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Sin demagogia

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“Cuanta más riqueza material tenemos, más se multiplica nuestro egoísmo”, decía esta semana en Madrid el expresidente de Uruguay, José Mujica. Respondía a una pregunta sobre la crisis migratoria que sufren Europa y España. Los últimos episodios en la frontera de Ceuta han sido respondidos por el Gobierno con medidas que ellos mismos hubieran condenado radicalmente si las hubiera tomado el anterior Gobierno del PP. Y, sobre todo, renunciando a sus principios, a la coherencia y a la solidaridad.

El mismo Gobierno que tuvo el gesto de acoger al Aquarius y se apuntó el tanto frente a la Europa xenófoba y reaccionaria, el que luego rebajó su progresismo al poner trabas a otro barco de iguales características, el que anunció que quitaría las concertinas y luego rectificó ha devuelto sin garantías, sin derechos y con alevosía a 116 inmigrantes que cruzaron la verja de forma violenta. El problema no es solo la decisión, sino el discurso.

Detrás hay mucho más. El “efecto llamada” de las primeras decisiones de Sánchez; el cierre de fronteras y la dureza de los gobernantes italianos, hartos de luchar solos contra el problema y con unos dirigentes xenófobos; el hecho de que España se haya convertido, desde junio, en la primera vía de entrada al continente; y, sobre todo, la carencia de una política europea común ante el problema. Hasta ahora lo han tratado de solucionar con dinero, pagando a los países limítrofes para que contuvieran en sus fronteras a los migrantes. Un acuerdo de hace veintiséis años para otros fines y, al parecer, 130 millones de euros, con el beneplácito de Alemania, han convencido a Marruecos, para recoger, sin traba alguna, los 116 migrantes expulsados por España y lanzar el mensaje de que no todos los que entren se quedarán.

España y Europa están fracasando en el problema de la inmigración. Volverán a intentar saltar la valla o se arriesgarán a morir en el Mediterráneo. Cruzarán miles de kilómetros con el riesgo de ser robados, violados o asesinados, pero no cejarán porque huyen de la miseria y de la desesperación. Europa puede cerrar las puertas y los ojos, pero así nunca acabará con el problema.

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