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La conmemoración del terrible atentado de Les Rambles y Cambrils se celebró como tenía que ser: un homenaje a las víctimas y nada más. Todas las autoridades del Estado, con el Rey a la cabeza, rindieron, en silencio, su ofrenda a los hombres, mujeres y niños que hace un año perdieron la vida, atropellados por el fanatismo yihadista.

Muchos de ellos no habían podido pisar siquiera, en estos doce meses, el suelo de la icónica calle barcelonesa. Armados con flores y algún peluche de trapo, lloraron a los suyos mientras las esteladas y los lazos amarillos se retiraban a un segundo plano. Sirva como precedente de que el civismo y la solidaridad no deben suplantarse por la batalla política y las luchas partidistas. Es verdad que una enorme pancarta con la imagen de Felipe VI boca abajo le declaraba persona non grata y que los Mossos, tras un amago de retirarla, recibieron una contraorden y se quedó de adorno simbólico. También es cierto que en el homenaje previo de los altos cargos de la Generalitat, Quim Torra, que algo tenía que hacer para mantener incólume su imagen de rebelde, llevaba en lugar de un lazo amarillo una chapa con la efigie del exconseller de Interior, Forn, exigiendo su puesta en libertad. De nada sirvió que el propio interesado pidiera que no se le utilizara. Era la forma de defender la labor de la policía autonómica antes y después de los atentados y culpar al CNI y la Guardia Civil de los fallos en la investigación.

Pero volviendo al acto de ayer, a la entrañable imagen de los familiares de los asesinados conmovidos, asustados, apoyándose unos a otros, depositando sus ofrendas en el mosaico de Joan Miró, hay que congratularse de que el silencio que imploraron acompañara su dolor. Las reivindicaciones políticas, y conviene no engañarse, solo se han dado una tregua. Va a ser difícil que la imagen de concordia se vuelva a reproducir en el ya planificado “otoño caliente” que comenzará con los festejos de la Diada del once de septiembre y pretende prolongarse, sin pausa, hasta el aniversario de la declaración de independencia que no fue.

Queda por saber cuándo la mitad de la ciudadanía catalana, que no se considera independentista, podrá decir aquello de: “Yo pisaré las calles nuevamente.”

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