para anunciarme que Lady Di había muerto en un accidente de coche en el Puente del Alma, en París. Me quedé sin habla, impactada por la noticia que acababan de darme, mientras me hacía todo tipo de preguntas a las que no encontraba respuestas.
Lady Di y Dodi Al-Fayed fueron durante ese verano los protagonistas indiscutibles de Extra Rosa, el programa que presentábamos Ana Rosa Quintana y yo en Antena 3. Las últimas imágenes de la pareja las dimos el día anterior llegando a París. A Diana la felicidad le salía por todos los poros del cuerpo. Nunca antes se había dejado ver con ninguno de sus amantes, pero ese verano sí: divorciada como estaba, ya no le importaba que le vieran con su nuevo amor. Un millonario simpático, hijo de Al-Fayed, el dueño de los almacenes Harrod’s, de Londres, emparentado con el magnate Khashoggi, amigo de Julio Iglesias y Ana García Obregón y asiduo a las fiestas de Marbella.
De las miles de imágenes que recogimos aquellos días hay una que la tengo clavada en la retina: la de sus hijos Guillermo y Enrique tras el féretro de su madre. Caminaban junto a Carlos, su padre, y su abuelo el duque de Edimburgo. Iban serios, cabizbajos, agarrados de la mano seguramente sin entender lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Eran demasiado jóvenes para saber cómo iba a influir en sus vidas la muerte de una mujer como Lady Di, así como en el devenir de la monarquía británica. Han tenido que pasar veinte años para que Guillermo y Enrique se abran en canal y saquen todo el dolor que llevaban dentro, así como reconocer el vacío que sintieron al perder a una madre que, si bien es cierto que cometió algunos errores, siempre puso a sus hijos por delante de su propia felicidad.
Confesar como han confesado que se arrepienten de no haber prestado atención a la última llamada que les hizo porque estaban jugando, demuestra cuán profundo es su arrepentimiento. Tan grande que tuvieron que recibir asistencia psicológica durante años.