APUNTE AJENO
De tumbas y revoluciones
El 21 de enero de 1793, casi cuatro años después de haberse iniciado la Revolución Francesa, era decapitado Luis XVI, mientras seguía el proceso de María Antonieta, a la que también le quitaron los dolores de cabeza para siempre, bajo el eficaz remedio de la guillotina.
Sin embargo, el odio popular hacia la monarquía era tan intenso que el populacho decidió asaltar las tumbas donde reposaban los Reyes de Francia, en la Iglesia de Saint Denis.
Para evitar que aquello se convirtiera en un saqueo, Alejandro Dumas, padre, que había sido nombrado director del Museo de Monumentos Franceses, aceptó dirigir y vigilar los trabajos para que el asalto a las tumbas fuera una exhumación y no un saqueo prologado con profanaciones.
No obstante era difícil sofocar el odio retrospectivo de algunos franceses, y poco después de que fuera guillotinada María Antonieta, un ciudadano llegó hasta la iglesia de Saint Denis y abofeteó el cadáver de Enrique IV, que Dumas había ordenado colocar de pie, en un lado de la iglesia, debido a su buena conservación y a que era querido por los franceses.
Los propios ciudadanos, que trabajaban para exhumar las tumbas de 200 años de la Historia de Francia, y arrojarlos a una fosa común sobre la que se extendería cal viva, se indignaron por el gesto del ciudadano y le obligaron a huir de Saint Denis.
Basado en estos hechos reales ocurridos en 1793, cuando el odio y el resentimiento alcanzaron sus más altas cotas, Alejandro Dumas escribió un cuento titulado Las tumbas de Saint Denis.
Hoy, los tiempos han cambiado. No creo que nadie, al exhumar los restos de Francisco Franco, tenga intenciones de abofetearlo. Pero algo permanece inalterable y que resume el propio Dumas: “Pobres locos los que no comprenden que los hombres pueden a veces cambiar el futuro... pero jamás el pasado”.