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Efectos colaterales

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A la vista de cómo ha resuelto el Gobierno el asunto de la venta de bombas a Arabia Saudí uno comprende por qué el pasado es prólogo. Hace unos años, Pedro Sánchez tituló su hoy cuestionada tesis doctoral como: “Innovaciones de la diplomacia económica española.” Y así se ha resuelto el caso que nos ocupa. Innovando, previo paso, eso sí por el desconcierto. Se comprende que quien en su expediente universitario salió adelante con un texto tan huérfano de genio en el caso de las bombas haya salido metiendo la pata primero al ignorar las consecuencias de paralizar la venta –estaban en juego las corbetas de Navantia y seis mil puestos de trabajo– para después bajar la cerviz ante Riad.

El papelón que hubo de interpretar el ministro Borrell es de los que dejan huella en la carrera de un político. No era esperable de un hombre de sus conocimientos y experiencia que aportara por todo argumento para defender el cambio de criterio acerca de la venta de las bombas que al ser de gran precisión apenas generan efectos colaterales. Que se lo digan a la población civil yemení, que lleva años soportando la agresión saudí. Cuando desde el ministerio de Defensa se filtró la noticia de la retención de esa partida de munición estratégica de la que se desprendía el Ejército del Aire –venta autorizada por el Gobierno de Rajoy–, nadie desde La Moncloa dio a entender una opinión contraria. Fue después, cuando el eco de la noticia llegó hasta los astilleros de Navantia en Cádiz y los trabajadores iniciaron una serie de movilizaciones cuando se produjo el cambio de opinión. Lo que encendió las alarmas fue la posibilidad de que, a modo de represalia, Arabia Saudí cancelara el contrato de 1.800 millones para construir cinco corbetas, contrato que asegura carga de trabajo durante varios años a seis mil personas. Fue entonces cuando alguien que en su juventud pudo haber leído a Baltasar Gracián debió recordar aquel sabio consejo del jesuita aragonés que apunta que “una buena estrategia de los que gobiernan es tener escudos humanos contra la malevolencia. Tener en quien recaiga la crítica por los desaciertos”. Debe haber un testaferro. “Un blanco de errores ajenos.” Esta vez le ha tocado a un Josep Borrell que todo induce a pensar que ha tenido que pechar con un asunto que en origen no era suyo. Venía de Defensa y de la decisión de la ministra Margarita Robles para aparcar la venta y estudiar el contrato.

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